sábado, 9 de febrero de 2019

Malinas. La ciudad belga de la tía Margarita

Malinas es distinta a otras ciudades históricas de Flandes porque fue, en el siglo XVI, capital de Borgoña, un ducado que desde Francia, gracias a enjuagues de familia, extendió su dominio a los Países Bajos. Para los españoles es además un enclave especial. Aquí creció y se educó Carlos I de España y V de Alemania, que decían en los manuales escolares,  en la Corte de su tía Margarita de Austria. La ciudad rebosa guiños y recuerdos de ambos. En aquella edad dorada, por los palacios trajinaban sus birretes personajes como Erasmo de Róterdam o Tomás Moro. La ciudad humanista unos 30 kilómetros al sur de Amberes, sigue siendo hoy un espacio a la medida del hombre. Se puede ir andando a cualquier parte o en bici si se va con prisa. La armonía y el gusto siguen brillando no solo en edificios o jardines, también y sobre todo, en el pulso cotidiano, la buena mesa, su espíritu abierto y cosmopolita. 
Es aconsejable empezar en el Schepenhuis, la casa de los ediles o Consistorio viejo donde está ahora la oficina de turismo y planificar la visita. A solo unos pasos está una colosal estatua de Margarita, la tía y tutora de Carlos que fue gobernadora de los Países Bajos durante 30 años. La escultura estaba en la contigua Grote Markt / plaza Mayor, pero hace unos años se hizo un aparcamiento subterráneo y se despejó la plaza -los sábados se celebra en ella un mercad al aire libre-. En uno de sus frentes está el Ayuntamiento nuevo, tan nuevo que la parte gótica que parece más antigua se acabó en el siglo XX. En el extremo opuesto, asomando sobre un friso de casas con gablete , la catedral de San Rumoldo. Contiene verdaderas maravillas que se ven gratis; pero hay que pagar 8 euros para subir los 538 peldaños de la torre. 
Orientados desde las alturas podemos ya explorar la ciudad. Por detrás del Ayuntamiento buscaremos la Keizerstraat (calle del Emperador) para llegar a los palacios de dos Margaritas, Margarita de York y Margarita de Austria. La primera vivió en el siglo XV y su palacio, tras muchas peripecias ha acabado convertido en teatro. Margarita de Austria, su nieta, vivió en el vecino palacio renacentista que ahora ocupan funcionarios judiciales. Su interior se puede ojear desde el jardín de entrada. Para hacernos cabal idea de cómo era esa Corte en los buenos tiempos debemos acercarnos al también renacentista Hof van Busleyden. Acaba de abrir sus puertas como museo. No sólo guarda piezas maestras  (como el gran tapiz de la conquista de Túnez por Carlos V), brinda también de forma interactiva, la historia, gentes y costumbres de la ciudad. . Asoma por detrás de este palacio la iglesia de San Juan que esconde un tríptico de Rubens que representa la adoración de los Reyes Magos.
Ala hora de comer, este 2019 se podrá tomar el aperitivo en el Vleeshalle o mercado de la carne  que se construyó en el siglo XX y está prevista su reapertura en breve con puestos de vent a de productos exquisitos y la posibilidad de picotear. A 10 minutos a pie está Vismarkt/ plaza del pescado donde abundan las terrazas y restaurantes...Con las fuerzas restauradas iremos al encuentro de dos asilos de sendas abadías. El de la abadía de Sint-Truiden, un palacete  del siglo XVI, alberga ahora archivos municipales, y el cercano asilo de la abadía de Tongerlo (siglo XV), tras pasar por varios usos, aloja la Real Fábrica de Tapices de Wit. Malinas brilló por su industria de tapices. Casi enfrente  se oculta el pequeño beaterio o beguinaje donde se recluían las beguinas, mujeres viudas o solas (no monjas) que llevaban una vida piadosa, cada una en su casa o celda. Un poco más adelante está el gran beaterio del siglo XVI y declarado patrimonio mundial (junto a otros de Flandes). Una miniciudad donde las beguinas, para subsistir , tejían encajes, entre otras cosas.
Cerca del beaterio está la fábrica de cervezas Het Anker que funciona desde 1471. Al joven Carlos, futuro emperador  le pirraban "las morenitas de Malinas", las mismas cervezas tostadas que ahora llevan su nombre, Gouden Carolus. Una buena forma de rematar la tarde es acercarse al río Dyle. Hay una pasarla de madera  que recorre su orilla desde Haverwerf (hasta el jardín botánico. De ahí también parten pequeños cruceros que permiten una perspectiva distinta de la ciudad...
Carlos Pascual. El Viajero, El País, viernes 11 de enero de 2019

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