El cuidado en las localizaciones, con paisajes futuristas reflejando la decadencia de la Tierra y la opulencia artificial del planeta rojo, es de asombro, lo que no impide algunas debilidades: la diferencia en las expresiones faciales de los protagonistas frente a los secundarios, menos detalladas en comparación con los elaborados fondos.
La narrativa es sólida y mantiene en vilo. La película viaja al año 2200, con el planeta Tierra convertido en un lugar deprimente, mientras Marte representa la utopía de los ricos. En tal contexto, los robots (casi indistinguibles de los humanos) tienen un papel crucial, desde tareas cotidianas hasta (copias de seguridad), androides con las personalidades de individuos fallecidos para insuflarles una nueva vida. Son elementos que invitan a preguntas y reflexiones sobre la vida y el avance tecnológico.
El guion combina la acción trepidante con pasajes para la meditación. Está lograda la relación entre Aline (luchando contra su adición a la bebida) y Carlos (enfrentándose a su nueva existencia robótica), que aporta un toque de humanidad en un entorno desangelado.
Álvaro Velerio. La voz de Galicia, domingo 19 de mayo de 2024.
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