sábado, 31 de agosto de 2024

Touraine, la joya del Valle del Loira

Casas con entramado de madera en la plaza
Plumereau de Tours.

Estos días de un junio que se acaba, el viaje por carretera desde Nantes hacia el departamento de Indre y Loira, en la región Centro-Valle del Loira, parece una sucesión de cuadros: enormes campos de cereal, sobre todo, trigo y cebada; bosques casi a escuadra, árboles que delimitan paralelamente carreteras secundarias y amapolas. Una campiña que invita a la tranquilidad, a paseos tranquilos en un amplio territorio sembrado de historia. Es la antesala de una parte del Valle del Loira, la Touraine y cuyo territorio es prácticamente coincidente con Indre y Loire. Tanto que a menudo se prefiere su denominación histórica en este gran espacio situado más o menos a medio camino entre París y Nantes. Loira es sinónimo de grandes castillos y desde luego aquí los hay, lo mismo que viñedos y alta gastronomía, múltiples opciones vacacionales para darse caprichos que podrían considerarse históricos.

¿Por donde empezar? La ciudadela medieval y renacentista de Loches es un buen punto de arranque. Su almendra interior es para algunos una pequeña Carcasona. Tuvo un papel muy importante en la ruta que unía a París con el norte de España, y se percibe un pasado glorioso en un lugar que ahora tiene 7.500 habitantes que cuidan muy de su patrimonio. El castillo y la torre del homenaje (siglo XI) son las grandes joyas en una colina ya ocupada hace al menos cuatro mil años... A 17 kms se encuentra Montrésor (300 habitantes) Uno de los pueblos más bonitos de Francia, por supuesto con castillo medieval y una curiosa unión con Polonia gracias a la restauración afrontada por un conde de este país.Ojo a las casas trogloditas.

A unos 20 kms., siguiendo una carretera muy cómoda, hay que parar en Chédigny (560 vecinos). Hace un cuarto de siglo, el alcalde decidió inundar el pueblo con flores, y hay más de mil rosales de variedades, y más de cinco mil plantas perennes.. Curiosa es la huerta del cura con tilo centenario. Langeais, por proximidad debe ser la siguiente parada. Por supuesto, con un  castillo impresionante. Fue residencia real y tiene una colección de muebles y tapices que permiten entender  cómo vivían los que mejor vivían. Aquí se casaron en secreto Carlos VIII y Ana de Bretaña, y este ducado entró en la corona francesa.

De camino a Tours, si es por la tarde y el cielo está claro, nada como un paseo en barco por el Loira, por ejemplo, hasta la antigua abadía de Marmoutier. El río impresiona y en algunos tramos se aprecia su fuerza, y en otros se intuye que una buena parte de la historia de Francia se desarrolló por estas aguas. Tours requiere visita con calma y si es posible algo de tiempo. Entre otros títulos, tiene los de la Ciudad de Arte e Historia y Ciudad Capital de la Gastronomía. Por tener, posee incluso dos zonas viejas, separadas ahora por una enorme línea de tranvía. A un lado la catedral de Saint-Gatien, con la egregia figura de San Martín en el pórtico. Pero el santo Martín, que era húngaro y que terminó sus días en esta ciudad, está enterrado en la otra zona antigua, en una basílica reconstruida y muy visitada. Este santo del siglo IV está muy presente en toda Francia, como también lo está en Galicia. Tours es una ciudad universitaria, llena de vida. De edificios medievales, casas con entramados. Meta del Camino de San Martín y una vía de salida al de Santiago. En la bulliciosa plaza Plumereau, llena de terrazas y turistas, viene a la cabeza la cantante Zaz, que empezó a cantar en estas calles, pero también puede venir el escritor local  Balzac. O Carlomagno: su esposa está enterrada aquí a unos metros de donde está San Martín.

A 16 kms de Tours se encuentra el magnífico castillo de Villandry, en este caso el último de los grandes edificados en el Renacimiento en el valle del Loira. Sus inmensos jardines y no solo flores, porque la huerta forma parte del conjunto. Lo mismo que la historia del extremeño Joaquín Carballo. el responsable de devolverle la vida.

S. G. Rial. La voz de Galicia, sábado 29 de junio de 2024.

viernes, 30 de agosto de 2024

Angélica Liddell desata la furia de la prensa francesa en Aviñón

Angélica Liddell

La creadora teatral española, Angélica Liddell ha sulfurado a la crítica nacional en la inauguración de su espectáculo durante el festival de Aviñón. Fue durante la presentación de Dämon. El funeral de Bergman, en el Palacio de los Papas de la ciudad gala. En un momento de la obra la artista arremete contra los periodistas especializados que la critican. Uno de ellos la ha denunciado por injurias y el resto, en sus textos han calificado de grosero y vengativo su acto, entre algunos calificativos.

El momento polémico sucede durante una de las escenas, llamada Humillación, en la que Liddell empieza a recitar algunos extractos de las críticas que los profesionales, la mayoría de prensa escrita, han vertido sobre ella. Va mencionando uno a uno y en voz alta, los nombres de los responsables de las citas y les interpela. Aparecen medios importantes como Le Figaro, Le Monde o Libération.

En un momento de la escena, se levanta la falda y muestra el trasero al público. Las críticas de los aludidos no han tardado en llegar. El crítico François Capron, de France Inter, a quien Liddell llama cabrón (por el juego de palabras  con su apellido) ha presentado una demanda contra la española por insultarle, en concreto por "injurias públicas".

El mundo, 2-7-2024

jueves, 29 de agosto de 2024

Lisette Lombé, Poeta Nacional de Bélgica

Lisette Lombé

Durante la pandemia, cuando se celebraban muchos funerales y con muchas limitaciones, cuando algunos tenían lugar en soledad por las restricciones en el contacto social, Carl Norac, Poeta Nacional de Bélgica, ideó lo que llamó flores de funeral: las personas que perdían a un ser querido podían solicitar por correo electrónico un poema en memoria de los que se iban. Poetas de todo el país se pusieron al servicio de la ciudadanía para honrar a sus muertos.

Para eso sirve el Poeta Nacional en Bélgica: un cargo de dos años de duración  que entiende al poeta como un servidor público. Desde el 28 de marzo hay una nueva Poeta Nacional: Lisette Lombé (Namur, Bélgica, 46 años), belga de origen congoleño, estrella de la escena del slam (una disciplina de la poesía escénica) que visitó Madrid en la Feria del Libro invitada por la Delegación General Valonia-Bruselas en España para presentar su novela Eunice (Demipage). Eunice, como se llaman otras poderosas mujeres negras, como la atleta nacida en Sierra Leona Eunice Barber y como la cantante Eunice Kathleen Waymon, también conocida como Nina Simone.

"Creo en la poesía en 360 grados", dice la escritora, "puede ser danza , collage, libros, también libros para niños, talleres de escritura, artículos... Trato de poner poesía en todo lo que hago: la poesía es un aliento". Y su novela, más que una prosa convencional. es un largo texto de slam cortado en capítulos. Narra la historia de Eunice, una joven de 19 años cuya madre, de 45, muere ahogada durante una juerga, lo que iniciará una investigación sobre los secretos familiares y desencadenará un arquetípico proceso de iniciación en la sexualidad, el activismo o el consumo de sustancias en las raves.

No es una novela autobiográfica, pero sí inspirada por su biografía. Lombé se cayó por las escaleras de su casa cuando bajaba, de noche, a comprobar un sonido extraño. Fue un accidente doméstico, pero la caída fue muy grave. "Casi me mato: eso me hizo reflexionar sobre cómo sería para mis tres hijos perder a su madre", asegura. ¿Qué era aquel amenazante sonido misterioso que le hizo bajar las escaleras en la oscuridad. La lavadora del vecino. Nunca se sabe dónde se encuentran las más absurdas formas de morir.

Los problemas de la madre de Eunice para afrontar la mediana edad podrían asimilarse a la propia Lombé, que se encuentra en esa fase vital. ¿Es así? "Si envejecer nos puede parecer injusto, es doblemente injusto para una mujer", responde. Lombé empezó tarde a escribir y tarde en el slam. "Soy tardía empecé con 36 años, y estoy rodeada de gente muy joven. De niña tenía una máquina de escribir y el hecho de escribir ahora me da nostalgia de aquellos tiempos en los que podía haber empezado y no empecé", afirma.

La mediana edad también es la sensación de estar llegando tarde a las cosas, de ir mal de tiempo, de urgencia por vivir todo lo que hay que vivir. "Me llama la tención  que esta gente que me rodea se haya decidido tan pronto, que haya iniciado su carrera artística  con 17 años, muchas veces sin seguir el camino prefijado de estudiar, emparejarse, formar una familia...", explica. "Me dan envidia los que lo tienen tan claro desde el principio". 

Sus comienzos en la poesía se dieron por la confluencia de una crisis de bournout (el síndrome de desgaste laboral que produce el estrés sostenido) y una agresión racista en un tren. Regresando de una manifestación  contra las políticas de austeridad se topó con un hombre que decía que los extranjeros tenían que ser esterilizados, que no debían reproducirse.

