lunes, 19 de junio de 2023

Dialogando con la vida

Fotograma de Dialogando con la vida

Christophe Honoré ha pergeñado  una obra cinematográfica que en sus mejores momentos, en filmes como Las canciones de amor (2007), Vivir deprisa, amar despacio (2018) o la reciente Habitación 212 (2019), explora todas las aristas de las relaciones sentimentales sin eludir el tono pop y la ligereza cómica. En cambio, en otras entregas como Mi madre (2004) o Haciendo planes para Lena (2009), suele pasarse de frenada en lo que a intensidad se refiere, resultando su estilo un dechado de afectación y gravedad.

Dialogando con la vida entraría a la cabeza de este segundo grupo de películas, aunque por una vez el drama cautiva y conmueve a pesar de que no dé respiro. La historia del joven Lucas, al que la inesperada muerte de su padre le llega en ese momento de la adolescencia en el que todo es resplandeciente y doloroso, sobre todo el despertar de la sexualidad, se recrea en un tono lastimero y engolado, sostenido por la divagante voz en off  del protagonista. Este recurso ofrece al conjunto un sentido estrictamente novelesco. Si añadimos el escepticismo y el lirismo desbordantes de la propuesta, el riesgo de resultar cargantes es manifiesto, pero Honoré nos mantiene hipnotizados ante el drama de una familia  que busca la manera de recomponerse tras el traumático mazazo propinado por el destino.

Buena parte del éxito del filme descansa en el trabajo de los intérpretes. Poco más podemos añadir que matice la grandeza de Juliette Binoche, impecable en el papel de esa madre que acabará apropiándose del punto de vista , o de un Vincent Lacoste  que ha demostrado una versatilidad fuera de lo común y que aquí borda al hermano bipolar. Sin embargo, es el joven Paul Kitcher quien consigue con naturalidad  y sutileza agarrar al espectador  y no soltarlo en 120 minutos.

Javier Yuste. El Cultural, 5-5-2023.  

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