lunes, 3 de febrero de 2025

The Brutalist

Fotograma de The Brutalist.

La megalomanía o la ambición o la brutal aspiración totémica de The Brulalist resulta en todo caso esencial por el modo en que huye de cualquier categorización. Por un lado reafirma algunas prácticas del cine clásico de Hollywood al mirarse en el espejo esencialmente épico de Elia Kazan, Orson Welles, William Wyler o Francis Ford Coppola (con cuya creciente Megalópolis resulta interesantísimo establecer correspondencias y desajustes); y, por otro lado su propia idiosincrasia, sus comentarios a pie de pantalla, incluso sus chistes internos, hacen de ella una moción o un tiro por la espalda a ese propio clasicismo que bulle, aún con vitalidad  en Ciudadano Kane (1957), en América, América (1963) o en El padrino (1972). En esa suerte de esquizofrenia, The Brutalist busca con más denuedo la indomable energía de Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007), otro impagable monumento del cine americano. Emergen ambas en terminología farberiana, como piezas de arte elefante blanco como de arte termita en justa y productiva combinación.

El corazón de esa suerte de irreverencia hacia la épica clásica o la gran novela americana que anida  en la película de Brady Corbet ( Scottsdale, Arizona,1988), actor en filmes de Michael Haneke y Oliver Assayas que debutó tras las cámaras con la intrigante La infancia de un jefe (2015) -una adaptación de la maravillosa novela de Jean-Paul Sastre ahogada sin embargo por la complacencia formal-, se hace patente en su memorable arranque. Al estilo de El hijo de Saúl (László Nemes, 2015), la oscuridad en la bodega de un barco arribando al puerto de Ellis da paso a la luz, que no es otra que una imagen invertida de Lady Liberty. Es lo primero que ve László Toth -Adrien Brody, en una suerte  de trasunto de su papel en El Pianista (Roman Polanski, 2002) como superviviente del Holocausto- a su llegada  a la tierra de las promesas. Una imagen visionaria y anticipatoria de su propio destino. El rótulo que sigue, una cita a Goethe, establece la declaración de principios de The Brutalist: "Nadie está más irremediablemente esclavizado que aquellos  que creen falsamente que son libres". 

La libertad que busca el ficticio arquitecto Toth, huido del exterminio judío en Europa, es la de reencontrarse con su mujer y su hija, también atrapadas en la Shoah, y la que busca todo inmigrante y todo adicto y todo artista en su incestuosa negociación con el descarnado capitalismo. El desequilibrio social, la violencia y hasta la propia permanencia del arte y sus procesos de creación -ofreciéndose incluso como implícita metonimia del proceso de filmación de la película - son algunos de los temas que aborda esta "milagrosa" película...

Carlos Reviriego. El Cultural, 23-1-2025.

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