"Mi padre me había educado en callarme y aguantar, pero aquel día yo me levanté y planté cara. Él me dijo que yo no sabía leer. Yo le dije que era profesora de lengua. Él me dijo que me fuera a mi país. Yo le dije que era belga y le enseñé mi documento de identidad. En realidad era como una sesión de slam, recuerda. Así lo descubrió cuando una directora de teatro le animó a contar su experiencia de forma poética. Y tuvo éxito. "Me encontraba mal, en busca de sentido. y la escritura logró conectarme", explica...

Sergio Fanjul. Madrid. El  País, martes 25 de junio de 2024.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Una conversación con Léa Seydoux

Lèa Seydoux

Una conversación con Léa Seydoux (París,1985) es una larga sucesión de silencios, dudas y tropiezos. "Hoy no acabo de encontrar las palabras", se disculpa tras una sesión de fotos en un estudio pegado a la Torre Eiffel, mientras observa por la ventana un cielo parisiense por el que desfilan nubes y claros. A Séydoux le interesa más hablar de cine que de sí misma. Su equipo ha puesto como condición que el periodista que acudiera a entrevistarla hubiera visto sus dos últimos estrenos: Dune 2, donde interpreta un breve y memorable papel -Lady Margot, miembro del orden matriarcal de Bene Gesserit-, y La bestia, adaptación libérrima de la novela de Henry James donde interpreta a una mujer sometida a la hecatombe del amor en tres momentos difíciles de su historia: 1910, 2014 y 2044. Son los últimos frutos de una trayectoria meteórica que la llevó, en tiempo récord, de mostrar sus pechos en un anuncio de American Apparel -uno de sus primeros trabajos como modelo- a ganar una Palma de Oro con La vida de Adèle y convertirse en la chica Bond junto a Daniel Craig en dos ocasiones distintas. Y, de ahí, al estrellato...

En las distancias cortas, a la actriz francesa parece gustarle más preguntar que responder. "¿Es más bonito Madrid o Barcelona?", indaga Seydoux. La pregunta no es casual: a finales de mayo asistirá a la presentación de la nueva colección crucero de Louis Vuitton, marca de la que es imagen desde 2016, en el Park Güell de la capital catalana. No es su única actualidad. Tras rodar con cineastas como Quentin Tarantino, Woody Allen, Wes Anderson, David Cronenberg o Yorgos Lanthimos, la actriz ha inaugurado el Festival de Cannes con Le deuxième acte, la nueva comedia absurda de Quentin Dupieux, y se prepara para rodar Separate Rooms a las órdenes de Luca Guadagnino y con Josh O'Connor, el actor de moda, como protagonista.

Antes de empezar, le enseñamos la portada de S Moda que protagonizó hace casi 12 años. Seydoux observa fascinada su rostro en la cubierta. Entonces llevaba el pelo corto y azul porque estaba rodando La vida de Adèle. Esa película, drama lésbico que narraba sin concesiones los desgarros del paso a la vida adulta, lo cambió todo para la actriz. Por una parte, le confirió la fama internacional, lo que la propulsó hasta Hollywood. Por la otra, fue una experiencia dolorosa de la que no le apetece seguir hablando una década después, por el "acoso moral al que la sometió el director Abdellatif Kechiche y por las duras condiciones de rodaje de las escenas de sexo, en las que no sintió respetada su integridad. Tanto ella como la otra protagonista, Adéle Exarchopoulos, lo denunciaron en público. Entonces tenían 27 y 19 años, respectivamente. Sucedió tres años antes del Metoo.

P.- ¿La vida de Adèle es una especie de trauma?

R.- Durante años soñé con Kechiche. Fue una situación increíblemente difícil, de acoso moral. pero no sé si fue un trauma. De niña, viví ciertas cosas que hicieron que estuviera bien armada para la vida adulta. Este trabajo es maravilloso, pero también es muy duro, sobre todo si quieres perdurar. Es un oficio que te fragiliza y para el que tienes que estar psicológicamente preparado.

P.- ¿Fue esa película un antes y un después?

R.- Sí, lo cambió todo. Y, a la vez, lo recuerdo como una progresión lenta, más que como un ascenso que llegó de golpe. Siento que sigo siendo la misma que en esos tiempos. Si hoy me volviera a hacer las preguntas que me hizo hace 12 años, mis respuestas serían casi idénticas. Soy la misma, solo que con un poco más de experiencia

p.- ¿Por que cree que le ha ido tan bien desde entonces? Otras actrices europeas lo intentaron en Hollywood y no acabó de funcionar.

R.- Me gusta que me llamen actriz europea. Me siento una actriz europea... Hay personas que ven Hollywood como el único objetivo posible para un autor. No es mi caso. Soy bastante inconformista. No quiero doblegarme ni formatearme. No quiero someterme totalmente al sistema. Aunque les siga el juego y acepte hacer promoción y fotos, hay un lugar de resistencia en mí. No quiero que el éxito sea algo alienante. Quiero mantener el control.

P.- Es imagen de Louis Vuitton desde hace ocho años. ¿Por qué escogió ser el rostro de sa marca y no de otra?

R.- Nicolas Ghesquière, su director artístico, ha reinventado la imagen de la mujer actual. Es una mujer que no es un objeto, que no está sujeta a las fantasías del hombre. Lo que diseña Ghesquière refleja una mezcla de vanguardia y romanticismo. El pasado y el futuro que se unen. Me reconozco en ese espíritu...

Álex Vicente. Smoda. El País, 17 de mayo de 2024

martes, 27 de agosto de 2024

Mentiras verdaderas en los Encuentros de Arlés

Encuentros de fotografía de Arlés (Foto  Anne Fourès)

En los Encuentros de Arlés, la realidad supera a la ficción. ¿O es al revés? El festival de fotografía más prestigioso de Europa, fundado en 1970 en la localidad del sur de Francia donde Van Gogh se cortó una oreja, celebra hasta el 29 de septiembre una de las ediciones  más impactantes de los últimos años, que inspecciona un mundo cada vez más irracional y violento a través del poderoso  reflejo que ofrece la cultura de la imagen. A través de 40 exposiciones, el certamen desafía los límites de la verdad en la sociedad contemporánea donde se entrelaza cada vez más con lo imaginario. "Fotógrafos, artistas y comisarios revelan sus visiones y relatos, incluido el de nuestra humanidad en constante redefinición, resiliente y también visionaria", afirma el director de los Encuentros de Arlés, Christoph Wiesner.

Los fotógrafos seleccionados por el festival prestan una atención especial a los procesos migratorios, la crisis climática y los conflictos militares. El trabajo de la española Cristina Middel, actual directora de la agencia Magnum, es de los más contundentes en esta edición. Journey to the Center, inspirada en el Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne, narra la peligrosa travesía de los emigrantes que cruzan la frontera entre México y EE UU. solo que, en lugar de limitarse a un enfoque documental, De Middel transforma su viaje en una odisea que se adentra en el terreno de la ficción, como ya hizo en su celebrada serie Los afronautas.

El resultado es una fusión de poesía onírica y pesadilla malsana en la iglesia gótica de los Padres Predicadores, en el centro de Arlés, separada por un muro simbólico que divide la muestra en dos. La fotógrafa nos descubre Felicity, una pequeña ciudad fronteriza, en el sur de California, donde se encuentra un monumento al Centro del Mundo. De nuevo, la realidad roza la ficción distópica. De Middel trata  a los migrantes como héroes de una épica contemporánea y rebaja el sueño americano a la categoría de delirio colectivo. 

La estadounidense Debi Cornwall, abogada especializada en derechos civiles reconvertida en fotógrafa, trabaja sobre otra ficción: la que transmite la propaganda  militar y patriótica... El nuevo trabajo de Cornwall, Model Citizens, se centra en los mítines de Donald Trump, donde la expresión de un patriotismo de aspecto espontáneo también se revela guionizada con una profesión de banderas, cánticos  y atuendos  que remite  a la misma escenografía militar. Se trata, en palabras de la responsable de la muestra, de observar "cómo se ejerce, se consume y se normaliza el poder del Estado".

El francés Mathieu Nicol también habla de militarismo. Sus imágenes,  extraídas de los archivos del Natick Soldier Systems Center, un centro de investigación del ejército estadounidense en Massachusetts, muestran a soldados ataviados con ropa interior antibalas, gafas diseñadas para el campo de batalla y otros atuendos experimentales. Estas prendas concebidas para situaciones extremas, se presentan a través de una estética propia de las revistas de moda de mitad del siglo pasado. Una vez más la guerra es una ficción.

En la torre de Frank Gehry que domina la Fundación Luma, una retrospectiva dedicada a una leyenda de la disciplina. Lee Friedlander, inscribe el paisaje urbano estadounidense en una sutil retícula de líneas verticales y horizontales, como si tratase de insertar la realidad  en un mundo de ficción. Por último, la obra de Mary Ellen Mark, fallecida en 2015, desafía la opresiva idea de la normalidad, tal vez la peor de las ficciones que nos gobiernan.

