martes, 5 de marzo de 2019

Balthus. La tensa inocencia de la juventud

Thérèse soñando, 1938. Balthus
El Museo Thyssen-Bornemisza propone una revisión del gran artista de origen germano y polaco a través de 47 piezas, de las que más de 15 no se han visto antes en España. La muestra impulsada en colaboración con la Fundación Beyeler de Basilea (Suiza), despliega algunas de las obras principales de la producción de Balthus. Los desnudos de adolescentes, los paisajes de posguerra, los autorretratos, alguna escena callejera (como la del excelente La rue, 1933). El comisario de la muestra abierta hasta el 26 de mayo, es Juan Ángel López Manzanares.
Hay que entender que pintar, para este artista, tiene mucho de tránsito: un paso del caos a las emociones; y de ahí a un nuevo orden posible. Ejerció una figuración de formas contundentes y contornos muy delimitados. Logró un extraño equilibrio entre erotismo e inocencia, sueño y misterio con realidad, tranquilidad con tensión extrema. Eso sucede, por ejemplo, en cuadros como Los buenos tiempos (1944-1946), Le lever (1955). También en Los hermanos Blanchard (1933) que perteneció a Picasso y fue la primera obra de un artista vivo que se expuso en el Louvre.
El escándalo fue un lugar imprevisto y sagrado para Balthus. Sumó complicidades fabulosas (Breton, Picasso, Pierre Jean Jouve, Artaud, Cocteau, que se basó en su familia para Les enfants terribles) y desacuerdos sonoros. La poesía orbita alrededor de su pintura con un ejército de misterios desposeído de emociones primarias. Balthus es sofisticado, felizmente antiacadémico, capaz de adentrarse en oscuridades que están más en el aroma de un cuadro, en su peligro, que en su apariencia. La batalla de Balthus es serena y antirromántica. En su pintura no hay catástrofe sino alusión a enormes tensiones. A diferencia de los adictos a la velocidad y al futuro, él es hijo de la crisis de valores que azota Europa después de la catástrofe de la I Guerra Mundial.
En su obra deja asomar una veta de cierta melancolía de cuando la vida no estaba acosada por la aceleración y existía un vínculo con el arte, con la cultura. La exposición recorre más de seis décadas de oficio, incidiendo en la riqueza de una pintura que hace de lo intelectual una estética. Ahí está El rey de los gatos  (1935), un autorretrato altivo, casi disociado de su tiempo, de las apariencias de su tiempo.
Pero donde el pulso de Balthus adquiere los mejores picos arteriales es en los trabajos sobre las adolescentes, donde algunos gendarmes de la moral sitúan el escándalo. Como si no hubiese algo más. Muchacha dormida (1934), La habitación (1948), Desnudo durmiendo (1945), Le lever (1955), La habitación turca (1966) y Thérèse soñando (1938). Sobre estos cuadros del siglo XX ha caído una polémica trasnochada y melancólica del siglo XXI...
Antonio Lucas. El Mundo, 17 de febrero de 2019

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