Leila Slimani. (Foto:Virginie Clavières) |
Slimani (Rabat, 1981; ganadora del Premio Goncourt en 2016) recibe a El País Semanal en Lisboa, donde se ha instalado a vivir con su familia en una etapa diferente, abrigada por la calma y la amabilidad que se respiran en Portugal después de tiempos difíciles en Francia, donde la agresividad que vivió en las redes durante la pandemia le hizo cerrar sus perfiles y replegarse en su intimidad. Leila está enferma, recién salida de urgencias con una tos fea y gran malestar, pero el antibiótico y la voluntad la mantienen en pie para esta conversación en la Casa do Alentejo, un palacio del siglo XVII con una poderosa estética oriental que parece situarnos en su Marruecos natal.
P.-¿ Ha sido más difícil investigar en la historia de su familia o en la de Marruecos?
R.- La de Marruecos. Porque la de mi familia me ha inspirado pero he inventado mucho. En cuanto me falta algo me lo invento. Tengo historias familiares que me han contado, anécdotas que no sé si son verdad o mentira, eso no ha sido complicado. Ha sido más difícil averiguar cosas de la historia de Marruecos.
P.- ¿Y qué ha aprendido? ¿Qué le ha sorprendido de la historia de Marruecos?
R.- Me ha sorprendido todo lo que hay al fondo. Yo sabía que el régimen de Hassan II fue de una represión muy muy dura. Pero he investigado con mucha precisión la tortura, los sucesos de 1985, y no era consciente del nivel de violencia y de crueldad. Y, sobre todo cómo fue posible para la generación de mis padres saber que todo eso existía a su lado y que a la vez eran felices. Cada vez que les preguntaba por sus recuerdos, su respuesta era: "¡Oh, éramos tan felices!". Y eso es lo que más me ha sorprendido. Ver cómo mientras bailaban, estaban de fiesta, estudiaban o descubrían una forma de libertad, a la vez vivían en dictadura.
P.- ¿Sufrieron esa represión en la familia?
R.- Hubo algún detenido, encerrado durante días con los ojos vendados. Pero no. No hemos sufrido como las otras familias. Se sabía que eso existía y que no había que hablar, que había que tener cuidado. Pero nadie fue directamente una víctima.
Después de una primera entrega centrada en la generación de sus abuelos -una francesa casada con un marroquí-, esta segunda parte de la saga se centra en la de sus padres. Miradnos bailar retrata años de esperanza por la independencia, pero también de plomo
P.- Usted describe la independencia con decepción.
R.- La gente se equivocó al pensar que la descolonización consistía en un papel que dijera que ya no éramos colonia. Era mucho más complejo que eso. La descolonización es un fenómeno brutal y lleva muchísimo tiempo descolonizar los cuerpos, las mentes, los lugares. Siempre quedan huellas en todos los ámbitos, en los edificios o en la lengua. ¿Y qué hacemos? ¿Lo rechazamos? ¿Hacemos algo con ello para definir nuestra identidad? Es un proceso de una dificultad extrema y mi generación es tal vez la primera capaz de abordarlo sin odio, con la perspectiva necesaria, sin la ira y la amargura que tuvieron generaciones anteriores. Hablamos francés, tenemos edificios neocoloniales, etcétera, pero somos marroquíes e independientes. Somos libres. Y eso es lo que quería mostrar, que todo eso lleva muchísimo tiempo.
P.- ¿Pero está de acuerdo con ese sentimiento de decepción?
R.- Quien aspira a una revolución marxista sí estará decepcionado, por ejemplo. O quienes imaginaran una gran revolución tradicionalista, un regreso al islam. Los que pensaron que la independencia iba a traer libertad, educación para todos, menos pobreza y menos desigualdad vieron que era un sueño demasiado grande o idealista. Sí, hubo decepción de muchísima gente. Y también hubo muchos que lograron sacar provecho.
P.- Describe como su abuela francesa sufrió exclusión en Marruecos. Y la hija marroquí de esta la sufrió en Francia. ¿El racismo es universal? ¿De doble vía?
R.- Es universal, sí. Hablamos de una pareja mixta que arrastra el conflicto entre las dos culturas, En el primer libro el racismo es más brutal. Y en el segundo intento mostrar el choque social. En Marruecos, un rico puede comportarse exactamente con la misma crueldad y desprecio ante un pobre que un francés ante un marroquí. El racismo tiene varias caras, pero al final lo que queda es el odio de unos a otros, el desprecio a quienes consideramos más débil. De alguna manera, la élite marroquí se comportó igual que los colonos franceses se habían comportado con los indígenas. Yo cuestiono todas las lógicas de la dominación, sean de carácter racial, social o de género. Pero al mismo tiempo hay mecanismos de lucha para que eso cambie, para que la gente tome conciencia de su derecho a la dignidad, al respeto, sean mujeres, pobres, negros o árabes. Por eso mi obra trancurre a lo largo de un tiempo extenso, para mostrar que hay cosas universales y terribles contra las que nos enfrentamos. Pero que el mundo cambia, pese a todo. Generación tras generación, hay un deseo de levantarse y luchar...
Berna González Harbour. El País Semanal, 17 de febrero de 2023.
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