Este segundo libro de memorias, continuación de Los días del Cáucaso, cuenta la vida en París de esta mujer de una familia campesina y musulmana que alcanza la opulencia gracias a las ilimitadas reservas de petróleo de Azerbaiyán y lo pierde todo con la llegada al poder de los bolcheviques. Junto a millones de rusos blancos, se exilian a Europa con los objetos de valor que han podido rescatar, pero ella, sola, llega a París cuatro años más tarde en busca de libertad y supervivencia. Son los "locos años veinte" de entreguerras, y París, un hervidero de cultura y gente de todas las nacionalidades.
La ventaja de unas memorias sobre una autobiografía es que las primeras no deben someterse a unas reglas de la narración literaria desde la madurez, seleccionan su material desde una distancia que ordena los sucesos de otro modo. Al llegar a París, Banine encuentra el apoyo de su hermana Zuleiha, casada con José, un pintor español. Y conocería a toda clase de celebridades, de Iván Bunin a los Scott Fitzgerald, Hemingway, Henry Miller, Joyce, Sylvia Beach, los eslavos Chagall, Kisling, Diághilev y Stravinsky; y otros como Fujita, Modigliani, Moréas, De Chirico, Picasso. En Montparnasse, "toda esa gente vivía de esperanza y café con leche, si no de licores, brebajes aún más costosos... Pero su pobreza no les quitaba su confianza en la vida".
La mirada de la autodenominada "caucásica bobalicona" sobre aquella desopilante sociedad es la joya de este libro. Junto a ellos la visión de aquellos rusos blancos, un "pequeño universo en sí, con sus tradiciones, sus reglas, su ética... y las damas de honor de antaño convertidas en señoras de los lavabos y camareras descendientes de los primeros boyardos moscovitas "ofrece un testimonio impagable. La vida de Banine se convierte en un asunto más personal desde el momento en que aparece en escena su prima Gulnar, un temperamento volcánico que centra las memorias en la evolución personal de la propia Banine. A partir de aquí, su vida se desenvuelve entre un militar blanco de considerable atractivo físico, Nicolás Carpoff, y el refinado Jerôme de Labussorie, de gran importancia en su educación. Las anécdotas con ambos y Gulnar se suceden a cuál más entretenida mientras aparece una relación con un tercer hombre, Grandot -"especialista en volverme loca"-. En toda esta parte es cuando habla más de sí misma y sus historias personales hasta que al fin consigue el divorcio del marido que le fue impuesto en su primera juventud por su padre. Al fin la libertad total.
La frescura del relato es tan fascinante como su inteligencia vital. Digamos, además, que fue amiga de toda confianza de Ernst Jünger, al que conoció en el París ocupado en 1943, al que dedicó tres libros y a quien tradujo al francés, así como Dostoievski. Afortunadamente, estas memorias han vuelto a salir a la luz después de 75 años, traducidas al inglés y alemán y ahora al español.
José María Guelbenzu. El País, sábado 6 de mayo de 2023.
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