La habitación azul, un manifiesto feminista avant la lettre.
(Obra de Suzanne Valadon de 1923.)
El Museo Nacional de Arte de Cataluña la reivindica ahora con la exquisita exposición Suzanne Valadon. Una epopeya moderna, la primera antológica que se le dedica en España, en colaboración con el Pompidou. Porque la de Valadon es una epopeya en toda regla: la de una niña nacida en una familia humilde, de padre desconocido, que trabajó de florista, lavaplatos, niñera, lavandera, camarera y acróbata en un circo hasta que se dedicó a posar para los artistas de vanguardia y a pintar ella misma unas obras que, en muchos casos superaban a las de los maestros. Una heroína moderna cuya obra resulta absolutamente contemporánea, como si fuese una mezcla (a priori imposible) entre la elegancia estilizada de Matisse y la paleta descarnada de Lucien Freud, a la que se adelantó varias décadas. "Suzanne Valadon es más conocida como modelo que como artista. Nadie sabía que dibujaba mientras posaba... En Francia se la ha empezado a reivindicar recientemente", señala el experto picassiano Eduard Vallès, jefe de colecciones del MNAC y comisario de la exposición del año en Barcelona, que se recorre como un paseo por el París bohemio.
La cuidada escenografía de la muestra -"queríamos que fuera inmersiva, pero sin la parte digital", apunta Vallès- resucita la atmósfera de los cafés, las callejuelas de Montmartre, el aire de Cabaret (la pequeña Clementine vivía a 100 metros del Moulin Rouge), el taller de la artista... En este París de la Belle époque se hizo un hueco el grupo de catalanes bohemios, encabezado por Ramón Casas, Santiago Rusiñol y Miquel Utrillo, que además de pintor era ingeniero, crítico de arte y coleccionista. Todos tomaron a Valadon como modelo (también fue una de las musas de Renoir, que la inmortalizó en varios lienzos). Pero con Utrillo vivió una intensa relación sentimental que quedó plasmada en varios retratos. En la exposición se contraponen estos retratos cruzados: un Utrillo de perfil (hecho por Valadon) parece observar a la artista de mirada perdida y el pelo recogido, dibujado con una especial delicadeza por parte de él. Uno de esos muchos retratos se conoce como La guerra de los siete años, el tiempo que Utrillo tardó en reconocer a su hijo Maurice y en darle su apellido. Maurice Utrillo al que Valadon dio a luz con 18 años- se convertiría también en un destacado pintor, colega de Modigliani, aunque torturado por sus excesos estilísticos.
Si con Utrillo Valadon vivió una relación convulsa, con el pianista Erik Satie aun fue más. Tras su ruptura, Satie compuso Vexations (Vejaciones) una compleja partitura con un único motivo que exige ser tocado 840 veces seguidas sin parar. El primero que se atrevió a interpretarla fue John Cage en 1949.
Valadon escribía su vida de novela en los lienzos, que fluctúan entre la sobriedad impresionista, las pinceladas fauvistas al estilo Gauguin y un expresionismo voluptuoso. El inflamado retrato de Satie, que se expone junto a un piano y Vexations, da idea de la turbulencia de sus sentimientos.
Además de su galería de incisivos retratos, si hay un género que Valadon dominó fue el desnudo. "Ahí se consagra y se impone sobre las demás artistas de la época. Ninguna lo representaba como ella. Escapó de la mirada estereotipada y masculina, de la erotización, para pintar desde la naturalidad y el hecho biológico de ser mujer" explica Vallès. Extrañamente, en sus cuadros, la sensualidad late en la riqueza de telas y mantones, en los colores fulgentes de las flores, en la piel de leopardo sobre la que reposa la modelo. Pero no en la desnudez.
"Fue la primera mujer en pintar un hombre desnudo", dice Vallès ante su Adán y Eva (1909). Pero para poder presentar la obra en el Salón de Otoño tuvo que pintar una renacentista hoja de parra sobre los genitales de Adán (la desnudez de Eva no suponía un problema). Ese Adán era en realidad su nuevo amor: André Utter, un joven pintor amigo de su hijo Maurice con el que acabaría casándose. Utter tenía 23 años; Valadon 45.
Valadon siempre iba más allá de las convenciones, tanto morales como pictóricas. Su Venus negra (1919) fue una revolución. Y su magna La habitación azul (1923) un manifiesto feminista avant la lettre. En ella representa a una Olimpia moderna, entrada en carnes y recostada en la cama mientras fuma, con mirada displicente y varios libros a sus pies. Una oda a la mujer culta y real, a la mujer libre que ella misma fue.
Vanessa Graell. El Mundo.es, jueves 18 de abril de 2024.
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