Días de cine clásico nos está deparando La 2, sin que medie el pretexto de una efemérides, un inesperado miniciclo de películas de Audrey Hepburn (1929-1993. Después de Charada (1963) y Sabrina (1954) -vistas por más de 800.000 y 700.000 espectadores, respectivamente, que es mucho-, mañana a las 10 de la noche La 2 emitirá Desayuno con diamantes (1961). Al gozo de ver en acción a la carismática y muy singular actriz se suma, claro, el regalo de poder ver sin cortes -y si se desea en versión original subtitulada -películas firmadas por maestros de la comedia como Stanley Donen, Billy Wilder y Blake Edwards, lo que representa una programación en la que la cadena pública debería perseverar. Al mismo tiempo en Filmin se pueden ver nueve películas de la actriz y cinco en Movistar...
Tengo la impresión, tal vez infundada, de que, gozando de la admiración general, la actriz belga siempre aparece en nuestro recuerdo asociada a tres o cuatro películas importantes, pero que nos cuesta un poco darnos cuenta de que su apretada filmografía fue descomunal y versátil y que estuvo en manos de muchos de los directores más valiosos de varias generaciones con John Huston, King Vidor, Richard Quine o Steven Spielberg, quien fue en Para siempre cuatro años antes de morir, su último director. Carismática y singular, dije. Su carisma fue de una singularidad que le hizo, a la vez, atractiva y escurridiza. De aspecto frágil, bastante andrógina al tiempo que muy femenina, elegante, de finos modales, de una personalidad muy privada pese a su proyección y a sus apariciones públicas, de imagen muy poco sexualizada -sobre todo si se compara con las rubias y no rubias de los años 50-60-, era, y a la vez no era una estrella (como las demás), tenía un encanto tan digno de admirar como difícil de incorporar a los sueños personales de sus admiradores, que la podían ver tan cercana como inaccesible, demasiado comedida pese a haber dado en la pantalla tantas muestras de gracia y picardía, como si fuera algo antigua pese a haber exhibido sobrados síntomas de ser moderna. En fin, un poco de mírame y no me toques, más hermana que amante. ¿No es así? Pues estaré equivocado. Y también si digo que, pese a todo, es como si no hubiera tenido una biografía, como si no estuviera aureolada de una mitología personal que permitiera la transmisión de algo parecido a una leyenda a los jóvenes y menos jóvenes espectadores de hoy... Audrey Hepburn tiene algo de rabiosamente actual...
Audrey Hepburn tenía una biografía bien intensa, con solo 16 años, al término de la II Guerra Mundial, tras haber vivido la montaña rusa de una primera infancia feliz y desahogada, una ruptura familiar, un peregrinaje por tres países (Bélgica, Holanda e Inglaterra), el abismo de la pobreza y el hambre, saber que su madre que siempre se ocupó de ella había llegado a fregar suelos para pagar sus estudios de música y danza con las mejores profesoras, la preocupación por un hermanastro metido en la Resiatencia holandesa, capturado y confinado por los nazis y, el conocimiento de que sus padres habían jugado en el bando equivocado y derrotado. Por eso, cuando a los 22 años rodando en Montecarlo su sexto papel pequeño y casi anónimo en una película inglesa, la escritora francesa Colette se fija en ella, digamos que "la descubre"y logra imponerla como protagonista de la versión musical de su novela Gigi que se va a hacer en Nueva York , la vida de Audrey Hepbur que dio una gran vuelta de campana hacia un horizonte inalcanzable y que atravesó al ser elegida por William Wyler para Vacaciones en Roma, Oscar, Bafta y Globo de Oro para ella con su primera película americana, su primer papel protagonista y 24 años. Mañana la veremos -a pesar de Truman Capote, que prefería a su amiga Marilyn Monroe- frente a la joyería Tiffany's, al comienzo de Desayuno con diamantes, con ese ya icónico vestido negro de Hubert de Givenchy, el discípulo de Balenciaga que marcó con su sencillo y elegante clasicismo la imagen de Hepburn...
Manuel Hidalgo. El Mundo, 18 de mayo de 2020.
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