sábado, 6 de julio de 2019

Toulouse o el sueño de volar

El lejano ruido de los aviones y el murmullo del río Garona, el cobrizo de la terracota y el azul de la cocagne, el arte y el ingenio, el patrimonio y la innovación. Un conjunto de hermosas contradicciones define la esencia de Toulouse, la joya del suroeste francés. Una ciudad que por su alegre temperamento, por su destreza en conjugar el savoir vivre con el espíritu mediterráneo, es para muchos la capital hedonista del país vecino.
Será por la cercanía a la frontera española, con el trasvase de costumbres que ello implica. O será por la huella que dejaron los exiliados (cuentan que unos 40.000), cuando este enclave fue crucial para huir de los estragos del franquismo. El caso es que en Toulouse se respira una cierta empatía, algo así como estar en casa. Una inercia de vida en la calle, de terrazas  atestadas de gente, de cenas a horas desacostumbradas más allá de los Pirineos. Sorprende gratamente el bullicio, la vitalidad que desborda. "Sobre todo al llegar el verano, cuando nos volvemos noctámbulos", bromea el joven Guillaume, uno de los 100.000 universitarios que pueblan esta metrópolis.
Hay que pasear por el centro para hacerse eco de esta energía. Y también para descubrir por qué se la conoce como la ville rose. Sin canteras de piedra cercanas pero con mucha arcilla en el río, hubo de ser construida  a golpe de ladrillo. Y aunque su color es más bien, el de un carmín anaranjado, solo hay que aguardar a que el sol concluya el milagro: entonces en los últimos rayos, adquiere una luz impresionante que realza los matices salmón...
Así se aprecia en el Capitolio, donde todo comienza y acaba. Esta plaza de belleza monumental sirve de antesala al ayuntamiento, la ópera y los soportales, decorados con coloridos frescos que cuentan historias tolosanas. De aquí parten les rues que conservan un perfil medieval, las callejuelas que emulan los bulevares de París, los estilos dispares que exhibe la arquitectura: la Basílica de Saint-Sernin, que es la mayor iglesia románica de Francia, el convento de los Jacobinos, una joya del arte gótico, la Biblioteca Municipal, con elementos  art déco... y hasta el Mercado de Víctor Hugo, cuya estética contemporánea suscitó tanto rechazo que los ciudadanos, muy suyos, se negaron a pagar el aparcamiento durante diez años. Conviene recorrer, uno a uno, los barrios históricos del centro, Saint-Georges, Saint-Étienne, Carmes, Saint-Cyprien...y admirar en todos ello los casi dos centenares de mansiones renacentistas. Son la herencia de la cocagne o pastel la planta que proporcionaba el más codiciado tinte azul. Con ella se enriquecieron los comerciantes allá por el siglo XV. Olvidada después, hoy su uso se ha recuperado para productos cosméticos, pues dicen que contiene Omega 3,6, y 9, estupendo para la piel.
Noelia Ferreiro. Viajes. El Mundo, 25 de julio de 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario