sábado, 8 de junio de 2024

El Sena no es solo una postal

La Sena es un espejo en el que se refleja París, sus horas gloriosas y las más dramáticas. En los años recientes, los parisienses han recuperado los muelles para peatones y ciclistas, y se han embarcado en un enorme esfuerzo para limpiarlo y convertirlo en zona de baño. Este verano será el escenario de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos y de varias pruebas. La ciudad se vuelca en su río y vuelve a hacer de él lo que siempre fue: uno de sus grandes símbolos.

Hay ríos que son postales, y ningún río lo es tanto como el Sena en París. La catedral de Notre Dame, los 37 puentes, la Torre Eiffel. Los turistas y los enamorados. Las películas y los recuerdos.

Pero existe otro Sena detrás de la postal. ¿Dónde? No es mala idea sentarse un rato en uno de los muelles y observar. El agua es verde . O marrón. O más precisamente "color de plomo": así la describe el detective ficticio Nestor Burma en la novela de los cincuenta Niebla en el puente de Tolbiac. En todo caso nunca azul..  

Lo que se esconde bajo este caldo espeso es imposible de adivinar. Misterios de París. Muebles y algas. Bicicletas. Peces feos e incomestibles, o "para comer por su cuenta y riesgo", según Matéo, que pesca y hace fotos de sus trofeos antes de devolverlos al agua. "Una cloaca", resume, mientras cruza un puente en un barrio de rascacielos. Es un jubilado de 83 años, gafas Ray-Ban, traje de golf con escudo de club irlandés y anécdotas rocambolescas sobre su pasado de arquitecto, piloto de rallies y esquiador. "Mi mujer solía bañarse aquí", recuerda ya al límite de la ciudad Denis Safran, un médico que reside en una barca  al lado del Hospital Pompidou, donde trabajó. "Dejo de hacerlo porque hay peces muy grandes, siluros y cuando vio que alguien pescaba uno de 1,80 metros, lo dejó". Philippe Holvoet, patrón de otro barco -este , La Dame de Canton, café y sala de conciertos, fabricado en China en 1981 y anclado a la altura de la biblioteca François Mitterrand. una zona algo desangelada y lejos del tramo turístico-, cuenta que una vez vio un coche caer al río, afortunadamente sin nadie dentro. Otro día un cadáver quedó encallado en la embarcación.

Cerca, el puente de Tolbiac, el de la novela, sigue ahí. Un día de esta primavera, al inicio de un paseo a pie con el fotógrafo  Samuel Aranda por los 13 kilómetros del río en París, de este a oeste en dirección al mar, había bajo el puente un ramo de flores y un papel escrito a mano que decía: "Mohamed de Malí. Muerto aquí el 19 de abril de 2023. Descansa en paz. Amén". Parecía que desde las profundidades del río nos estuviese llegando una señal y que nos dijese que no nos fiásemos de las apariencias. Que buscásemos detrás de la postal.

El río, espejo de París: la ciudad en pequeño. A sus orillas todo. Los palacios del poder: la Asamblea Nacional, el Ministerio de Exteriores en el Quai de Orsay y el de Economía y Finanzas en Bercy, con una lancha siempre a punto para trasladar al ministro por vía fluvial (la misma lancha que un día de verano de 2016 un joven ministro tomó para dirigirse al palacio del Elíseo  a presentar la dimisión al presidente, y un año después era él el presidente: se llamaba Emmanuel Macron). Más palacios: los del arte y la cultura. El Louvre, el Musée d'Orsay, la Academia Francesa. Y los del poder mediático: la radio televisión pública tiene su sede a la salida de la ciudad.

El río es un pulmón económico, la autopista que atraviesa París, un desfile constante de barcazas con arena para la construcción, con automóviles, con los productos para los supermercados.

La ciudad entera cabe en el Sena, también su pobreza. Los sin techo viven en tiendas bajo los puentes. Inmigrantes que al salir el sol se marchan a trabajar  y regresan al atardecer. O esta mujer que se lava los dientes junto al río mientras pasan las barcazas de mercancías o los bateaux-mouche, los barcos turísticos. Después se mete en la tienda Quechua que alguien le regaló y seguimos conversando. Ella dentro, asomando solo la cabeza; nosotros, fuera. No quiere ser fotografiada.

Se llama Nadia, tiene 45 años, es francesa, hija de argelinos. Por malas carambolas de la vida ha acabado en la calle. Explica que eligió meterse aquí, debajo de este puente, junto al Musée d'Orsay, porque es más seguro instalar la tienda en un muelle que en una calle, donde quedas más expuesto. Lo molesto aquí son los jóvenes que hacen botellones hasta las tantas de la noche. Y los bateaux-mouche con turistas que cada dos por tres pasan por delante y hacen fotos. Y por eso Nadia,  cada vez que pasa uno  de estos barcos mientras hablamos, cierra la tienda y esconde el rostro.

- Los chinos han inventado las cámaras para fastidiarnos, no son solo para fotografiar monumentos.

Viven junto al río unos centenares de personas en la situación de Nadia, sin techo y en sus tiendas o al aire libre dentro del primer perímetro de seguridad que se establecerá en el río y sus alrededores para los Juegos Olímpicos, entre el 26 de julio y el 11 de agosto...

Marc Bassets. El País Semanal, sábado 1 de junio de 2024.

No hay comentarios:

Publicar un comentario