Álex Vicente. Arlés. El País, miércoles 21 de agosto de 2024.

lunes, 26 de agosto de 2024

El dolor de la música:"El concurso de piano"

El flamenco Deruddere, con una decena de filmes desde su debut con la notable Crazy Love (1987), apuesta por un cine muy cuidado en su forma. En El concurso del piano el compositor namibio George Van Dam lo potencia con la música clásica que los jóvenes intérpretes deben tocar, alternando con supuestas creaciones propias para completar una atmósfera muy lograda como marco perfecto al denso drama  que vive una joven que viaja desde Nueva York a Bélgica para participar como pianista en el prestigioso Queen Elisabeth Competition. La encarna de manera muy convincente la casi novel actriz Tacke Nicolaï en su segundo largo. El guion del propio director nos irá desgranando con el recurso al flashback, que para llegar a estar entre los finalistas, pasó por una traumática infancia con su madre convencida del don musical de su hija y obsesionada con colocarla en o más alto. Quizá su padre no compartía el método, pero evitemos el spoiler.

Lo que en la protagonista pudiera aparentar una obsesión por ganar , puede que responda a otras motivaciones que irán aflorando mientras la información avanza en la casona histórica a la que son conducidos los aspirantes al premio, antes de las finales. Deberán aislarse del mundo para prepararse -nada de móviles y ordenadores- y en ese contexto interactúan como un grupo diverso cuyos miembros saben que solamente uno tocará el cielo. Como era previsible, el encierro relucirá emociones varias en los candidatos que encontramos lógicas en los competidores, pero que en ella adquieren una dimensión especial a ojos de los espectadores, que asistimos a una reconstrucción de su pasado desde que comienza a relucir sus aptitudes ante el piano. Ahí radica la clave de su peculiar hermetismo para relacionarse con sus compañeros cuando toca compartir espacios comunes  con ellos. Sabemos que su progenitora insistía en acompañarla al viaje para estar cerca de ella, pero su rechazo era elocuente.

Conoceremos la causa cuando se aproxima el desenlace de la trama en una secuencia de gran dureza. Puede que se haya quitado un peso de encima.

Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia. Miércoles 31 de julio de 2024.

domingo, 25 de agosto de 2024

Jack Lang:"Los países árabes han abandonado a Palestina"

Jack Lang. Foto: Sipa/J.E.E

A paso lento. A bordo de un gabán negro, una bufanda fucsia y una melena al viento, atraviesa uno de los viejos puentes sobre el Sena Jack Lang (Mirecourt, 84 años). Se dirige a su despacho en la última planta del Instituto del Mundo árabe (IMA), institución que él mismo inauguró en 1987 como ministro de Cultura junto a su entonces jefe, el presidente de la República Francesa, el socialista François Mitterrand. Nadie si exceptuamos a Luis XIV y André Malraux, tuvo nunca más peso en la política cultural de Francia y muy probablemente en la de ningún país. Este doctor en Derecho Internacional y licenciado en Ciencias Políticas, consejero municipal, alcalde , diputado, portavoz gubernamental, ministro de Cultura y Educación, exmilitante socialista, hombre de teatro y personaje barroco donde los haya, amante de las cámaras de televisión , los trajes caros y las agendas privilegiadas, y vieja estrella mediática de la gauche caviar, todo un Rey Sol tres siglos y medio después del monarca absolutista, impulsó a las órdenes de Mitterrand controvertidas aunque decisivas conquistas en política cultural: el precio único del libro, la atribución del 1% del presupuesto del Estado a la cultura, la imposición de cuotas de producción audiovisual europea en las pequeñas y grandes pantallas, el combate por la excepción cultural frente a las visiones más comerciales y liberales, la creación de una ambiciosa red nacional de centros de arte ... y sobre todo la puesta en pie  de faraónicas e icónicas infraestructuras culturales en París -las Grandes Obras-, como el Gran Louvre y su célebre pirámide, la ópera de la Bastilla, la Biblioteca Nacional de Francia, la Ciudad de las Ciencias, el Gran Arco de la Defense... y el propio Instituto Árabe, donde recientemente renovó su cuarto mandato como presidente. Charlamos en el despacho desde el que, el 15 de abril de 2019, vio arder la catedral de Notre Dame.

P.- Un cuarto mandato al frente de una institución que usted mismo creó junto con François Mitterrand. ¿El círculo se cierra?

R.- Es una rareza, en efecto. Las malas lenguas hasta podrían decir: "Este tal Jack Lang, desde el principio, solo ha pensado en su futuro, se inventó una casa de la cultura árabe para acabar presidiéndola para ser otra vez una especie de ministro de Cultura" (se ríe). Pues no, esa no es la verdad.

P.-¿Cuál es la verdad?

R.- Pues que cuando François Mitterrand se convirtió en presidente de la República y me nombró ministro, me pidió que reflexionara sobre mil y un proyectos, algunos de los cuales yo le había sugerido. Entre ellos estaba dotar de una sede al Instituto del Mundo Árabe, que ya existía como tal pero que no era más que unas oficinas. Me dijo que adelante, y muy rápidamente  encontramos el lugar ideal y pusimos en marcha un concurso de arquitectos, solo para arquitectos jóvenes.

P.- Y ganó Jean Nouvel. ¿Qué es el Instituto del Mundo Árabe? Más allá de lo meramente cultural... ¿no es una especie de ministerio de Asuntos Exteriores en pequeño?

R.- Bueno, sí, técnicamente trabajamos bajo la tutela del Quai d'Orsay. Pero no somos en absoluto un ministerio en miniatura. Esto no es el Gobierno, yo no soy ministro. Pero la cultura en todas sus formas, no sólo en el ámbito artístico, sino también en el científico, en el diplomático, en el económico y en todos los ámbitos que forman parte de la vida de los países árabes, es puesta en valor aquí. Es cierto, puede que eso tenga a veces una amplia influencia política.

P.- Algunos de los países que se sientan en el consejo de administración del IMA, como Arabia Saudí, no acaban de proyectar una imagen demasiado positiva en Europa en cuanto a derechos humanos, respeto a la mujer, etcétera. ¿Cree de verdad que ha habido una evolución y que esa evolución va a continuar? Los problemas de los derechos humanos subsisten.

R.- Desde luego, eso está claro. Yo no hablo del régimen político, que es lo que es. No es un régimen democrático. No tienen los mismos valores que nosotros. Pero su estrategia es inteligente. Se basa en el desarrollo de los jóvenes, de las mujeres, del empresariado, con el fin de liberarlos de la tutela de los extremistas religiosos que bloquean la evolución del país...

P.- Otro de los miembros del consejo del IMA es Palestina. ¿Qué relación mantiene Palestina con el IMA en un contexto de guerra como el actual?

R.- Lo que está ocurriendo es terrible. La situación es catastrófica. Catastrófica para Palestina y para los ciudadanos palestinos. Pero también Israel vive también momentos muy duros actualmente. La situación en la región es de verdad de inmensa gravedad.

P.-¿Cree, como muchos, que lo que está haciendo Israel es un genocidio como respuesta a actos terroristas?

R.- Yo soy jurista y he sido durante muchos años profesor de Derecho Internacional. Y hay que tener cuidado cuando se utilizan conceptos como ese. El Tribunal Internacional de Justicia ha sido requerido y creo que ha dicho que podría haber un inicio de acciones genocidas. Pero no ha calificado de "genocidio" los ataques israelíes en su conjunto. Lo que ha hecho  y está haciendo el ejército israelí es grave. La guerra tiene que parar y los países tienen que participar en la reconstrucción de Palestina...

Borja Hermoso. El País, 2 de mayo de 2024.

sábado, 24 de agosto de 2024

La intimidad desbordada de las playas

La palya de Trouville por Claude Monet, 1870.
(Foto: Wikimedia commons,dominio público)  

Pocos lugares despiertan la atención de los sentidos, el deseo, el erotismo y la evasión como las playas: idílicas, poéticas, carne de postal o símbolo de turismo de masas. 

En su ensayo Le territoire du vide, Alain Corbin sostiene que fue entre 1750 y 1840 cuando la playa pasó a formar parte de la fantasmagoría de la periferia oponiéndose a la patología urbana. Basta observar cuadros de Boudin en Museo de Orsay para hacernos una idea de cómo ha cambiado la manera de considerarla. En aquellas escenas costumbristas sus habitantes aparecen vestidos, charlando bajo un cielo gris más presente que el mar. Boudin fue uno de los primeros paisajistas  en captar ese ocio  que ocupaba la arena en los bordes De Honleur o Deauville. Si hoy nos acercamos a cualquier playa de Normandía, veremos que las conversaciones de aquella burguesía han dado paso  a una arena punteada de toallas desde las que apenas llega el eco alegre del bebé que goza cuando la espuma le atrapa los pies. Bañarse, jugar a vóley, hacer volar cometas, saltar olas o broncearse...Pintores contemporáneos como Alex Katz o David Hockney han dado cuenta como pocos del élan playero.

