jueves, 13 de febrero de 2025

"Los muertos tienen la palabra"

Philippe Boxho trabaja desde hace 30 años como forense en la ciudad de Lieja. En los últimos años ha vendido alrededor  de un millón de ejemplares de los tres libros donde cuenta la siniestras aventuras a las que le aboca su profesión. El primero de eses volúmenes se acaba de publicar en España (Los muertos tienen la palabra, Plaza y Janés), lo que le ha traído a presentarlo al Instituto Francés de Madrid, en cuya aséptica y colorida biblioteca da la entrevista.

P.-¿Vivimos de espaldas a la muerte?

R.-No nos gusta, es un tema que sigue siendo tabú, del que no se habla. Se pierde el contacto con la muerte incluso cuando vamos a una ceremonia funeraria: los ataúdes están cerrados, ya no se ve al fallecido. La muerte no forma parte de la vida cotidiana.

P.-Entonces, ¿cómo se explica que usted haya vendido un millón de ejemplares?

R.-No me lo explico.

P.-Lo que sí ha hecho es preguntar a algunos lectores, que le han respondido algunas razones que se evidencian al leer su libro: el liviano humor con que trata el tema, los capítulos cortos con historias de crímenes reales (en momentos de auge del género de true crime) o la influencia en el imaginario de las series relacionadas, como las diferentes CSI, con las que Boxho es crítico por falta de verosimilitud.

El autor relata el caso de la joven Marie, lesbiana, que acribilla a su padre porque este no tolera su orientación sexual. El forense la salvó de la cárcel: la víctima, encontró en la autopsia, llevaba horas muerta por un ictus. Y no se puede asesinar a un muerto. Otro caso no es tan sencillo: un hombre arroja el cuerpo de su mujer para que los cerdos la devoren. El hombre asegura que la encontró muerta antes de echársela a las bestias. Es frustrante: sin cuerpo no se puede verificar la historia.

En otra ocasión a un padre le anuncian la muerte de su hija desaparecida, justo al poco de fallecer su mujer, y esta entierra con infinito dolor. Hasta que esa misma tarde suena el teléfono y saluda la hija, vivita y coleando, tan contenta. No regresó de entre los muertos: se había identificado mal al cadáver. Un caso más es el de las dificultades que encuentra un hombre para trater de quitarse la vida.

Su trabajo le lleva a conocer una amplia gama de condiciones sociales, y entre ellas tal vez se encuentre lo más duro del trabajo: la soledad, la pobreza, la exclusión social. Muchos de los casos que relata tienen que ver con personas que fallecen sin que nadie les eche en falta, incluso durante años. "La soledad  humana es dramática", dice el autor.

En el libro, se prefiere el humor (a veces negro). Siempre con respeto. El respeto por los muertos está, además, en los orígenes de las civilizaciones humanas. Y esos ritos han ido evolucionando y cambiando de un lugar a otro. En ocasiones se dice que nuestros ritos funerarios, ahora que la muerte es terrible y obscena, no son todo lo naturales y cercanos que deberían ser. Eso dificulta los duelos...

Tanto tratar con la muerte, y Boxho no tiene miedo de morir. Curiosamente, antes de ser médico iba para cura. "Cuando era creyente tenía fe en la vida eterna, esperanza respecto a lo que pudiera ocurrir después, y sigo envidiando mucho a los creyentes por ello. Pero la muerte no me asusta en absoluto porque es inevitable. Lo que si me asusta es la forma de morir", dice.

Pero ¿no le asusta la nada?

¿Por qué? Ya era así antes de nacer.

Sergio C. Fanjul. Madrid. El país. jueves 6 de febrero de 2025.

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