domingo, 10 de marzo de 2019

Collioure-Portbou, 2

Niñon en el campo de Rivesaltes. Palul Senn
El siglo pasado vio nacer el fotoperiodismo. Las imágenes que tomó el fotorreportero Paul Senn, una suerte de Robert Cappa suizo que se dirigió a la frontera francesa para testimoniar el éxodo español, se exponen ahora en el memorial del campo de Rivesaltes, inaugurado hace algo más de tres años. Entres sus retratados figuran algunos de los miles de españoles  que fueron a parar a ese campo, compuesto de barracones precarios, algunos de los cuales aún se tienen en pie. En las fotografías de Senn vemos a mujeres y niños envueltos en mantas que deambulan  como fantasmas en tierra de nadie, y casi se puede sentir la miseria, el frío y el aliento de la muerte. Convertido por momentos en una Babel de hasta 16 nacionalidades, el campo funcionó durante varias décadas como sumidero de "elementos indeseables", ya fueran republicanos españoles o argelinos harkis. Al ver las miradas desoladas de los protagonistas de las fotografías de Senn, recuerdo un breve ensayo incluido en La revolución interior (Errata Natura), en que Lev Tolstói se pregunta para qué recordar el pasado e importunar  a la gente como él. El novelista ruso concluye que los errores del pasado, tan evidentes hoy en su absurda y monstruosa crueldad para nosotros, perviven en el presente con nuevas formas y nombres, no menos monstruosos. Como afirmaba Susan Sontag, hay que permitir que las imágenes atroces nos persigan, porque nos dicen esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, convencidos de que están en lo justo.
Walter Benjamin hizo el trayecto en sentido contrario al de Machado un año y medio más tarde. Lo interceptó la policía española cuando quería alcanzar Lisboa para poner rumbo a América y, como a Machado, la desesperación lo consumió en una habitación de hotel. En el memorial dedicado al filósofo alemán en Portbou están grabadas unas palabras suyas:"Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres". Consta de un estrecho pasadizo de hierro que va a morir al mar. En los últimos peldaños se yergue un cristal, detrás del cual queda atrapado el visitante, metáfora de la imposibilidad del paso. Inevitable no trasladarse a septiembre de 1940 y no sentirse por unos instantes como Benjamin, una figura huérfana suspendida sobre las aguas turbulentas de la Historia.
Marta Rabón. El País, miércoles 6 de marzo de 2019.



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