El escritor Grégory Le Floch, en su fascinante ensayo Éloge de la plage (Rivages), incide en cómo hemos pasado de mantener una relación vertical (en el XIX) a una relación horizontal (en el XX), cómo las playas han dejado de ser como salones de té a erigirse como habitaciones contemplativas con vistas generosas.

Fue en Brighton, dice, donde a mitad del siglo XVIII  abrió la primera maison de santé balnearia cerca de la playa bajo la revolucionaria idea de que los baños resultaban terapéuticos. Antes, las costas resultaban repulsivas, arriesgadas, territorio donde los pescadores se jugaban la vida, reductos de peligrosidad y enfermedades. O simples encrucijadas de significados donde brillaban  de vez en cuando las luces de los faros. Después, en cuanto la playa se volvió una moda, los ayuntamientos (sobre todo en Normandía) añadieron a la nomenclatura el hoy tan reputado apelativo "sur Mer" para que quedara claro que estaban al lado del mar.

La literatura, desde Homero hasta nuestro José Carlos Llop (que acaba de publicar el maravilloso Si una mañana de verano, un viajero, en Alfaguara), pasando por los románticos como Byron y Chateaubriand, ha estado siempre fascinada por el mar. Le Floch pone el foco en Paul Morand como un autor pionero en elevar el amor por la playa hasta convertirla en el decorado de sus novelas. Desde distintas playas de Francia y de Sicilia recuerda a autoras (Agnès Derail-Imbert) y autores (Cesare Pavese, Henri David Thoreau) que han evocado sus misterios. Le Floch propone que dejemos de asociar a Proust con las magdalenas y lo hagamos con las playas porque estas lo representan mejor, sobre todo Cabour, convertida en Balbec, decorado crucial en novelas como A la sombra de las muchachas en flor y Del lado de Guermantes. Es ahí donde el narrador comienza a amar a un grupo de chicas que pasean por la arena con aire provocador. Visten con polos, sujetan bicicletas, pero la playa no es solo un teatro, es el agente perturbador que modifica cada uno de sus encuentros, la playa las dota de un poder de metamorfosis que actúa  como catalizador del amor en el narrador. (...)

Las playas son un estado de ánimo. Las películas de Rhomer, la Sexual Freedom Leage que fundaron Jefferson Poland y Leo K o el erotismo de Brigitte Bardot lo revelan.  (...)

Las playas en definitiva, invitan hoy a estirarse más que a quedarse de pie. Lo que es el borde del mundo durante el año, se convierte ahora en el corazón del paraíso estival.

Use Lahoz. Babelia. El País, sábado 13 de julio de 2024.

viernes, 23 de agosto de 2024

La artista que sube la crueldad a los escenarios

Ángelica Liddell en una escena de Dämon- El funeral de Bergman.
(Foto: Festival de Aviñón/Christophe Reynaud de Lage)

Ángelica Liddell (Figueras, 58 años) es la única artista en la historia del Festival de Aviñón, el más prestigioso de artes escénicas del mundo, que ha sido invitada por más de tres directores diferentes: Vincent Braudiller, Oliver Py y, ahora, Tiago Rodrigues, quien la ha elegido para inaugurar la edición de 2024 con Dämon-El funeral de Bergman, el segundo funeral escénico de una trilogía sobre la muerte. Liddell la representará en la Cour d'Honneur del Palacio de los Papas, patrimonio mundial de la Unesco. Ahí culminará 33 años como directora, dramaturga y actriz, creando un teatro que, en sus propias palabras, no busca lo contemporáneo, sino lo eterno."Es una de las grandes inventoras del teatro de nuestro tiempo. Su historia duradera y pasional con el Festival de Aviñón llega a su clímax con esta creación. Nos ilusiona compartir con el público la poesía transgresora de Liddell alimentada por el genio de Bergman, presentarla en el escenario histórico y fundador del festival es un gesto simbólico de defensa de la libertad artística", remarcó Tiago Rodrigues por e-mail al preguntarle por ella. (...)

El suyo es un teatro políticamente incorrecto, desagradable e incómodo hasta el punto que muchos espectadores han acabado vomitando, desmayándose o abandonando la sala antes de que el espectáculo termine. Refleja odio, impotencia, una decepción profunda. Combina la belleza de las mejores composiciones de música clásica con la violencia textual. Y sus obras duran lo que tienen que durar.. Por ejemplo, seis horas. Sobre el escenario, una vaca abierta en canal. Su propia sangre. Angélica Liddell expone sin límites la parte más miserable de la condición humana sin tener por objetivo provocar, sino hacer que la realidad sea insoportable para el espectador. Según ella, la crueldad educa más que la moral, por eso le preocupa la censura soterrada de países supuestamente libres.

 Liddell no es una persona accesible. Se identifica con los inadaptados, los enfermos, los rechazados. Conecta con Artaud, Pasolini, Bernhard, Genet, Rimbaud, Sade, Fassbinder, Bataille, Bergman, Nietzsche y utiliza el teatro para abordar problemas existenciales, como el sufrimiento o la muerte. También sociales como el feminicidio, el abuso sexual o la opresión.

Vincent Baudriller, el primer director que la invitó a Aviñón, fue quien salvó su carrera al invitarla, en 2010 a presentar sus dos últimas obras, El año de Ricardo y La casa de la fuerza, que paradójicamente habían supuesto un estruendoso fracaso económico porque apenas habían sido programadas en España. El éxito en Aviñón fue rotundo; los aplausos emocionantes, las entradas se agotaron tras la primera función. "Pocos artistas tienen el coraje de adentrarse tan profundamente  en la complejidad del ser humano. Angélica es muy generosa porque deja mucho de su vida en esta investigación artística. Como público nos enfrentamos a una obra de Liddell, pero no hay que olvidar que ella está físicamente en escena. Nos pide ir lejos, pero ella también viene", puntualiza Baudriller, que programó cinco de sus obras en Aviñón y otras dos en el Théâtre Vidy-Lausanne de Suiza, que actualmente dirige.

"Gracias a todos los teatros franceses que le abrieron sus puertas a una sombra (...) Ha sido aquí donde he podido gozar de los momentos más hermosos de mi vida, no solo de mi profesión sino de mi vida", dijo la creadora teatral al recoger las insignias de caballero de las Artes y las Letras de Francia en 2017.

En 2018, Liddell volvió a los escenarios españoles motivada por el cambio de dirección de los Teatros del Canal, liderados por Natalia Álvarez y Álex Rigola, destacando que las entradas para sus obras se agotan en menos de dos horas desde que salen a la venta. Aplausos de una audiencia que parece estar dándole las gracias, felicitándola, pidiéndole que no lo abandone. Confiando en que las instituciones españolas reaccionen, aunque sea por dignidad, aunque sea por vergüenza.

Ana Vidal Egea. El País, domingo 23 de Junio de 2024.

jueves, 22 de agosto de 2024

Profeta Houellebecq

Michel Houellebecq dice haberse retirado de la literatura, pero la última novela de su carrera termina con unas elecciones presidenciales francesas que celebran en 2027. Aunque aparecen Éric Zemmour y Marine Le Pen, el ganador es un personaje de ficción que continúa las políticas del centro liberal con la bandera de la startup nation de su predecesor, una referencia obvia a Emmanuel Macron. En la vida real, Macron es fan de Houellebecq y en 2019 le entregó personalmente la Legión de Honor, enmendando un sistema literario que nunca ha podido digerir que su enfant terrible sea el autor francés contemporáneo más leído en el mundo. Naturalmente, dentro de la novela, la victoria del macronismo no es una buena noticia, sino el último capítulo de en la lenta decadencia de Francia en particular y de Occidente en general. La idea es que la división ideológica es una comedia fútil de la que ni siquiera se escapan los extremos, porque el problema de la política moderna es la modernidad misma. Entre el nihilismo y la ternura, el thriller político se va deshinchando y las últimas páginas se llenan de meditaciones metafísicas tristes.

Las legislativas de 2024 no llegan en un buen momento para Houellebecq. Aniquilación no fue un hit. El último libro publicado desde entonces, Unos meses de mi vida, octubre 2022-marzo 2023, quería autojustificar una serie de desastres en las relaciones públicas del escritor: la participación en una película pornográfica-artística que, pese a la cruzada legal de nuestro antihéroe, acabará viendo la luz, y una entrevista con Michel Onfray que le costó las ya clásicas denuncias por incitar al odio contra el islam. Houellebecq ha intentado recuperar el control de la narrativa, pero ha acabado retratándose como alguien surrealistamente errático y perdido, siempre medio borracho, despreocupado y fácil de manipular. A raíz de la entrevista con Onfray, Joan Bardella salió a decir que las palabras de Houellebecq sobre los musulmanes  son "excesivas".

