En 1968 Jean-Pierre Le Goff (Équeurdreville, Francia, 1949) estuvo en las barricadas de Caen, la ciudad normanda donde estudiaba. Este filósofo y sociólogo se definió como maoísta hasta bien entrados los setenta, pero terminó desarrollando un pensamiento crítico respecto al movimiento del que formó parte. "El fenómeno fue positivo, pero no su legado", resume desde su despacho en Chatou, suburbio residencial en las afueras de París, en un día de huelga de transporte público y con un movimiento universitario paralizando varias Facultades. Le Goff ha analizado las consecuencias de aquel capítulo en ensayos como Mai 68, l'héritage impossible (La Découverte), donde denunciaba el concepto de "izquierdismo cultural" o el reciente La France d'hier (Stock), en el que rememora cómo era su país antes de la revuelta.
P.- Mayo de 1968 fue internacional. Medio siglo después, ¿por qué recordamos más la revuelta francesa que la de otros lugares?
R.- En Francia hubo una revuelta estudiantil, similar a la de otros sitios, pero también una huelga general a la que se sumó la clase obrera y una crisis política de primer orden, que hizo tambalear a De Gaulle y provocó que adelantará las legislativas. Y hay otro factor, tal vez el más importante: la dimensión simbólica que tuvo. El Mayo Francés fue una gran puesta en escena, un psicodrama en el que se vuelven a interpretar grandes capítulos de nuestra historia, como la Comuna de París y las revoluciones del XIX. Fue casi una obra de Victor Hugo. Las barricadas, por ejemplo, no tenían mucho sentido: hasta Engels había dicho que no servían de nada. Pero el país entero se puso a escenificar 1789 una vez más...
P.- Hay quien lo considera un mito fundacional, pero también quien lo acusa de haber destruido su país. ¿Usted si sitúa entre los dos extremos?
R.- Sí, porque no es justo decir que lo destruyó todo. Para empezar, introdujo una flexibilidad en las relaciones sociales y humanas que era inimaginable. Sin Mayo del 68, para realizar esta entrevista, usted y yo llevaríamos corbata. Francia se desprendió de los últimos despojos del siglo XIX, del moralismo católico, de la glorificación del dolor. Surgió una mentalidad hedonista y se dejó de sentir el peso de los muertos. La sacralidad y la verticalidad del Estado fueron puestas en duda. Es absurdo que ciertos lideres prometan liquidar la herencia de Mayo del 68 porque ya está integrada en lo que somos. Incluso sus mayores detractores, como Nicolas Sarkozy, llevan la marca de Mayo del 68 en su forma de hacer política y de vivir.
P.- En otros aspectos, su punto de vista es más crítico.
R.- No hay que confundir el valor de Mayo del 68 como catarsis social, que era necesaria y en la que yo participé, con su herencia. Tuvo un problema de hibris, de desmesura. Esas reivindicaciones se convirtieron, pasada la revuelta en valores absolutos. La exigencia de autonomía de la sociedad respecto al Estado y del individuo frente al grupo, que eran legítimas, se transformó en una desconfianza sistemática respecto a la delegación de poder, fundamento de la democracia representativa, en una sospecha permanente ante cualquier forma de jerarquía y autoridad...
P.- ¿Y eso es malo?¿No es un síntoma de madurez democrática?
R.- Es malo para quienes creemos en el Estado de derecho. Es verdad que la capacidad de autocrítica es un factor decisivo de la democracia moderna. Pero Mayo del 68 pidió una sociedad sin reglas. La fantasía de la democracia directa que vehiculaban las reuniones en círculo no era operacional y el movimiento terminó en un impasse. Se atacó un ethos común previo que no era perfecto y que merecía ser revisado, pero se arrasó con todo y no se construyó nada en su lugar. Las generaciones posteriores han crecido sobre un campo de ruinas...
Álex Vicente. Babelia. El País, sábado 5 de mayo de 2018
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