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Fotograma de Génesis |
En el curso de una fiesta, la música se eleva y los invitados van agrupándose en parejas formando una constelación de intimidantes danzantes, pero la cámara sigue, de manera ceremoniosa, los paseos de Guillaume, el alto y desgarbado adolescente que se ha quedado fuera de esos juegos románticos, quizá porque su deseo no encuentra reflejo en el patrón normativo que rige la celebración. Después de una experiencia traumática y dolorosa en el exterior de la casa, una joven se reincorpora a otra fiesta, ajena y distante como una muerta viviente. La cámara sigue su paso sonámbulo, mientras a fondo de plano, puede observarse a su acompañante masculino incorporándose, con despreocupada naturalidad, a una conversación. En un campamento de verano, un grupo de monitores interpreta una canción alrededor de una fogata, mientras la cámara, con la exasperante lentitud de la mirada que avanza a la búsqueda de un significado, de una articulación de sentido, se mueve entre los grupos de niños situados a ambos lados de la acción. Poco a poco resulta evidente lo que el director quiere contar: la súbita manifestación de la chispa del primer amor entre dos miradas situadas en los extremos opuestos de ese rotundo plano secuencia.
Sirvan estos tres ejemplos para desvelar las estrategias del estilo del canadiense Philippe Lesage que, en Génesis su tercer largometraje, prolonga y refina los logros del que fue su impresionante debut Los demonios (2015). Si en esa ópera prima Lesage, se sumergía en los miedos tangibles e intangibles que rodean a la infancia, en Génesis, entra en el territorio de iniciación y autodescubrimiento donde el deseo da paso a las experiencias de la desconexión y la humillación.
Como en Los demonios, la película incluye un arriesgado punto de vista y la elegancia de las largas tomas de continuidad siempre parece anunciar la inminencia de algo perturbador Lesage es un autor fundamental, totalmente imprescindible.
J.C. El País. viernes 19 de julio de 2019
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