La caída en desgracia de Houellebecq hace justicia poética a la misma lucidez profética que lo ha llevado a la cima. Plataforma, publicada en 2001, culminaba con un atentado terrorista en la isla de Bali, y en 2002 dos bombas mataron a 200 personas en el mismo lugar. Sumisión imagina la rendición de Francia a través de una alianza entre islamistas y progresistas, y el mismo día en que el libro salía al mercado tenían lugar los hechos de Charlie Hebdo. Serotonina describía una revuelta campesina antes del episodio de los chalecos amarillos. Ampliación del campo de batalla, publicada en 1991, estaba protagonizada por un informático misógino antisocial muchas décadas antes de que dispusiéramos de la palabra incel. (...)

La Francia que vota estos días, cuna de un hilo cultural que va de la Ilustración a la deconstrucción, intenta encontrar una salida secular al problema de la modernidad. Los extremos instrumentalizan a Houellebecq porque es un escritor brillante y la lucidez de su crítica no tiene parangón. Pero quizás la clave es que sus lectores comparten el convencimiento íntimo de que no hay solución. En el último intercambio de Aniquilación, el protagonista, un enarca llamado Paul Raison (mitad fe paulina, mitad razón científica) agoniza a causa de una enfermedad terminal y habla con su mujer: "No creo que estuviera a nuestro alcance cambiar las cosas". Ella responde: "No, querido mío. -Le miró a los ojos, sonriendo a medias, pero en la cara brillaban unas lágrimas-. Habríamos necesitado mentiras maravillosas".

Joan Burdeus. Babelia. El País, sábado 6 de julio de 2024.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Décadas de amor por Agnès Varda

                           Agnès Varda (Foto: Canal TCM)
Para entender el carisma sin pose de la artista y cineasta Agnès Varda, basta con escucharla rememorar lo que Georges de Beauregard le dijo cuando se ofreció a producir Cleo de a siete, su segundo largo metraje. estrenado en 1962: "Quiero una película como la de Godard, pero la tuya tiene que ser más barata". Varda siempre se apoyaba en esa anécdota para aclarar la magia de una película de referencia en las escuelas de cine como la primera en contraponer las miradas masculina y femenina, exponer la disyuntiva entre el tiempo objetivo o captar el terror social al cáncer y al fantasma de la guerra entre los franceses de la época.

Siempre repetía lo mismo: si salió así de bien fue porque no había dinero. Sin apenas presupuesto, rodó en París para ahorrarse hoteles y traslados de equipo; la trama ocurría en dos horas; y llevó su cámara donde la ciudad bullía de vida sin necesidad de extras. Visibilizar sin complejos las barreras que lo material impone en la creación artística, hablar de dinero sin tapujos, fue otra de sus maravillosas formas de romper con el canon.

Murió en 2019 de un cáncer de mama a los 90 años en su casa de París, pero Agnès Varda, precursora de la Nouvelle Vague y una de las más influyentes por su visión inquieta y su capacidad de combinar ficción y documental, aún fascina. Se nota en las miradas de directoras multipremiadas como Carla Simón, Greta Gerwig o Alice Rohrwacher,  también el educación sentimental de las nuevas generaciones que la han abrazado como icono  político y que idolatran la estética y el mensaje de sus fotogramas, sus posados con su gato para el fotógrafo Juergen Teller o sus frases virales cíclicas en la conversación digital.

"Mi madre sigue muy viva entre la juventud. Es algo que siempre me sorprende cuando voy a pases de sus películas y veo tantos chavales listos para verla por primera vez", contaba el martes Rosalie Varda, hija de la cineasta y directora artística de la exposición Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar que se presenta en el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona CCCB hasta el 8 de diciembre. La muestra barcelonesa se erige como epicentro de la conquista cultural veraniega de la creadora. En colaboración con el CCCB, la Filmoteca de Catalunya ha programado hasta el 29 de septiembre  Agnès Varda esencial, un ciclo donde se proyectarán todos sus filmes. No todo quedará en Barcelona. Desde el 16 de julio está disponible Universo Agnès Varda, una edición en Blue-Ray a cargo de Avalon: 15 largo metrajes y 15 cortos con un libreto.

"Con Varda no se trataba de adoctrinar , sino despertar el deseo de ver", defendió la directora del CCCB, Judit Carrera, al presentar la ambiciosa retrospectiva que amplía y adapta la muestra Viva Varda!, de La Cinémathèque Française. Hay que ir con tiempo a esta exposición que pide varias visitas para poder asimilarla. No solo traza un minucioso recorrido por su creación artística a través de sus fotografías, películas y documentales, también incluye un apabullante archivo fotográfico y de objetos personales, así como adaptaciones  de algunas de sus instalaciones tardías. Esa es la dimensión de una artista que siempre quiso comprender a los demás y no permanecer aislada del mundo, como se puede contemplar en una emotiva zona dedicada a Los espigadores y la espigadora (2000), el documental con el que enseñó que el corazón  tiene forma de patata y con el que inició su vertiente de artista visual.

En Cinescritura, el apartado dedicado a ese neologismo que se inventó (cinécriture) para defender cómo un cineasta autor participa en todo el proceso de creación de una película, está el grueso de sus filmes más populares: la crisis de una pareja en La pointe courte (1954), las angustiosas dos horas de una cantante que espera unos resultados médicos en Cléo de 5 a 7 (1962) y los travellings de Sin techo ni ley (1985), en la que Sandrine Bonaire encarnó a una buscavidas radical rechaza los dictámenes sociales.

La muestra no olvida la intimidad de la creadora: desde sus relaciones sentimentales (la escultora Valentine Schlegel o Jean Vilar, y su marido y gran cómplice Jacques Demy), a la participación de sus hijos en sus películas. Incluso un acercamiento a su historia familiar y a cómo a ser hija de una mujer que ocultó sus orígenes griegos (Christiane Pasquet) le hizo llevar a imaginarse un alter ego. La llamó Nausica en busca de su identidad, Nausica, censurada y extraviada durante mucho tiempo...

Noelia Ramírez. El País, jueves 18 de Julio de 2024.

martes, 20 de agosto de 2024

La Fundación Maeght celebra sus 60 años y la amistad de Bonnard y Matisse

Vista de una sala de exposiciones Espace- espaces
 Fotografía de la fundación MAEGHT

El matrimonio formado por los Maeght, Aimé y Marguerite, se convirtió en uno de los nombres mayúsculos del comercio de arte del siglo XX. Ambos dirigieron galerías de arte en París, Nueva York, Zurich y Barcelona, estuvieron entre los primeros editores de libros de arte del mundo y, en 1964 crearon un lugar de encuentro para las artes, la arquitectura y la naturaleza tras la muerte de su segundo hijo. Inauguraron en el idílico enclave de origen medieval de Saint-Paul-de-Vence, en el sureste de Francia, la Fundación Maeght, un modelo institucional privado e independiente que importaron a Europa desde  EE UU.

Los Maeght ejercieron de mecenas y confidentes y contribuyeron  a levantar el deslumbrante complejo de la fundación, que alberga una impresionante colección, de las más importantes de Europa y con más de 13.000 obras. Joan Miró, quien les presentó al arquitecto Josep Lluís Sert, que diseñó el edificio, realizó un laberinto con 20 esculturas; Marc Chagall residente en el mismo pueblo, recreó a la pareja de benefactores en un mosaico; Georges Braque que pasaba en Vence todos los eneros y febreros, realizó una de sus últimas obras en el fondo que decora un estanque del recinto; Alberto Giacometti, a quien le rechazaron algunas de sus espectrales esculturas en EE UU, las recolocó en el patio...

Continente y contenido, todo es apabullante en este conjunto que inauguró el 29 de junio una extensión de su espacio expositivo diseñada por el arquitecto italiano Silvio d'Ascia respetando los modos de Sert. Como celebración de su 60 aniversario, la fundación ha programado conciertos, espectáculos de danza, lecturas y talleres en paralelo a una gran exposición dedicada a la amistad de Pierre Bonnard y Henri Matisse, unidos entre ellos y también a los Maeght. La muestra abierta hasta el 6 de octubre, enfrenta a dos artistas únicos pero con concomitancias temáticas y formales.

Aimé Maeght y Bonnard se conocieron en Cannes en 1936 y unos años más tarde, en 1943, Bonnard presentó a Maeght y Matisse en Vence. Fruto de ese vínculo cristalizó en 1945 el proyecto de la galería Maeght en París, que inauguró con una exposición del ya entonces reputado Matisse. La relación entre ese pintor y el marchante desembocó en una serie de retratos que el artista realizó de Marguerite Maeght, cuyo proceso grabó en vídeo el hijo de la pareja, Adrien, dejando un testimonio histórico del método de trabajo del pintor, grabador y escultor. Con esos dibujos -los más antiguos, profusos, y los posteriores, mucho más esquemáticos, testimonio del uso magistral de la línea- arranca un recorrido que revela los vínculos comunes entre los Maeght, Matisse y Bonnard para adentrarse después en  la confrontación  de los trabajos de ambos pintores.

Bonnard impulsó el movimiento nabi y a Matisse se le considera el máximo representante del fauvismo, dos estilos caracterizados por una actitud rompedora ante el uso pictórico del color. No es casualidad que ambos residieran en el sur de Francia, impregnado de la característica luz mediterránea. Pero pintaron también en París, la metrópoli gris y marrón, y coincidieron en representar a sus esposas en la intimidad del hogar, desnudas, en la más estrecha de las relaciones entre el pintor y su modelo.

