miércoles, 19 de junio de 2024

La voz de la melancolía francesa

La canción que inmediatamente sonó cuando trascendió la muerte de Françoise Hardy fue Tous les garçons et les filles. Quién lo diría en 1962, cuando se asomó a la pasarela pop con 17 años. No estaba pensada para triunfar. Aquel himno definitivo del yeyé francés salió escondido en la cara B de su primer EP Oh Oh Chérí. La discográfica lo consideró demasiado taciturno. Pero su belleza serpenteó la decisión. Ocurrió en televisión durante la noche electoral del 28 de octubre. Francia esperaba los resultados de la elección del presidente de la República -que volvería a ganar a Charles De Gaulle-, cuando Hardy apareció en las pantallas e interpretó ese tema supuestamente perdedor. Encandiló al país del mismo modo que lo hacían los jóvenes que protagonizaban la letra del tema ("van enamorados sin miedo al mañana"). Empezaba el mito de la cantante que puso voz a la melancolía francesa.

No cabe culpar solo a la editorial por su falta de visión comercial y artística. La propia Françoise Hardy tampoco percibía ese tema como el hito definitivo que fue. Ni siquiera a posteriori. Con el tiempo opinó de ella que no era especialmente brillante: "Es muy primaria musicalmente. Fue mi primer disco". Miles y Miles de personas le han llevado la contraria durante estos 62 años a una mujer que en su autopercepción, mostraba esas paradojas. Por ejemplo, enamoró a miles -entre ellos Mick Jagger, David Bowie y Bob Dylan-,  pero acabó casándose con Jacques Dutronc, un infiel patológico que la martirizó. Ella lo soportaba con amargura. "La idea de compartirlo me destrozaba, dejarlo posiblemente me destruía aún más", escribió en sus memorias la artista que ni siquiera era consciente de su atractivo. "Era bellísima y no lo sabía. Le daba igual... Nunca se dio cuenta de lo guapa que era", explica Jean-Marie Périer, autor de de algunas de sus imágenes más icónicas, en una entrevista en ¡Hola!.

Las biografías atribuyen ese carácter apocado a las circunstancias que rodearon su infancia y juventud. "Crecí entre una madre que me valoraba en exceso, porque no tenía a nadie más que a mí, y una abuela que era todo lo contrario: no dejaba de decirme que era muy fea y que terminaría sola", relató Hardy. El cuadro lo completaba un padre homosexual y generalmente ausente . Y una hermana que sufría esquizofrenia. En ese hogar entró una guitarra como regalo por superar el bachiller. Con ella empezó a componer rodeada de los temas de Charles Trenet, Paul Anka, Everly Brothers y Cliff Richard que escuchaba en Radio Luxemburgo.

París ya había empezado a dejar de ser la capital cultural del mundo. Europa se sentía fascinada por la joven América, y en Inglaterra germinaba lo que iba a ser la gran explosión pop, una vez que The Beatles lanzasen su primer single en 1962. La industria del disco gala se abrazaba a esa música pensada para una nueva clase social llamada juventud, creada por los que nacieron durante la Segunda Guerra Mundial. Supuestamente, pedían canciones vibrantes, luminosas y pegadizas como las que ofrecerían Sylvie Vartan y France Gall. Pero con Françoise Hardy todo resultaba diferente. Miraba a lo anglosajón, sí. Pero surgía de un modo menos rimbombante . Con tono sereno y la elegancia natural de quien había nacido con un don que se despliega con ligereza, se convirtió en espejo de miles de adolescentes conectados con los tormentos, las dudas y las inseguridades de ese imprevisible capricho llamado amor. Se lo cantaba un alma gemela...

Aquella mujer lideró la música gala durante los sesenta y se convirtió en una figura internacional... Y en 1968 decidió bajarse de los escenarios, un lugar en el que nunca llegó a estar cómoda, presa de la ansiedad (...) En 2018 publicó Personne d'autre, una despedida consciente "Mañana todo estará bien, todo estará lejos/ Allí, al final, cuando me haga a la mar", cantaba en él, anticipando el fin que la noche del lunes confirmaba su hijo, Thomas Dutronc.

Javier Becerra. La Voz de Galicia, jueves 13 de junio de 2024.

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