En la cincuentena, y sin prodigarse (sale a filme por año en la última década), Sophie Marceau será para varias generaciones aquella joven princesa Isabel que acaba liándose con William Wallace, alias Mel Gibson, en la oscarizada Braveheart (1995). Treinta años después se mantiene como una estrella del cine francés, aunque nos deba todavía la pieza que la convierta en mito. Expareja del polaco Andrzej Zulawski, para el que protagonizó varios filmes, directora de otros tres, escritora y guionista, responde al arquetipo de mujer que no necesita reivindicarse en una industria hasta hace poco desconfiada del empoderamiento femenino. Traición está pensada para su personaje, repartido entre su oficina de inspectora de policía en París y su carrera de escritora de novela negra, aunque ahora se proponga escribir sobre su querida hermana, que pocos años antes decidió quitarse de en medio, circunstancia determinante en el desarrollo del guion, obra de Jean-Paul Civeyrac en un doblete con algunas aristas.
Si en cuanto a factura se mantiene en el canon, el texto muestra lagunas debilidades, quizá por centrarse en exceso en Marceau, muy enamorada de su marido, al que un día descubre paseándose con otra señora. De ahí el titulo, y de ahí que el espectador se huela que esto no puede acabar bien porque además es imposible. Al movernos en el territorio del thriller, es comprensible que se abran varias puertas por las que colar nuestra atención. Sabemos que ella pone el ojo donde pone la bala, como sabemos su pasión por el arco y lo mucho que atina con las flechas. De ambas cosas no puede salir algo bueno. Evitemos destripar el resto porque se trata de mostrar la convulsión emocional de alguien que se creía en un mundo feliz para descubrir que lo suyo era una pesadilla. Lógico que quiera pasar el cobro. Para quienes adoramos a Marceau, un festín.
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, viernes 23 de junio de 2023.
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