-Todo es un decorado.
Estamos en uno de estos cafés flotantes que no dejan de proliferar en los últimos puestos, y Marine Calmet, abogada y miembro del colectivo Guardianes y Guardianas del Sena, explica que hay que defender el río y proteger sus "derechos fundamentales": "En España el Mar Menor tiene derechos. Derecho de existir, de conservar su equilibrio físico, de ser restaurado en caso de polución. Jurídicamente se le considera una entidad, es un sujeto biológico y cultural. ¡El Sena no es un río olímpico! Es un ser biológico, una comunidad viva". Y añade: "Hay que devolver la libertad al río, darle el derecho a tener meandros libres, podríamos hablar de su derecho de expresión, de salir de su lecho" ¿Una locura, darle derechos al río? "Lo que ayer parecía delirante, hoy se considera un combate justo", responde. Hay un cambio de mentalidades. Cando se decía que las mujeres tendrían un día derecho al voto, estoy segura de que los tíos decían: "Vaya idea, que tontería".
¿De qué hablamos cuando hablamos del Sena? Hay un Sena con sol y con niebla, un Sena clásico y barroco, un Sena incontrolable y otro civilizado, el Sena de los monumentos y el de las fábricas y zonas industriales.
Después de días deambulando rió arriba y río abajo, es un escritor quien da la clave: "El Sena es un río mental". François Sureau es miembro de la Academia francesa -técnicamente un inmortal: así se llama a los miembros de esta institución- y uno de los abogados especializados en derechos civiles más conocidos en Francia, además de militar en la reserva y veterano de las guerras de Bosnia, Afganistán y el Sahel. También es el autor de L'or du temps (El oro del tiempo), un ensayo de casi 800 páginas sobre el Sena, del que escribe: "Es el río en el que habré pasado lo esencial de mi vida. Muy tarde me di cuenta de que esta delgada corriente gris y verde formaba el centro de un territorio partido, real e imaginario, cuyo secreto nunca cesé de querer descifrar".
Sigue sin haber descifrado el secreto, pero este lunes al mediodía, y casi al final del periplo, estaremos más cerca que en ningún otro momento de resolver el misterio. Nos hemos sentado en Le Mirabeau, un café al lado del más literario de los puentes, el que inspiró el famoso poema de Guillaume Apollinaire:"Bajo el puente Mirabeau fluye el Sena/ y nuestros amores/ ¿Hace falta recordarlo?/La alegría venía tras la pena".
Sureau, un hombre con aspecto de caballero del Siglo de Oro, devoto de los surrealistas y de Apollinaire y detractor acérrimo de los Juegos Olímpicos, se pide un bloody mary, enciende la pipa y empieza a hablar: "En París el Sena no sirve para nada. Si usted va a Viena o Budapest, el Danubio o el Dnipró en Kiev, son ciudades abiertas al río mientras que París sigue dando la espalda al Sena. Puede que esto tenga un motivo histórico. El Sena fue durante mucho tiempo el paso de las invasiones, cuando los normandos subían a París. Así que en el imaginario parisiense el río era algo peligroso, igual que el mar era peligroso para los corsos, porque de ahí venían los bárbaros".
El Sena, continúa Sureau, "no es una gran vía fluvial, sino un río de ensueño, para los artistas, una cuerda sobre la que se camina, y un río nacional, exclusivamente francés, porque nace en Francia y llega al mar en Francia... Es a la vez una invitación a partir y regresar, como un monasterio, a donde se va a romper con el mundo y a la vez donde se espera partir para llegar a otro mundo. El Sena es para mí como un monasterio de agua, una invitación a un viaje inmóvil".
Bajamos al muelle a la altura del puente de Passy y por el barrio de Trocadero. Nos habla Sureau de lo surrealista que es este río si uno se fija bien. Decía Apollinaire en otro de sus poemas:"Pastora, oh Torre Eiffel, el rebaño de los puentes bale esta mañana". Sí, hay París detrás de la postal. Pero entonces, sin movernos de ahí, surge a la izquierda la Torre Eiffel, y a la derecha la réplica de la Estatua de la Libertad neoyorkina en la isla d los Cisnes, y en el puente las parejas de prometidos asiáticos vestidos como para la boda para dejarse retratar en el París monumental. Ciudad imaginaria y al mismo tiempo tan real. La prueba definitiva de que a veces las postales tienen razón.
Marc Bassets. El País Semanal, 1 de junio de 2024
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