Les mains aux oiseaux de Max Ernst.
Les mains aux oiseaux (1925) está en el comienzo del recorrido. El artista de perfil aguileño, que se consideraba un ave humana, utilizó los pájaros en sus primeros experimentos creativos, como el frottage. Soldado en la I Guerra Mundial, su obsesión por las aves procedía de que el canto de los ruiseñores que escuchaba en su niñez fue sustituido por los ruidos de la muerte. Recuperó la compañía de los pájaros cuando decidió convertirlos en humanos y de nuevo cuando, el 5 de enero de 1906, murió Hornebom, su querido loro. Ese mismo día nació su hermana Loni y Ernst decidió fusionar al pájaro con la niña, en una suerte de reencarnación del animal en el cuerpo de su pequeña hermana. (...)
El historiador francés Georges Sebbag (Marrakech, 1942), especialista en el periodo surrealista ha hecho para el museo una detallada monografía sobre Max Ernst y ha estudiado a fondo el depósito que ahora se puede ver en Bilbao. En la víspera de la inauguración de la exposición, el historiador dice que no se puede precisar el número de obras producidas por Ernst ("entre 2000 y 4000", bromea), pero que el conjunto de las obras depositadas en el museo ilustra perfectamente el comienzo surrealista y su incorporación plena al movimiento.
Deux jeunes filles en de belles poses (1924) es un óleo tan espectacular como inquietante, realizado el mismo año en el que André Breton publicó el manifiesto surrealista, 1924. Como un auténtico precursor, Ernst lleva a la pintura las técnicas asociativas de imágenes que había desarrollado unos años antes en sus collages dadaístas. En el cuadro, objetos sin aparente relación entre sí aparecen asociados libremente. A la izquierda se ven dos desnudos de mujer, de espaldas y sin cabeza. A la derecha hay una mano y un brazo en alto que parece aproximarse a las mujeres. Elementos vegetales y orgánicos flotan al fondo para completar la imagen de desasosiego.
Ángeles García. Bilbao. El País, viernes 14 de febrero de 2025.
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