Fotograma de La biblioteca de los libros rechazados |
En los tres casos, el viejo trazo satírico, comúnmente orientado a señalar la fatua petulancia de los círculos intelectuales, da paso a algo más, a una mirada que sabe trascender el maniqueísmo sosteniéndose sobre un palpable conocimiento de causa alérgico a los clichés mecánicos.Otro rasgo que permite relacionar tres trabajos tan distintos pasa por su habilidad para proponer productivos diálogos con géneros cinematográficos de clara vocación popular, iluminador indicio de que, en el país vecino, la lectura se sigue considerando cosa de todos, valor democrático.
Partiendo de una novela de David Foenkinos que inspiró (y llevó al cine en colaboración con su hermano cineasta) La delicadeza (2011) y alcanzó el reconocimiento crítico con su reivindicación de la figura de Charlotte Salomon, La biblioteca de los libros rechazados se centra en la investigación en torno a la autoría real de un manuscrito sorprendente: una novela que armoniza la muerte de Aleksandr Pushkin con la crónica de una ruptura sentimental en presente, firmada por un pizzero difunto que, en vida, no había manifestado ningún tipo de inquietud literaria.
La película de Bezançon apuesta por una ligereza que no quiere hacer sangre, aunque su trama fija dos dianas para lanzar sus dardos críticos: las convicciones jerárquicas de un crítico literario mediático y la ciega obsesión de la industria editorial por encontrar el próximo fenómeno de marcado.
Si bien la resolución del misterio resulta apresurada y ortopédica, la película hace algún pico de finura estilística como el que protagoniza ese reportaje televisivo en torno al fundador de la biblioteca en cuestión.
Jordi Costa. El País, viernes 14 de junio de 2019
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