domingo, 29 de marzo de 2020

La respuesta estaba en el jardín

La mañana de este 26 de marzo buscaba en la versión digital de los periódicos una noticia referida a Francia para la sección Al día del blog. Era jueves, por lo tanto tocaba literatura. Como no encontraba nada de interés terminé entrando en ABC y allí estaba esperándome una reseña firmada por Gonzalo Núñez sobre el libro Viaje alrededor de mi habitación escrito por Xavier Maistre. Doble hallazgo: un libro interesante para cubrir la noticia del día y una idea que respondía  a la pregunta que me acompañó toda la semana:¿ qué voy a escribir el sábado?¿qué escribo sobre el confinamiento que no hayan dicho ya unos y otros?
La respuesta estaba en el jardín.  Xavier Maistre estuvo confinado 42 días en su apartamento de Turín. Tres años después escribió sobre esos días en los que se sintió moderadamente feliz. Siguiendo su ejemplo les invito a "un viaje alrededor de mi jardín". Tener un jardín en tiempos de confinamiento es un privilegio mayúsculo cuyo disfrute me gustaría compartir con los que leen este blog. Compartirlo desde mi soledad, en agosto se cumplen 10 años de la muerte de mi marido.
La zona de atrás, mucho más pequeña y que mira a la iglesia
rural de Viduido...
Nunca me distinguí por mis dotes de jardinera. Una asignatura pendiente que reservaba para la jubilación. Y en ello estoy. Hace 31 años, la casa recién terminada, cuando llegué aquí, con mi marido y nuestros dos hijos, estos cuatrocientos metros cuadrados no eran más que un montón de tierra y algunas piedras. Sin saber nada de  jardines ni de plantas, con algunos aciertos y muchos errores emprendimos el largo viaje  de hacer nuestro aquel trozo de solar. Los fundamentos fueron decididos de mutuo acuerdo: cierres laterales de tuyas (que pronto se convirtieron en unas poderosas murallas, sobrepasando con mucho la altura deseada), y el frente principal de la casa una valla blanca en aluminio de poca altura que nos permitiese ver la calle y los habitantes del lugar al pasar. En esa parte delantera del jardín césped sin más, reservando el terreno posterior para algún arbusto o arbolito.  La zona de atrás, mucho más pequeña y que mira a la iglesia rural de Viduido, sería nuestro espacio más privado, un rincón de estar exterior. En cuanto al resto mi marido me dio carta blanca y  eché mi imaginación a volar.

...plantamos los primeros árboles, los que nunca faltan en un jardín
   gallego: un camelio y un rododendro...
Poco tiempo antes de instalarnos aquí, en un viaje familiar por Portugal nos detuvimos en Óvidos. Una pequeña ciudad medieval, en la que se rodaba esa mañana de abril, Sans peur et sans reproche de Gérad Jugnot. Un manto azul de glicinias cubría casas y palacios. Cautivada, anoté: glicinias para la valla blanca del jardín...Pero me pareció poco y añadí las hortensias, también en azul, del jardín de Biarritz de mis amigos Dupouy. Glicinias por fuera, hortensias por dentro. ¿Se imaginan el resultado? Una maraña verde que crecía desesperadamente sin ninguna flor azul. Las hortensias resistían semi-ahogadas en una lucha desigual, de unos cinco años de duración,  hasta que  bajé bandera renunciando a la glicinia que aun repunta de cuando en cuando... Ahí empecé a pensar que la jardinería era algo serio que requería una cierta sabiduría y sobre todo experiencia. Tercer desengaño: el inmaculado césped de los primeros tiempos pronto perdió su perfección  de modo que plantamos los primeros árboles, los
que nunca faltan  en un jardín gallego: un camelio y un rododendro,  esta vez con éxito los dos. El camelio, podado por uno de los numerosos llamados "jardineros" que pasaron por aquí, tan aficionados a las formas geométricas, de influencia versallesca, acabó siendo una bola. Hace un año recuperó su elegante figura de árbol. Convive con dos prunos y una magnolia. En mi primer viaje a Italia, en 1993,  me enamoré de los pequeños jardines rurales que veía desde el autobús, con sus árboles en flor, en toda la gama de tonos desde el rosa al  morado, en los que nunca faltaba una magnolia. Nada más volver busque una magnolia, la más parecida a una que vi en Padúa  para completar el conjunto, por donde se accede a la casa, con un capricho italiano.
Dos pasillos  de césped entre la casa y las tuyas que, como verdes murallas, la cerraban, conducen a la parte trasera donde hacemos la vida en el tiempo de sol. "Cerraban". Fue la propia naturaleza la que se rebeló y ganó. Las tuyas del lado izquierdo hace pocos años se pudrieron, hartas de su función: privarnos de nuestros vecinos, de la luz y del sol. Una vez jubilada, hice derribar el otro muro verde de la derecha. ¡Qué liberación! De pronto el jardín se agrandó, se llenó de luz y sol. Se acabó el enclaustramiento. Y lo mejor: veo a mis vecinos, Ángeles y Manuel, cuando quiero. Algo fundamental, ahora, que nos permite reunirnos al menos una vez al día durante el confinamiento. En el pasillo derecho, el más ancho, hay ahora tres arbustos: un acebo del Limousin, un recuerdo de mi amiga Cécile, un cinamomo y un romero.
El   árbol del amor da sombra a la mesa  principal  en esta parte de atrás.  Otra vez  la inspiración  salió de allí,  de Portugal.  En la ciudad  templaria de Tomar vi un paseo o  alameda de estos árboles también llamados de Judea o de Judas.  Varias son las interpretaciones de sus nombres y sus poderes. El  nuestro se ha salvado de su muerte hace tres o cuatro años pues tiene el tronco torcido y raíces a la vista. Poco apreciado  por mi último "jardinero", dictada ya su sentencia, una amiga bióloga lo salvó en el último momento. La higuera procede de una compañera profesora de matemáticas, asturiana, de Figueiras. Hace honor a su origen por sus higos que son tantos como sabrosos, dulces como la miel.  En la esquina que linda con mis vecinos, nuestro punto de encuentro, con las precauciones debidas, imagino un limonero. 
Las hortensias son sin duda las reinas del jardín. Han ido extendiendo su poder por todos los cierres, imponiendo su azul de junio a octubre. Volveremos a ellas cuando salgamos del túnel.
Espero no haberles cansado con este recorrido apresurado de plantas, árboles y lugares que termino con otro préstamo de Maistre, un aforismo de Proust:"El único y verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos  ojos".

Carmen Glez Teixeira

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