Más espacios comunes: sus retratos, bodegones, sus paisajes de colores brillantes. Matisse, con rostros de rasgos sintéticos que devienen máscaras; Bonnard, empeñado en composiciones etéreas que recreaba de memoria a partir de las fotos que tomaba. Al final, una sala recupera la vertiente espiritual de ambos creadores. Junto al último cuadro que pintó Bonnard, un árbol, al que regresaba cada primavera para observar su cíclico renacimiento, se exhiben algunas piezas religiosas del nada religioso Matisse: un retrato de una monja o una casulla...

Silvia Hernando. Saint-Paul-de Vence. El País, martes 30 de julio de 2024

lunes, 19 de agosto de 2024

Que la fiesta continúe

Robert Guédigian acostumbra a entrega cada poco tiempo una comedia ambientada en Marsella, lo que la emparenta con otros dos prolíficos  y veteranos cineastas como Woody Allen y Nanni Moretti, que también están asociados al mismo género -aunque todos ellos tengan recurrentes fugas hacia el drama o el thriller- y a urbes características: Nueva York y Roma, respectivamente. En el caso de Guédiguian la sensación de repetición se acrecienta por el hecho de contar siempre con el mismo plantel de actores, encabezado por su pareja, la siempre convincente Ariadne Ascaride, y con otros sólidos y encantadores intérpretes como los veteranos Jean-Pierre Darrousin y Gérad Meylan. A la familia se une ahora Alicia Da Luz Gomes que protagonizó la anterior película de Guédiguian, Mali Twist.

Si entras en el juego de cada uno de estos directores, es imposible que una nueva variación de "siempre la misma película" -como dirían los haters- no resulte reconfortante, como los linguini  alla putanesca que prepara Rosa, la protagonista de Que la fiesta continúe. Se trata de una sexagenaria que es capaz  de compaginar su trabajo como enfermera con su activismo político, mientras ejerce de cabeza de familia y se enamora del padre de su nuera, con el que tendrá un tierno y ardoroso romance. 

El filme viene a ser, además, un compendio de los temas y preocupaciones que el cineasta francés ha despegado en su filmografía, que acostumbra a indagar en los problemas laborales, sentimentales y existenciales de unos personajes zarandeados por las leyes del capitalismo. Como en Marius y Jannette (1997) o Las nieves del Kilimanjaro (2011), en la vitalista y conmovedora Que la fiesta continúe los personajes encuentran una válvula de escape en la familia y en la propia comunidad. Quizá la mayor aportación del filme a la obra del cineasta se encuentre en el plano formal, con una puesta en escena que mira más que nunca al Hollywood clásico.

Javier Yuste. El cultural, 19-7-2024.

domingo, 18 de agosto de 2024

¿Por qué la guerra? Boris Cyrulnik

Boris Cyrulnik

La falta de amor tiene un efecto devastador en el cerebro del niño, escribe Cyrulnik, huérfano durante el Holocausto-. y guarda relación con la violencia extrema de la guerra. No hay nada más natural que una pelea. No hay nada más civilizado que la guerra.

Ante una pelea, los humanos tenemos las mismas reacciones que los animales; cuando un desconocido entra sin avisar en casa, cuando un vecino se apodera de un trozo de nuestro terreno, cuando un depredador amenaza a nuestros hijos o cuando entablamos una rivalidad con alguien que corteja a la misma pareja sexual que nosotros o con alguien que posee un un bien que nosotros no tenemos.

Ahora bien, librar una guerra es distinto: hay que planificar, reunir a hombres, proporcionarles armas de alta tecnología y, sobre todo, encontrar las palabras necesarias para justificar el fanatismo que haga que los soldados se sientan orgullosos de matar sin sentirse culpables. Esa es la condición humana, la de las herramientas y el lenguaje. 

Los seres humanos tenemos un cerebro capaz de crear un mundo de representaciones que designan cosas imposibles de percibir: Dios, el paraíso, la vida después de la muerte, Guernica, el cuadro. Cuando paseo con mi perro por la montaña, él acerca la nariz al suelo y percibe, mucho mejor que yo, las informaciones olfativas que van a marcarle el rumbo. En el mismo sendero, yo huelo algunas cosas y no puedo dejar de preguntarme qué habrá al otro lado de la montaña: ¿un valle o un desierto? ¿Un pueblo amigo o un enemigo? ¿Qué hay después de la muerte, otra vida, la paz eterna o el infierno, para sufrir el castigo por haber disfrutado de placeres inmediatos sin ninguna trascendencia? ¿Quién puede explicarme el increíble milagro de estar vivo? ¿Dios, el azar o la evolución biológica?

Mi cerebro humano me permite vivir y habitar en un mundo de representaciones separado de la realidad palpable que, sin embargo, siento en lo más hondo de mí. Siento intensamente unos hechos que quizá no existen en la realidad, pero de los que me construyo una representación que me domina. Me pongo en manos de lo que construyo, me lo creo y tomo las medidas correspondientes. Eso no lo puede hacer mi perro. Tiene mejor olfato, pero su acceso al lenguaje (que no está mal) le sirve para designar cosas que están en ese entorno, mientras que un ser humano, con el lóbulo prefrontal -base neurológica de la anticipación- conectado al sistema límbico- la base neurológica de la memoria y las emociones, tiene la capacidad de vivir en un mundo invisible que le ocupa la mente. Así se instalan los seres humanos en los mundos maravillosos que no dejan de inventar. Cualquiera puede rebuscar en su pasado y encontrar motivos  para amar al prójimo o para justificar su muerte. Los árabes deberían destruir Venecia, que construyó los barcos en los que los cruzados fueron a Jerusalén. Los protestantes tienen motivos para vengarse de los traidores católicos. Los judíos podrían atacar todos los países en los que han sufrido persecuciones y las mujeres están en su derecho de asesinar a los hombres.

Esta manera de abordar el problema de la violencia nos lleva a proponer dos posibles orígenes: uno, vinculado al desarrollo del cerebro, indica que un ambiente empobrecido por la falta de afectos provoca una disfunción  cerebral en un organismo, que se vuelve incapaz de controlar sus impulsos: ese es el origen de las peleas. El otro nace de un quiebra de la verbalidad o de un lenguaje totalitario que impone la verdad única, la del líder. El mundo de las palabras tmbién empobrecido, crea una representación de la alteridad en la que no es delito matar a alguien que no es humano: de ahí surge la guerra. (...)

Después de la Revolución Rusa de 1917 y después de la II Guerra Mundial, las calles se llenaron de huérfanos y niños sin familia. Su extrema violencia era el producto de su adaptación a una sociedad en guerra, la destrucción de las familias y la ruina cultural. Los niños que no eran violentos morían de hambre, de desesperación o asesinados por otros. Fue la época de las utopías pedagógicas, cuando Makarenko y Korczac demostraron que bastaba con acoger a aquellos pequeños delincuentes en un programa de acciones constantes y organizar debates denominados la república de los niños para poder estructurar el espacio activo, afectivo y verbal en el que forjar unos lazos que les dieran seguridad. En efecto, se vio una recuperación evolutiva, un desarrollo nuevo y positivo después del caos. Hoy ese proceso recibe el nombre de "resiliencia".

El giro epistemológico se produjo en 1951: el pedagogo y psicoanalista John Bowlby presentó un informe a la OMS. Propuso una explicación que combinaba los datos genéticos con los ambientales, cosa que todavía no era muy habitual. Descubrió que, de un pequeño grupo de "44 ladrones adolescentes", 17 habían sufrido una larga y dolorosa separación de la madre. En el grupo de control del estudio, de 44 adolescentes que no habían delinquido, solo 2 habían crecido sin cuidados maternos. De forma que es posible establecer una relación de causa y efecto entre la falta de afectos en una edad muy temprana, que introduce en el cerebro un factor de vulnerabilidad emocional, y la explosión que se da en la adolescencia, cuando más intensos son los impulsos afectivos. (...)

Este es un fragmento del texto escrito para Ideas por el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik al hilo  de su libro Cuarenta ladrones con carencias afectivas. Peleas animales y guerras humanas, de la editorial Gedisa.

Ideas. El País, domingo 28 de julio de 2024

sábado, 17 de agosto de 2024

Céline Dion se supera a sí misma y hace historia en París

Céline Dion

Impactante, maravillosa, increíble, emocionante, deslumbrante, portentosa... Son innumerables los adjetivos que provocó la reaparición de Céline Dion para poner el broche final a la jornada de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París. Y lo fue todavía más porque hacía cuatro años que la la artista no cantaba en público, desde que le fue diagnosticada la enfermedad del síndrome de la persona rígida (SPR). Los espectadores sabían de su sufrimiento terrible.porque la cantante  lo acaba de contar en el documental de Prime Video Yo soy Céline Dion (I'am Céline Dion), donde se la ve en una camilla sin poder moverse, con l´grimas en los ojos  y sin poder hablar ni girar ninguna parte de su cuerpo. Esa rigidez de los músculos le había afectado de tal manera a la voz que su desesperanza era total. "¡Yo era buenísima!", llega a decir en un momento del documental.

