Entre el tradicional "jugar a los médicos" y "querer verle los orificios" y, "sino se deja, hacérselo analmente", hay una distancia. Para su debut en el largometraje, premiado en el Festival de Cannes con la Cámara de Oro a la mejor ópera prima, el joven Halfdan Ullmann Tondel ha compuesto una pesadilla en los pasillos y las aulas de un colegio. Desde el principio elementos de intriga, casi de terror. Fotografía áspera, grisácea, gélida. Puesta en escena poco convencional: cámaras en los cogotes; planos inclinados al estilo Carol Reed; primerísimos planos con los rostros al borde de la exageración, como si quisiera entrar en las psiques de sus criaturas a través de la mirada punzante. Las felices paredes con las fotos de los chavales y sus dibujos infantiles se convierten en turbios esquinazos al ritmo de una banda sonora de aplastante inquietud por sus contrastes: agria para los momentos felices, y feliz para los instantes agrios. Y un retrato de personajes de enorme ambigüedad, con ramalazos alrededor del suicidio, la violencia de género, la sexualidad y la naturaleza de la violencia.
La tutoría no es una película complaciente. Es muy buena, pero no es sencilla de ver. Conforme avanza , se vuelve más conceptual que concreta. Simbólica hasta lo casi suicida. Una secuencia con un ataque de risa y otras dos con sendos bailes de corte vanguardista pueden expulsar a los espectadores que solo busquen explicaciones. Aquí no las hay (del todo). Y sí una cierta excentricidad y una relevante reflexión sobre el contacto físico y sobre la dicotomía entre la tolerancia y la irresponsabilidad. La civilizada Noruega, entre la impertinencia , las crucifixiones públicas, el peligro de las apariencias, la perversión del retorcimiento del lenguaje y la policía de la moral.
Javier Ocaña. El País, viernes 14 de febrero de 2025.
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