Éric Vuillard |
En relación con lo anterior, es de destacar que a medida que el lector se sumerge en esta vertiginosa narración por estampas, la propia voz de Vuillard se va imponiendo. Lo imagina uno apoyado, con los brazos abiertos, sobre una reproducción fidedigna, a gran escala, de un plano del París de la época, rodeado a su vez por todos los documentos históricos por él consultados, mientras vocea a quien le quiere escuchar (cuando se entona, Vuillard puede llegar a ser de lo más seductor) cada cruento episodio, señalando con el dedo cada calle, cada plaza, cada fábrica, cada lugar donde se produjo una refriega... haciéndonos ver todo el tiempo, cómo la Historia (así, con mayúscula) la construyen (que no la escriben) ciudadanos anónimos, pequeños comerciantes, masa informe en definitiva sobre la que los historiadores suelen pasar de puntillas en pos de los grandes nombres, de las grandes personalidades. El ministro de finanzas Jacques Necker, sí, por supuesto; pero también, por qué no, el futuro general Rossignol, de origen humilde, tan protagonista de la toma de la Bastilla como el anterior...
Quién le iba a decir a Vuillard cuando se publicó este libro, en 2016, que a unos pocos días de escribir esta reseña, las calles de París, volverían a ser tomadas por el mismo pueblo que aquí retrata.
Fran G. Matute.El Cultural, 1-2-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario