Escena de El enfermo imaginario. E.M |
Pantalone en ciernes, pelele al que todos torean, el Argan de Flotats tiene gracia, presencia y un trasfondo tierno. Anabel Alonso es una serveta de la comedia del arte italiana, ágil, zascandil y resolutiva muy bien guiada. Ambos son ejes de un reparto en el que sobresalen el Beraldo cabal y cachazudo de Joaquín Notario; el Tomás Diarreus, polemista majadero y doctor en ciernes, de Francisco Dávila y la Angélica grácil, pizpireta, de Belén Landaluce, actriz cuya determinación lleva al extremo con brillo cuanto Flotats la marca. En su interpretación, la muñequita del primer acto se transfigura en diplomática capaz de dar réplicas sucesivas contundentes a su padre, a su madrastra y el prometido que le han endosado. Las coplas de picadillo que se marcan Rubén de Eguía y Landaluce levantaron un aplauso generalizado en la noche del estreno.
Flotats pone la función en pie con vuelo teatral, sin descuidar detalle. La escenografía de Frigerio y Massironi es de una magnificencia versallesca. Tal y como lo ha dispuesto, todo acontece en el siglo XVII pero nos habla del aquí y ahora, en particular en el acto tercero, cuando Molière nos recuerda que ningún mal debe remediarse causando otro mal mayor. La traducción de Mauro Armiño, precisa y eufónica, ayuda sustancialmente a establecer el puente entre épocas.
El director ha suprimido los ballets y cantables intermedios, según es costumbre. Por sorpresa, también ha eliminado el personaje de la hija menor de Argan, que tiene una escena de contacto físico estrecho con su padre y, según se indica en el programa de mano, debía ser interpretado en alternancia por cuatro niñas. Tomada esta medida y tomada también la decisión de pagarse de su bolsillo las pruebas de la covid 19, los actores actuaron sin mascarillas, contra lo anunciado días atrás.
El enfermo imaginario. Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 27 de diciembre.
Javier Vallejo. Babelia, El País, 21 de noviembre de 2020
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