domingo, 23 de febrero de 2025

La pregunta que nos acecha: ¿podría haber hecho más con mi vida?

Los momentos de satisfacción con uno mismo duran un suspiro, escribe en un ensayo la filóloga franco estadounidense Marina van Zuylen. Estar en el punto medio en la vida y no entre los triunfadores preocupados por su legado no tiene nada de malo. 

No importa quiénes somos ni qué hemos conseguido: pocos escapamos a la sensación de que podríamos haber hecho mucho más en nuestra vida. Sí, recordamos momentos en los que nuestros logros nos produjeron vértigo, en que nos sentíamos en la cima del mundo. Pero por lo general, momentos así duran un suspiro, y nos abocan a un sinfín de dudas acerca del lugar que ocupamos, el legado que vamos a dejar, el impacto que producimos en el tejido de la existencia. Por desasosegantes que sean las noticias de la mañana -terremotos, guerras, asesinatos-, la mayor catástrofe que podemos temer no es otra que nuestra posible insignificancia personal. Preguntemos a un amigo cercano al que haya golpeado de lleno la crisis de los cincuenta qué fue lo que le llevó a dejar una relación suficientemente buena por la incertidumbre y el caos, y que prefiriese a la larga las mayores penurias al hastío y a las dudas sobre su propia persona. La búsqueda de una vida mejor, en pos del reconocimiento que solo parece que es posible alcanzar en otra parte, ha alejado a mucha gente de la servil rutina, gente que no ha tardado  en descubrir las dificultades  que presenta sortear las asechanzas de la vida insuficiente. Pero por mucho que los individuos más inquietos traten de abandonar la monotonía cotidiana, siempre habrá momentos  en los que inevitablemente, se detendrán a reflexionar sobre aquello que los antiguos  llamaban aurea mediocritas, ese áureo territorio intermedio que marcaba distancias  respecto a los excesos y tachaba  de ilusorio todo lo que no fuera animado por el espíritu de la proporción y la mesura.

Hubo, sin duda, un tiempo en el que la buena mediocridad se aparecía como un cumplido, un elogio brindado por individuos tales como Aristóteles, Horacio y Marcial. Ocupar este territorio intermedio no era nunca una excusa para los que no habían logrado nada más, ni una justificación del status quo. La mediocridad, de hecho, puede ser áurea. Aurea mediocritas, la preciosa mediocridad, era el camino que tomaban quienes asumían  la prudencia como norma existencial y se alejaban de los extremos, en especial cuando el éxito y el engreimiento suponían una amenaza para su vida equilibrada. Jorge Luis Borges no erraba el tiro cuando bromeaba acerca de "la más burda de las tentaciones del arte: la de ser un genio". La hibris nos hace soñar con la grandeza, pero ese sueño es transitorio, por más que nos proteja -aunque temporalmente - de la amenaza de pasar  desapercibidos, de que otros nos dejen atrás.

Así, pues, ¿cómo reconciliar esos placeres efímeros del éxito con los posibles aunque contraintuitivos beneficios de no ser el centro de las miradas? ¿Por qué tantos filósofos desde Aristóteles hasta Spinoza y tantos escritores desde George Eliot hasta Emmanuel Bove, han sido fervientes defensores de quienes no se dejan ver?, ¿por qué esa insistencia en despojar de su estigma la mediocridad y convertirla en una vida suficiente? (Virginia Woolf nos pide  que "por un momento examinemos una vida corriente en un día corriente". Lo que ella define como "corriente" es una amalgama de elementos "fantásticos, evanescentes, o engastados con la dureza del acero". Para Wolf, lo cierto es que nada es corriente, todo es un instante del ser, por más que desde el exterior la mayoría de las existencias parezcan forjadas sobre todo por los más irrelevantes instantes del no-ser.

Lejos quedan ya, para mí , los días en que mi actitud fluctuaba entre los extremos, en los que buscaba a todas horas los más dramáticos héroes y heroínas, desalentada o intimidada por la brillantez alarmante de los otros. Hoy solo tengo ojos para los escépticos de la reputación, para aquellos que abrazan alegremente las complejidades del territorio medio. No es tan sencillo reparar en el aurea mediocritas; solo brilla para quien se muestra atento y aspira a separar lo público de lo privado, lo infravalorado de lo que llama la atención...

Marina van Zuylen (Boston, EE UU, 1958) es filóloga. Este extracto es un adelanto de su ensayo Elogio de las virtudes minúsculas. O la excelencia en clave menor (Siruela). Se publica el 19 de febrero con traducción de Lorenzo Luengo.

EL País, Ideas. Domingo 9 de febrero de 2025.

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