Pero Céline no se ha rendido y, en una lucha terrible consigo misma, al límite de sus fuerzas, no se ha dado por vencida y el viernes volvió a coger el micrófono en el primer piso de la torre Eiffel para cantar ni nada más ni nada menos que el Hymne à l'amour de Edith Piaf.

Cuando los ojos del mundo entero estaban aún puestos en el deslumbrante pebetero, en el globo que se alzaba por el cielo de París, otro cielo salió de la boca de una figura que emergió por sorpresa desde la torre: "Le ciel bleu sur nous peut s'effondrer /Et la Terre peut bien s'écrouler/ Peu m'importe si tu m'aimes/ Je me fous du monde entier". Y entonces se oyó en todo el planeta un "¡oohh!" tan grande como la estrella que apareció, vestida totalmente de color plateado, de la estructura de hierro. "¡Es Céline!", "¡Es Céline Dion!", se oyó en todas las casas que estaban pegadas a la televisión y que sabían que no era una interpretación más.

Ahí estaba ella, impecable, dando una lección de entereza y superación a todo el mundo. Sobria, con un piano al lado, cantando en francés, su lengua materna, para cambiar la historia de un tema que ya nunca sonará igual. Porque si, si Edith Piaf lo ha hecho eterno, Céline Dion lo ha convertido  en el himno de la emoción. Nadie, absolutamente nadie, pudo contenerse ante su brillantísima actuación. Con una potente voz, equilibrada en cada nota, desbordante. Céline Dion nos dejó con la boca abierta. Estábamos con ella. Todos sabíamos lo que suponía para esta mujer, proveniente de una familia humilde y numerosa, volver a la vida. Sabíamos de su sufrimiento y todos quisimos acompañarla en ese sueño que en París se cumplió. (...)

Su reaparición para la gran inauguración de París 2024 era un fuerte rumor desde hacía meses, y la llegada de la propia cantante a la capital francesa esta semana había dado esperanzas de su retorno triunfal en el Sena. Poe so lo que sucedió el viernes por la noche en París ha tenido tanta repercusión . Porque, en el primer minuto que la gente la oyó cantar, el mundo se paró. El himno al amor de Céline Dion ha hecho historia.

Martín Bastos. La Voz de Galicia, domingo 28 de julio de 2024. 

viernes, 16 de agosto de 2024

Un peatón en París. No digas que fue un sueño

-No fue un sueño. Sucedió de verdad. Pero el despertar, después de estas semanas de euforia olímpica en las que Francia pareció tomarse unas vacaciones de sí misma y sus neurosis, puede ser rudo. 

-Los franceses o bien se sienten demasiado seguros o bien se critican demasiado. Alain Minc, observador desde hace medio siglo de la vida política y a veces, un poco protagonista, resumía así, a unas horas del fin de los Juegos Olímpicos, el carácter de este país que vive en un vaivén permanente entre el orgullo desmedido y el catastrofismo. A la hora de escribir estas líneas, todos estábamos en la fase del orgullo desmedido; cuando se publiquen, es posible que París y Francia se hayan reencontrado con el París y la Francia de siempre.

Es la incógnita. Si después de estos 17 días gloriosos, todo volverá a ser igual que antes. O si ya nada será igual.

Hay un temor: que los JJ OO no hayan sido más que un paréntesis y que, en la medianoche del 11 al 12 de agosto, se esfume la magia y Francia despierte a la realidad, comme d´habitude. Como de costumbre, el mismo cabreo de siempre, el mismo pesimismo, la misma polarización partidista, el mismo sistema constitucional que da la impresión de no dar más de sí, y las mismas irresolubles fracturas sociales, territoriales, culturales. Sería el efecto Cenicienta.

Hay una esperanza también. Si todo el talento y la buena voluntad, toda la capacidad de remar juntos que han servido para que todo saliese bien en París se aplicase para sacar a Francia del marasmo, Francia sería imparable. Eso se dicen muchos franceses. El efecto Yes, we can.

El efecto Cenicienta y el efecto Yes, we can, en realidad conviven. Lo ha visto este peatón en los siete años que ha pasado en París. Llegó aquí con la ciudad todavía noqueada por los atentados islamistas de 2025. Vio la llegada de Emmanuel Macron al poder y las ilusiones que despertó. Las ilusiones perdidas también. La revuelta de los chalecos amarillos: la Francia de las clases medias empobrecidas, la de las pequeñas ciudades y pueblos con servicios públicos y conexiones deficientes, la que se sentía despreciada por las élites: las de derechas, las de izquierda, las de centro. Vio la revuelta de las banlieues, otra Francia que se siente despreciada, la de los hijos y nietos de la inmigración africana. Y vio, a unas semanas de los Juegos cómo Macron metía a Francia en una montaña rusa al adelantar las elecciones legislativas y arriesgarse a acelerar la llegada al poder de la extrema derecha de Marine Le Pen. Le Pen perdió pero de las legislativas salió una Asamblea Nacional sin mayorías y un país quizá ingobernable. Exhausto, en todo caso.

Después de un mes en que Francia vivió peligrosamente, Francia necesitaba vivir alegremente. Lo escribió el poeta Cavafis, ¿Perdurará? ¿O se diluirá al instante?

El peatón llama al Monsieur Minc, que estos años le ha ayudado a descifrar las claves del poder y sus movimientos, la corte versallesca que sigue siendo París. Y Monsieur Minc, ensayista, consejero de empresas, mentor de presidentes, responde que es la política el problema: su discípulo Macron, quien al adelantar las elecciones, creó artificialmente una crisis de la que nadie sabe salir. "En 24 horas", vaticina, "cuando el polvo haya caído, volveremos al punto de partida porque el callejón sin salida, después de este momento de excitación y comunión, todavía parecerá peor".(...)

"Estoy inquieto, y sabe usted que o raramente estoy inquieto, pero pienso que la tensión subirá", dice Minc. "Este es un país rico, no hay desempleo, el Estado todavía existe. La situación política y subjetiva es muy mala". El peatón, después de este sueño de una noche de verano, se pregunta: ¿Habrá una victoria de Le Pen en las presidenciales de 2027?. No sabremos hasta 2027 -o antes, si Macron acabase renunciando sin agotar el mandato- qué habrá significado París 2024.

El peatón, que hace las maletas para irse a Berlín, no lo verá en París. Au revoir.

Marc Bassets. El País, lunes 12 de agosto de 2024.

jueves, 15 de agosto de 2024

Un peatón en París. Chovinistas todos (o la paradoja olímpica)

Léon Marchand apareció en la gradería mientras Estados Unidos se enfrentaba a Brasil en los cuartos de final de baloncesto, y la gradería rompió a gritar: "¡Léon! ¡Léon! ¡Léon!". La escena propició un malentendido. Lebron James creyó que el público coreaba su nombre y no el del ídolo de la natación, y empezó a gesticular para celebrarlo. El peatón que estaba ahí, lo entendió así, pero cuando en la pantalla de las gradas apareció la imagen de Léon, se dio cuenta de que había que cantar "Léon" y no "Lebron". El Rey James debió de entenderlo igualmente, porque dejó de gesticular. Una lección de humildad.

Es una anécdota reveladora y no solo de la personalidad del baloncestista. También de la actitud del público francés en estos JJ OO, menos pendiente de lo que sucedía en la pista que de animar a los suyos.. Basta mirar cada noche Quels Jeux! (¡Vaya Juegos!), el programa diario en la cadena France 2: es como si estos fueran los JJ OO solo de Francia  y solo Francia participase en ellos. En un ambiente de euforia desbocada los presentadores, Léa Salamé y Laurent Luyat, repasan los triunfos de la jornada y reciben a los medallistas mientras suena la pegadiza sintonía olímpica de Victor Le Masne o entonan La Marsellesa.

 El colega Leo Klimm, del semanario alemán Der Spiegel, contó algo parecido en un programa de la cadena pública France Inter en el que coincidimos el miércoles: "Hay una crítica que se podría hacer a Francia. En los medios franceses te explican la medalla francesa en una competición, pero no el oro y la plata en la misma competición". Otro colega francés me mandó el mismo día un mensaje desde el extranjero, donde estaba de vacaciones, y decía: "No lamento no estar en París. Hay buen ambiente, pero no me gusta el chovinismo que generan las competencias deportivas".

He aquí una palabra francesa, chovinismo, convertida en universal. Pero este peatón tiene la sensación de que esta óptica nacional no es exclusiva de los franceses. Lo de fijarse en el bronce propio e ignorar el oro y la plata de los demás no es solo un pecado en Francia. Es la paradoja del olimpismo. Dicen que el deporte hermana la humanidad, pero no hay deporte sin banderas, sin un mínimo grado de chovinismo.

