El 20 de enero de 1968, desde el aula 217 de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Madrid, un estudiante descolgó el Cristo que presidía la clase (en todas había uno) y lo lanzó contra las furgonetas policiales. Los grises, relata Miguel Amorós en 1968. El año sublime de la acracia, (Virus) habían irrumpido en el recinto universitario para disolver una asamblea de las muchas que desde 1965 se venían produciendo en el campus de Madrid sin que la autoridad pudiese hacer nada por contenerlas. En febrero de aquel año se había celebrado la IV Asamblea Libre de Estudiantes después de la cual ya nada volverá a ser igual en la universidad. Allí se certificó de facto la muerte del SEU, el sindicato único y obligatorio de estudiantes, a pesar de que a los catedráticos que habían dado el primer impulso a una dinámica de enfrentamiento que tardó años en detenerse (López Aranguren, Tierno Galván y García Calvo) les costara la expulsión a perpetuidad. La radicalización del movimiento estudiantil y los primeros choques con el aparato represivo de la dictadura tuvieron como causa inmediata, aunque no única, la masificación creciente de la universidad. De los 85.148 alumnos matriculados en el curso 1964-65 se pasó a los 162.879 del curso 70-71, según ha documentado José Alvárez Cobelas en Envenenados de cuerpo y alma. La oposición universitaria al franquismo (1939-1970). (Siglo XXI). El régimen se sabía incapaz de equipar y adaptar a las nuevas demandas sociales unos centros reservados a los hijos de las clases más acomodadas.
El español, dominado en gran parte por el PCE, no era un movimiento estudiantil demasiado revolucionario. Sí muy heterogéneo e inconstante. Pequeños grupos sin entidad suficiente (maoístas, trotskistas, estalinistas, socialistas, ácratas...) y con una desproporcionada variedad de siglas se disputaban el liderazgo doctrinal y el control de la acción. Sin embargo la escasa relevancia teórica de sus propuestas y la insoportable represión de la dictadura otorgaban necesariamente al movimiento español una naturaleza muy distinta a la que tenían las revueltas y los levantamientos que se produjeron en el mundo entero...
Fernando Palmero. Madrid. Papel. El Mundo, domingo 29 de abril de 2018
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