domingo, 24 de febrero de 2019

La revuelta del hombre corriente

Baltasar Gracián escribió que "No es uno solo el que vale por muchos". Esta verdad parecía escandalosa para su época. Han sido necesarias revoluciones, la educación de las masas y la difusión del saber a gran escala para imponerla en la práctica. Una vez enunciada esta concepción del ser humano, fiel a la realidad, no sufre ninguna reserva, ninguna excepción. No se puede decir que en ciertas circunstancias, en virtud de determinados procedimientos, un hombre puede valer tanto como varios, porque no tendría ningún  sentido. El problema es que , en ese caso, la democracia representativa contiene en sí misma una discordancia. En ella surgen inmediatamente dos grupos, el pueblo entero y sus representantes. Y salta a la vista que es una contradicción difícil de resolver.
Una contradicción que es precisamente lo que estamos viendo en Francia desde hace más de 10 semanas. Por un lado, los representantes dan voz y toman medidas autoritarias. Por otro, los chalecos amarillos reclaman que las deliberaciones y las decisiones políticas dejen de estar delegadas. No quieren seguir confiando la soberanía popular a unos pocos.
Los chalecos amarillos forman un conjunto social heterogéneo, de obreros, comerciantes, artesanos, profesionales liberales modestos, intelectuales precarios. En otras palabras, todo tipo de gente, el ciudadano corriente. Su existencia se opone a la del pequeño grupo de los gobernantes y privilegiados. Quizá parezca una definición endeble, pero no puede ser de otra forma. Vivimos en una época en la que, después de muchas reestructuraciones, lo que antes se denominaba la lucha de clases ha adoptado la forma de un antagonismo entre las clases dirigentes y propietarias -cuyo peso económico y cuya volatilidad de bienes ha cambiado de naturaleza y de dimensión- y el resto de la población. Por supuesto no todo el resto de la población está dispuesto a rebelarse, pero todos sienten los efectos de esa fractura, todos sufren esta división desigual.
Porque el ciudadano de hoy en día, desde los asalariados de los grandes almacenes hasta esos pequeños burgueses cuyos hijos comienzan tímidamente unas prácticas en bancos, experimenta de forma habitual, y diferente según su clase, la asimetría: económica, profesional, jurídica, social, geográfica, fiscal, administrativa... Afecta por igual a la búsqueda de un piso, las entrevistas para encontrar trabajo, la matrícula universitaria o la entrada en una discoteca. En un mundo en que esta experiencia de la asimetría es casi cotidiana para el conjunto de la población, en el que la segregación de las formas de vida y las carreras profesionales rige nuestra vida, el sentimiento de desigualdad prolifera.
Ese es el motivo de que la gente desee reunirse, agruparse espontáneamente en torno al mismo común denominador, ese chaleco amarillo que nos ponemos cuando tenemos una avería para ser visibles en la carretera. Una prenda que solo indica una cosa: frente a las incontables desigualdades que sufrimos, no queremos seguir delegando nuestro poder. Somos nosotros quienes debemos proponer ideas, debatir y deliberar sobre nuestros asuntos, en lugar de confiarlos a otros...
Éric Vuillard. Escritor, ganador del Premio Goncourt en 2017, autor del El orden del día y 14 de julio (Tusquets).





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