Susan Sontag en Sarajevo en 1993, retratada por Annie Leibovitz
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En los días tenebrosos de Sarajevo se abrió paso entre otras iniciativas culturales, una protagonizada por Susan Sontag. Sus amigos la llamaron loca cuando les reveló que iba a ir a Sarajevo para montar Esperando a Godot. Los intentos de disuadirla no obtuvieron resultados. Allí se plantó, bajo el fuego de Mladic y sus subordinados, para ponerse al frente de una compañía de diez actores bosnios y representar la obra de Beckett, sin duda pintiparada para reflejar el limbo incierto y cruel en el que había quedado varada la cosmopolita urbe, ejemplo antaño de convivencia de religiones y etnias. Sus moradores al igual que los protagonistas de la pieza beckettiana, esperaban que alguien viniera a socorrerles y abrir la tenaza serbia. Aguardaban en balde también, Godot (la comunidad internacional) no llegaba. La presencia de Sontag, una de las pocas intelectuales (coincidió con ella, por cierto, Juan Goytisolo) que se implicaron en aquella guerra secundaria en la agenda de los jerarcas del viejo continente, al menos permitió darle al conflicto por unos días cierta reputación mediática. Asimismo aquel espectáculo ensayado a luz de cuatro velas consiguió otro objetivo, como explica Benjamin Moser en su biografía de la escritora:"La producción se convirtió en un acontecimiento cultural en el sentido más elevado de al expresión, algo que mostraba lo que la cultura vanguardista había sido y lo que, en circunstancias extraordinarias, podía todavía ser ". Sontag le da nombre hoy a la plaza del Teatro Nacional de Sarajevo...
Alberto Ojeda. El cultural, 25 de marzo de 2020.
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