domingo, 3 de marzo de 2019

El vino y el roble: una eterna historia de amor, 2

El bosque. "Silencio, se rueda", parece que ordena alguien, porque en la parcela 256 del bosque de Darney no han madrugado ni los pájaros. El silencio es casi total, salvo por el crujir de algunas ramas. A más de dos horas al este de Beaune, la capital borgoñona, apenas si hay claros en el monte pese a lo cual es un robledal ordenado. Marc Ballard, responsable de compra de troncos del aserradero de Merrain International, reclama la atención y coloca un cordón de seguridad  a unos cuarenta metros de un roble marcado. Lleva 28 años ayudando a sus clientes a elegir los mejores ejemplares, después de otros 15 en un aserradero familiar en el que aprendió a radiografiar los troncos con su mirada.
El ruido de la motosierra irrumpe durante apenas un minuto y deja paso a un estruendo sordo. Después de más de 180 años de un crecimiento controlado, el roble cae hacia una zona limpia. "La imagen es muy potente", explica el sumiller de Can Roca, Alex Carlos. "Ahora el vino también va a tener sonido en mi imaginario. Es muy interesante contar a los clientes que degustan un vino cómo es la viña, pero también que sus aromas tienen que ver con el bosque del que viene la barrica".
Olivier Pibot y Natasha Sukowsky, dos de los centenares de empleados públicos de la Office National des Forêts (Oficina Nacional de Bosques, ONF), observan a Ballard cuando inserta de  un martillazo un código de barras en el tronco. Sus dimensiones, edad y geolocalización le acompañaran hasta la barrica. En Francia gran parte del sistema de gestión y explotación es público. Ellos certifican el origen de la madera hasta la bodega, y suya es la responsabilidad de repoblarlo, limpiarlo y seleccionar los retoños, controlando el número de ejemplares por metro cuadrado hasta el objetivo final de uno cada ocho metros. "El sistema público genera empleo local, recursos para la comarca, evita la especulación y garantiza a las siguientes generaciones el mismo bosque que nos encontramos", explica Pibot. No le gusta hablar de precios, pero del tronco recién cortado van a salir cuatro o cinco barricas y costará unos 2.000 euros.
La humedad se mete hasta los huesos en esa zona del bosque. Una copa de vino de Finca La Reñana de Luis Alegre ayuda a fijar los conceptos y a quitarse el frío de encima. El glamour del roble francés empieza en el bosque. Con cuidados que se prolongan durante décadas, logran optimizar la estructura interna que lo hace extraordinario: granos finos en los que se encapsulan los sabores más preciados como vainilla o clavo, y líneas medulares, como los radios de una bicicleta, claras y marcadas...
Pedro Gorospe. El País Semanal, 15 de de febrero de 2019

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