lunes, 14 de mayo de 2018

La mujer que sabía leer

Fotograma de La mujer que sabía leer
La belleza pictórica de las obras de Camille Corot y Jean-François Millet, los paisajes del primero, las escenas de granjeros y campesinos del segundo, entre lo clásico y lo romántico, ambos contempo-ráneos del tiempo en que se desarrolla la película, confluyen con una trama casi distópica, de sociedad alejada de lo convencional, quizá de lo ideal, donde un elemento difícilmente explicable domina un conjunto que abre caminos para la especulación social y la garra crítica. Son elementos en apariencia inconciliables, pero con los que Marine Francen, su directora y coguionista, se mueve con soltura, en una compleja fusión entre delicadez y vigor, entre armonía y desafío. Es La mujer que sabía leer una película abierta que aborda el pasado para trascender hasta el presente e incluso hacia el futuro. Ese tiempo en el que se ambienta el relato es el imperio de Napoleón III hacia 1852. Y el elemento perturbador es al ausencia total de hombres  en una pequeña y aislada aldea, a causa de la represión gubernamental. Así, la desesperación, el aislamiento y el dolor de las mujeres por sus maridos e hijos provoca un nuevo orden social: un mundo en femenino. "Están en edad de ser mujeres y madres", dice una de las ancianas respecto de las jóvenes generaciones, que acaban, primero entre risas, luego con absoluta sinceridad, estableciendo un pacto: si aparece un hombre, lo compartirán. 
Y claro, aparece. Con estos mimbres son múltiples las posibilidades de desarrollo de la historia, basada en una novela de Violette Ailhoud, escrita en 1919 a los 84 años, de título original bien distinto al del estreno español de la película, El hombre semen, y de corte autobiográfico: ella era una adolescente cuando en verdad su pueblo se quedó sin hombres por las guerras. ¿Qué le ocurre a los cuerpos y a las mentes ante semejante tesitura?
Francen prefiere el sosiego y un cierto onirismo a la desesperación  y el combate abierto, lo que en algún momento lleva al pensamiento de que algunos aspectos del relato pueden estar desaprovechados. Sin embargo, con la metáfora de la siembra siempre presente, la directora francesa, debutante tras ser ayudante de dirección de Olivier Assayas y Michael Haneke, aporta reflexión y mesura y deja abiertos los posibles paralelismos con un presente donde el feminismo en lucha ha llegado para quedarse.
J. O. El País, viernes 11 de mayo de 2018

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