Fotograma de 'El libro de imágenes', (Avalon) |
Si en el pasado festival de Cannes, se llevó una Palma de Oro especial -un homenaje casi en clave testamentaria-, la crítica osciló con su filme entre la condescendencia, la entrega entusiasta y el reproche contumaz.
Su libro es como una mano y sus cinco dedos, los apartados en los que articula sus reflexiones y que -al menos para este crítico- requiere no uno sino varios visionados, lo que, paradójicamente, resulta una virtud. Sus páginas son también un tratado de semiótica audiovisual, entrando a saco en planos y escenas ajenas y propias -algunas de su filmografía-, descomponiendo imágenes, trayéndolas al contexto necesario, para derivar a una secuencia final que resulta el redondeo perfecto, sacada de Le plaisir (1952) de Max Ophüls. También con Hitchcock y Buñuel muy presente, con el género documental como cámara viva, con off de voz y de música, inserto de textos, un discurso en clave se sinfonía que o acabas seducido por ella o la acabas odiando. Te deja una aguda sensación de limitación comprensora como espectador, y al tiempo despierta admiración cinéfila. Un a contradicción que está en el ser godardiano: o le envías un ramo de rosas o le arrojas ácido sulfúrico...
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, lunes 25 de febrero de 2019
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