viernes, 22 de febrero de 2019

Corazón que ríe, corazón que llora

Maryse Condé
Maryse Condé (Guadalupe, 1937) nació con la piel negra en una excolonia francesa de las Antillas, pero no fue hasta la adolescencia  -cuando estudiaba en un instituto de excelencia de París y una profesora la animó a hablar de su tierra- que supo de la esclavitud, la trata, la opresión colonial y el racismo. Lo hizo a través de un libro de un compatriota Joseph Zobel, Calle Cabañas negras, una historia que le resultó "perfectamente exótica" y "surrealista" por el abismo entre la realidad narrada y la propia. Porque la autora antillana, Premio Nobel alternativo en el 2018, se crió como la niña mimada de un matrimonio de funcionarios de La Pointe, capital del archipiélago de Guadalupe, para quienes el gran drama de la Segunda Guerra Mundial fue que durante "siete interminables años"no pudieron viajar a Francia.
Con esta anécdota tragicómica -la primera de una lista larga de escenas que nos sitúan entre la carcajada y la mueca- comienza Condé las memorias de esa infancia y adolescencia burguesas que muestran literalmente lo que su título promete: un corazón que ríe y que llora, un músculo joven e indómito que palpita entre algodones mientras va tomando conciencia de sí mismo y siente el guisante bajo su mullido lecho de princesa. 
La pequeña Condé,  convertida hoy en la autora clave de la literatura antillana, repasa los años fundamentales en la formación de su personalidad y lo hace con una mezcla perfecta de ingenuidad, brillantez e impudicia que la lleva a escribir:"En el corazón de los niños, la amistad late con la violencia del amor". Y también: "Los hermanos de Yvelise aprovechaban la más mínima oportunidad para bajarse los pantalones y enseñarme el pito. A veces hasta me dejaban tocárselo". De fondo, el escalofrío de una amor maternal lacerante del que nunca sanó:"Así me tiré toda la noche, mi madre aferrándose a mí, yo ovillada junto a ella, arropada por el perfume a vejez y a árnica, por su calor". Así es como quiso recordarla. Y con su recordar estremece.
María Ballesteros. La Voz de Galicia, viernes 8 de febrero de 2019

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