Mathias Enard |
Sin embargo, esa idea recurrente del regreso a la patria chica que abandonó con 18 años fue tomando forma hacia 2010, cuando se le ocurrió que para narrar con libertad y distancia su propia tierra "necesitaba un narrador viajero, como yo, para explorar esta zona con ojos ajenos, desde fuera. Entonces crea a David Mazon, un antropólogo que quiere retratar esta región de forma científica. Llega a un pueblo de unos 600 habitantes y se instala para escribir su tesis doctoral". Así arranca El banquete anual de la Cofradía de los sepultureros (Literatura Random House), cuya primera y última parte nos muestra el diario de campo de Mazon, que escribe con sinceridad y perplejidad hilarantes sus escarceos con los habitantes autóctonos del ficticio pueblo de La Pierre Saint-Christophe.
"El humor surge del contraste entre ambos mundos, del decalaje entre lo que el narrador cuenta y lo que nosotros podemos ver, inferir o imaginar que es realmente el pueblo", explica Enard que, en su país, donde el libro acaba también de salir, está cosechando mucho éxito y buenas críticas que destacan esta faceta cómica poco habitual en su obra. No obstante, el escritor se pone serio para tratar uno de los temas capitales del libro que es a la vez "una pregunta inmensa que se hace David: ¿Qué significa realmente vivir en el campo hoy con todos los cambio tecnológicos, ecológicos, sociales...?, explica el autor.
Desde que empezó la pandemia, todo lo que vemos en el campo es la posibilidad de alejarnos un poco de todo lo que está pasando en la ciudad, contagios, restaurantes y bares vacíos, toques de queda...Pero más allá de esto vivir en una aldea pequeña hoy es lo que ha sido siempre: tener otra relación con la naturaleza, con los servicios públicos y con la gente que te rodea", sostiene el autor, aunque matiza que hay campos y campos. "En Francia parece que ahora en el campo solo hay campesinos y gente que se dedica a la agricultura, lo que no es verdad para nada. Hay taberneros, médicos, carteros... un montón de gente que no vive directamente de la tierra. A mí me interesa el microcosmos de eses pueblos, que cada vez van teniendo más rasgos urbanos"...
"Intento retratar cómo a través de un lugar muy pequeño se puede llegar a lo universal, de forma muy concreta, no abstracta, historias personales que conforman el gran tapiz de la historia y de la vida. Siempre se dice que en los pueblos no pasa nada, que están fuera de la historia. Pero yo creo que, al contrario, todos los destinos están vinculados unos con los otros, que todos los seres humanos tenemos un destino único y la historia es una", explica el autor... Es esta universalidad, este concepto de la unidad el leimotiv de la novela de Enard, donde, por cierto, sí ocurre hacia la mitad un banquete de sepultureros que es un homenaje a grande s clásicos de la literatura gala como Rabelais o François Béroalde de Verville y "a esos escritores que, al estilo griego, consideraban el banquete un simposio, un debate para charla y disfrutar de la conversación y la compañía del otro"... En este sentido, también mantiene que al final todos los lugares están relacionados... "creo en el sentimiento de que todas las vidas de aquí y de allí están vinculadas".
En cuanto a la muerte opina que "hay que pensar en al muerte desde el lado más filosófico. Explorar las diversas opciones, aunque al final la decisión no es nuestra y lo que creamos poco va a cambiar. Pero lo que pensemos sí cambia nuestra vida"...
Andrés Seoane. El Cultural, 29 de octubre.
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