viernes, 8 de mayo de 2020

La vida, el amor, la voz, la muerte y el mundo según Charles Aznavour

Charles Aznavour en Le regard de Charles
Walter Benjamin creía haber descubierto en el cine un arte, un acto, que acababa con la rémora de lo sagrado. Lo santo es siempre impuesto, lo profano viene dado. En su irreflexiva manera de acabar con los ritos y el aura como símbolos de privilegio, el cine se aproxima tanto al mundo que puede llegar a transformarlo. Esa mirada distraída que según el filósofo define a los espectadores de cine permite la posibilidad de asociaciones de ideas, de la discusión activa, de la casualidad, del error, de la revolución tal vez. Le regard de Charles (La mirada de Charles) es quizá la más extraña y brillante película benjaminiana. Posee el encanto aureo, casi sagrado y sin duda mítico, de su verdadero autor, Charles Aznavour, y, sin embargo, nada tiene que ver con él. Él solo mira. Se trata de una mirada tan emocionada como distraída del mundo; una más, una cualquiera y, sin embargo completamente única y transformadora. Revolucionaria.
Le regard de Charles, para situarnos, no es exactamente una ficción. Tampoco un documental. La dirección la firma Marc Di Domenico porque es él el encargado de pasar a limpio, ordenar y dotar de sentido el material original. "Llegué a Charles", relata por teléfono el director, "a través de su hijo Mischa. Tras conocernos empecé a trabajar con él en una entrevista-reportaje para la televisión francesa. Un día me enseñó la caja en que guardaba todas las cintas que había rodado a lo largo de su vida desde que Édith Piaf le regalara allá a finales de los 40 una cámara Bolex. Lo hago en todas las entrevistas como ésta, pero me cuesta describir la emoción que sentí. Era una vida entera de Charles, pero sin Charles". Y es ahí, en la contradicción, donde habita el milagro.
En efecto, el cantante de origen armenio que además fue actor y que por encima de todo y ante todo fue pequeño, feo, perfeccionista, irascible y sentimental se dedicó a grabar  no tanto lo que veía o sentía como su propia mirada...
Pero con todo, lo que cuenta es justo apenas lo que se alcanza a ver, lo opuesto a todo. Cuenta la voz en off  que Aznavour filmaba y ya. Jamás se molestó en revisar, montar y volver a lo filmado. Lo que le mantenía atento a la cámara era el poder mismo de acercarse y transformar la realidad. El mundo pierde su impostura sagrada, su aura que diría Benjamin, para adquirir el tacto profano de lo sustancial, de lo único, de lo verdadero. Y es eso mismo lo que ofrece Le regard de Charles; la posibilidad no tanto de acercarse a Charles como a todo lo que convirtió a Charles en ese hombre antes que mito que fue. Y es. Hablamos del hombre que escribió con mucho dolor 800 canciones ("Le costaba muchísimo. Sufría", recuerda Di Domenico); del hombre que quería ser antes de nada actor; del hombre que protagonizó películas como Un taxi para Tobruk o Tirad sobre el pianista  ("Truffaut le dijo que la película no era más que su mirada"); del hombre que actuó hasta casi el mismo día de su muerte con 94 años en 2018 y que canto hasta casi morir J'abdiquerai..."Alcanzó a ver diez minutos del montaje final antes de morir", comenta el director... "Y le gustó". No es tanto película como revolución. Es cine sin la impostura del cine. Es la realidad transformada por una mirada, la mirada de Charles Aznavour.

Luis Martínez, El Mundo, jueves 7 de mayo de 2020

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