Cada año, por estas fechas, aunque no siempre, escribo un artículo sobre el Tour de Francia. Tanto es así que admito la posibilidad de que todos puedan parecer el mismo. Pero no.
Sabido es que no hay nada más gratificante que contemplar sentado a la sombra el esfuerzo ajeno bajo el sol. Y criticarlo, en tal o cual momento, por inoportuno o inadecuado. El ahínco por ganar una etapa depara la épica de la larga escapada y el vértigo suicida y violento del sprint final. El ciclismo de competición combina, como pocos deportes, el espectáculo de la tenaz gesta individual con la inteligente estrategia de equipo. Fascina la utópica aventura de quien se aleja raudo del rebaño y conmueve la sañuda persecución del pelotón a la caza del fugado. El grupo no desea que nadie se salga del redil hacia la meta. Como en la vida. Y como en la vida también, hay solidaridad entre compañeros para rescatar al caído o reintegrar al rezagado.
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...Me estoy fijando en esas aceras impecables, de asfalto coloreado.
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Al cine no le va bien el ciclismo pero se diría que es un deporte pensado para las cámaras, que hacen un continuo travelling hacia adelante o de acompañamiento, barridos, planos cenitales desde el helicóptero, montaje por corte desde las motos, insertos y hasta flash-backs cuando se repite la caída de varios que quizá no vimos en su momento. A falta de buenas movies, el ciclismo es la apoteosis viva del movimiento. Y vemos que Francia es un país rico en aguas y, por tanto, en verdor. Sus pueblos son hermosos, limpios y bien cuidados. Y su arquitectura popular es bella y distinguida. ¿No tienen arrabales, tierra seca, polvo, hangares, vertederos...? Parece que no. No se ven, como en cierto sitio, los puticlubs de carretera. Las iglesias y los castillos nos recuerdan, con su verticalidad y sus alturas, el poder histórico del clero y la nobleza, siempre dominantes sobre la masa horizontal del caserío, en la que no destacan ni el ayuntamiento ni la escuela. Miento. A veces, el ayuntamiento, sí, que por algo los franceses lo llaman pomposamente hôtel de ville y lo tienen, como al liceo, por quitaesencia republicana.
Y aquí va mi aportación de este año: las aceras. Me estoy fijando en esas aceras impecables, de asfalto coloreado. No faltan en ningún pueblo. ¿Cuándo vamos en España a desterrar de las aceras las baldosas y las losetas, que no paran de moverse, crear agujeros, salpicar en días de lluvia, provocar resbalones y partir piernas? ¡Ah, Francia y le Tour!
Manuel Hidalgo. El Mundo, viernes 12 de julio de 2019
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