Escena de La vida es una fiesta
Se nota que todo nace de la improvisación y la creación colectiva. No parten de textos, sino de ideas. Todo se escribe sobre el escenario y por eso lo que pasa ahí arriba es tan de verdad, aparte que los actores son magníficos y el director , Jean-Christophe Meurisse, seguro que los espolea para que se desmelenen en los ensayos. Pero así como los desparrames resultantes se hilaban muy bien en el espectáculo con el que se presentaron hace dos años, No todo el mundo puede ser huérfano, no ocurre lo mismo en La vida es una fiesta que se pudo ver en los Teatros del Canal de Madrid. También desata carcajadas, sorprende, desconcierta, perturba y maravillan sus intérpretes, pero agota porque por debajo no hay una dramaturgia sólida. El montaje por momentos parece más bien una sucesión de sketches sin más objetivo que el de repartir coces a diestro y siniestro. Muy brutos y muy buenos todos, pero el conjunto acaba cansando.
A ello contribuye también cierta dispersión temática. No todo el mundo... era un montaje más contenido porque se centraba en la familia, mientras que La vida... dispara a discreción. Comienza como una encendida y bulliciosa sesión de la Asamblea Nacional francesa que ridiculiza a los políticos (de toda ideología) y de ahí pasamos a la unidad de urgencias psiquiátricas de un hospital donde acaba uno de los diputados de derecha tan extrema que se le va la cabeza. Ese lugar será el nexo de los sketches: por ahí pasarán personajes como una cuarentona soltera y deprimida o un maduro ejecutivo trastornado tras ser despedido por dos jovenzuelos de Silicon Valley. Hay batallas callejeras entre policías y chalecos amarillos, estallidos de locura y burlas de todo tipo que ponen en evidencia las chifladuras del mundo contemporáneo.
Raquel Vidales. Babelia. El País, sábado 22 de abril de 2023.
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