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Caras y lugares |
Armada con una ligerísima cámara Mini DV, Agnès Varda logró con Los espigadores y la espigadora (2000), uno de esos trabajos que, bajo su modestia militante, sembraban la posibilidad de un cine futuro sin olvidar la memoria del medio: incluso los cronogramas precinematográficos de Étienne-Jules Marey eran invocados en la libérrima estructura de una película entendida como cuaderno de notas abierto al azar. La cineasta registraba la anticipación de un porvenir colectivo, definido en la precariedad, al filmar a quienes subsistían recogiendo las obras de la sociedad del exceso y se autorretrataba como una espigadora de imágenes, capaz de articular sentidos a partir de la heterogeneidad de los materiales encontrados. Integrada en el relato, Varda reflexionaba sobre el paso del tiempo, daba rienda suelta a su capacidad para el juego y se revelaba como gran retratista al natural: alguien capaz de escuchar y extraer la esencia de quienes se colocaban frente a su objetivo.
Caras y lugares parece una consecuencia natural de ese trabajo: la asociación creativa entre la cineasta y el artista JR -cuya obra se fundamenta en la colocación de fotografías de grandes dimensiones sobre espacios públicos- coloca el foco sobre uno de los múltiples rostros de una obra tan rica como Los espigadores y la espigadora, al explorar la fusión entre territorios y las identidades que los habitan. La película es así un nuevo cuaderno de viaje, cuyas estaciones de paso van siendo transformadas por instalaciones artísticas efímeras que siempre están al servicio de una idea pertinente, el recuerdo de una ausencia o una reivindicación...
Jordi Costa. El País, viernes 25 de mayo de 2018
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