sábado, 9 de marzo de 2019

Collioure-Portbou

El  hotel Bougnol-Quintana
Este febrero solo la tramontana que sacudía Collioure daba una remota idea de aquel invierno especialmente frío de hace 80 años, cuando el jefe de la estación vio bajar del tren a un Antonio Machado ligero de equipaje. Su último y diáfano verso, una hermosa despedida escrita a la vida ("estos días azules y ese sol de la infancia"), se encontró en el bolsillo de su gabán, con el que atravesó los Pirineos nevados, como otros cientos de miles de españoles durante la Retirada, tras la caída de Barcelona. Da la impresión de que todo este pueblo costero -piedra,mar, árbol-arropa la tumba del escritor, cubierta con flores, poemas y velas con motivo del aniversario de su muerte. En la lápida desentona ahora una reciente placa-adefesio que, con falta de humildad  y de buen gusto, se ha colocado a la altura de la efigie de Machado, que mira para el otro lado. La firma el Gobierno de España, el mismo que parece excusarse por décadas de indiferencia. El abandonado hotel Bougnol-Quintana, una de cuyas habitaciones acogió la tristeza y la muerte de Machado, se erige, a su vez, como un irónico monumento a nuestros Gobiernos anteriores incapaces de abrir puertas y ventanas para ventilar las estancias con aire fresco.
En La destrucción de la memoria, Robert Bevan (La Caja Books) apunta que la arquitectura genera significado por su función cotidiana, por su presencia en el paisaje, por su diseño o como mero contenedor de historia y memoria. A 18 kilómetros de Collioure, en el municipio de Elna, se levanta un placete de tres plantas, coronado por una cúpula acristalada, entre huertos y un pequeño bosque, hoy reconvertido en museo. En 1939, una joven maestra suiza, desplazada allí para socorrer a los refugiados, vio en esa estructura abandonada el lugar ideal para acondicionar una maternidad, destinada a las mujeres embarazadas que malvivían en los insalubres campos de internamiento del sur de Francia, especialmente el de la cercana playa de Argelès-sur-Mer, en cuya inhóspita arena muy pocos niños sobrevivían. Con ayuda de su país y donaciones particulares, Elisabeth Eidenbenz creó un espacio de dignidad y resistencia para las mujeres, cuidadas con mimo antes y después de dar a luz. Las fotografías que ella misma tomó dejaron constancia del pequeño milagro y de la celebración de la vida que ocurrió entre esas paredes, acorraladas por el hambre, la ruina moral y la muerte. En la sala de partos, entre diciembre de 1939 y abril de 1944, nacieron casi 600 niños, hijos de refugiadas de la Guerra Civil y de judías que escapaban del horror nazi. En aquel solidario y efímero reino de mujeres no se hacía distinción entre sus ocupantes, sin importar su religión,nacionalidad o clase...
Marta Rebón. El País, miércoles 6 de marzo de 2019

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