George Orwell, que casi siempre acertaba, escribió en 1945: "Siempre me ha impresionado escuchar a gente decir que el deporte fomenta la buena voluntad de las naciones y que si las personas normales pudieran reunirse para jugar a fútbol o a críquet, no tendrían ninguna inclinación por verse en el campo de batalla". El autor de 1984 no tragaba. Veía en el auge del deporte de competición el auge del nacionalismo. y definía el nacionalismo como "la lunática costumbre moderna de identificarse a uno mismo con unidades de poder más amplias y verlo todo en términos de prestigio competitivo". 

Quizá haya que hacerle caso a otro escritor que los franceses citan estos día, Romain Gary: "El patriotismo es el amor de los suyos. El nacionalismo es el odio a los otros". Quizá la celebración en la ceremonia de apertura, de una Francia diversa y universal fue un ejemplo de patriotismo bien entendido y por eso cabreó tanto a los nacionalistas.

O quizá hay otra manera de mirar el medallero, que es la plasmación de esta competición chovinista : sumando las medallas de la Unión Europea. Y entonces nos damos cuenta de que ni Estados Unidos ni China dominan el deporte mundial. Es Europa. Pero eso sería política, perdón: deporte ficción.

Marc Bassets. El País, sábado 10 de agosto de 2024.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Un peatón en París. No es la geopolítica: es la guerra cultural

Hay  una   nueva  disciplina  olímpica  en   París 2024: la  guerra  cultural. Pensábamos que estos serían   los  Juegos de  la  geopolítica. Los  de  la guerra  de  Ucrania  y  de   Gaza.  El  veto  a  los atletas rusos. El temor a un atentado terrorista o ciberataques.  En  Francia,  país  anfitrión  unas elecciones anticipadas que estuvieron a punto  de llevar la extrema derecha al poder. Raramente la competición  se  había  iniciado en  un  ambiente tan cargado y en un mundo lleno de tensiones  y peligros.  Raramente, desde  la inauguración   se han notado tan poco esas tensiones como en  este París que vive la euforia de un sueño de verano y en el que el deporte lo domina todo. ¿Todo?  No.

La política  se  ha  metido  en  estos Juegos  por  otra  vía: las batallas ideológicas por la identidad nacional, religiosa o sexual.  "Hay una  paradoja", dice al  teléfono  Nathalie  Tocci, directora  del laboratorio de ideas Instituto Affari  Internazionali. "Creíamos  que  la  politización de los Juegos estaría conectada con la geopolítica, y hasta esta dimensión ha sido menor  de lo esperado". En su lugar, añade, han ocupado la escena las famosas batallas culturales.

Sucedió el 26 de julio en la ceremonia inaugural por el Sena. A la extrema derecha francesa, a los obispos y a Donald Trump no le gustó. Causó indignación una escena que interpretaron como una burla de la Última cena de Leonardo de Vinci, aunque, según los creadores del espectáculo, se trataba de una escena de la mitología griega y en todo caso se inspiraría en otro cuadro, El festín de los dioses, de Jan van Bijlert.

"Los Occidentales", reaccionó el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, "no tienen una moral común: esto es lo que han visto quienes miraron la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos". Replicó Emmanuel Macron: "Francia mostró su audacia y lo hizo con libertad artística: esto es lo importante".

El episodio deja dos conclusiones. Primera: en un mundo en el que a veces hay que considerarse víctima para existir, el campo de los indignados y ofendidos ha pasado a la derecha, o a una cierta derecha (aunque en Francia, la escena de la cena tampoco gustó a Jean-Louis Mélenchon , líder de la izquierda radical: "¿Por qué arriesgarse a herir a los creyentes?").

Segunda conclusión: hay ocasiones en las que la incandescencia de las redes sociales es inversamente proporcional a la calma en el llamado mundo real. En las redes la escena de la cena encendió algo más que una guerra cultural. Parecía una guerra mundial. Unos días después, un sondeo del instituto Harris reflejaba un consenso amplísimo, al menos en la sociedad francesa: un 80% de franceses consideraron que la ceremonia inaugural había sido un éxito. La guerra no fue tal.

Pero en París 2024 no hay por ahora semana sin su guerra cultural y la guerra cultural del momento se libra en un ring e involuntariamente la han librado dos boxeadoras: la argelina Imane Khelif y la italiana Angela Carini. El jueves Carini abandonó el combate a los 46 segundos tras sufrir un golpe en la nariz. Y se desató un debate sobre la feminidad de Khelif que posi blemente quede como uno de los momentos fuertes de estos JJ OO.(...)

Y así es como en 2024 los JJ OO no se politizan porque hay atletas que, como Tommie Smith y John Carlos en 1968, levanten el puño en defensa de los derechos civiles. Como dice desde Minnesota el sociólogo estadounidense Douglas Hartmann, autor de un libro de referencia sobre el gesto de Smith y Carlos, "hoy el activismo no lo protagonizan los atletas y, además, viene de la derecha".

No es la geopolítica: es la guerra cultural. "Hay una conexión entre lo que dice Trump, lo que dice Putin, lo que dice Meloni, dice. "Es el liberalismo contra el liberalismo". Las batalla culturales, al final, son batallas geopolíticas.

Marc Bassets, El País, domingo 4 de agosto de 2024.

martes, 13 de agosto de 2024

Un peatón en París. Los ridículos y los arrogantes

Hay dos peligros que siempre acechan a los franceses cuando van por el mundo, y todavía más a los parisinos. Uno, el ser ridículos. El otro, arrogantes. No lo digo yo, un simple peatón en París que estos días observará a ras de suelo, caminando por aquí y por allá, conversando con unos y otros, cómo vive los Juegos Olímpicos una ciudad que no cree necesitar para nada unos Juegos Olímpicos. Lo de los ridículos y los arrogantes me lo dijo esta semana, en un café de un barrio popular del norte de París, uno de los artífices de la ceremonia inaugural en el Sena: el historiador Patrick Boucheron. Boucheron con un equipo de escritores y dramaturgos, preparó durante meses la escenografía, el relato. Lo que preocupaba a este hombre sabio que no es ni ridículo ni arrogante, era que durante el desfile apareciese esa Francia que mira al resto del mundo por encima del hombro y da lecciones. "Francamente", me dijo, "no estamos para dar lecciones". Y no las dieron. La lluvia deslució algo la fiesta. Al peatón le pareció kitsch a ratos, aburrida en otros, pero esto va con el formato.

Pero no era eso lo importante. Lo importante era qué quería contra Francia de sí misma. Porque una ceremonia como esta es la manera que tiene un país de presentarse al mundo y explicar qué es y sobre todo qué quiere ser. Y la Francia que centenares de miles de espectadores vieron es una Francia que dice al mundo: Lo mejor de Francia es lo universal. "Lo mejor se nutre de lo de fuera y es una mezcla de cultura y gentes. Lo mejor nunca se deja encerrar ni en la entidad ni en el tópico". 

Aya Nakamura en la inauguración de los JJ.OO en Paris

De las escenas que se desarrollaron en el río durante más de tres horas, hay una que en Francia resonará durante mucho tiempo, y que dice mucho más que cien discursos políticos y ensayos. Es la escena número 4, la que llevaba por epígrafe égalité, igualdad. El lugar era el puente de Artes, frente al Instituto de Francia, sede de la Academia francesa. Fundada en el siglo XVII por el cardenal Richelieu, bajo su augusta cúpula se sientan los inmortales (así les llaman)que guardan las esencias de la lengua francesa. Y ahí, en lo que según este peatón fue el momento culminante de la ceremonia, surgió Aya Nakamura.

Francesa nacida en Malí. Criada en el extrarradio parisino, la banlieue siempre asociada a la pobreza, la inmigración, los disturbios. Artista autodidacta. Superventas con canciones que cruzan el afroamericano con ritmos africanos y música antillana como el zouk, y en la que mezcla la lengua de Molière con la jerga de la banlieue.

Los guardianes de las esencias patrias la miran con recelo, algunos con odio. Cuando en marzo se filtró que participaría en la ceremonia, la Francia de los Le Pen y los Zemmour saltó. Un grupúsculo ultra llego a colgar una pancarta en un puente del Sena en señal de protesta: "Esto es París, no el mercado de Bamako".

Pues bien, ahí estaba en el jour de gloire de Francia ante el mundo, el glorioso día de la inauguración de los Juegos, Aya Nakamura cantando los éxitos  de Charles Aznavour y cantando su propio megaéxito Djadja. Y lo hacía acompañada nada menos de la banda de la Guardia Republicana. El pop y la música marcial. El mestizaje y la tradición. La mujer que reinventa la lengua francesa, y a la que se le acusó de pervertir la lengua francesa, bailando ante la Académie con las trompetas y los uniformes de la banda militar. Todos fusionados.

Marc Bassets. El País, sábado 27 de julio de 2004.

lunes, 12 de agosto de 2024

Un peatón en París. Nadar, bailar, (sobre)vivir

Léon Marchand. (EFE/Lavandeira Jr)
Antes que Léon, mucho antes, estuvo Alfred. Hoy pocos recuerdan a Alfred Nakache y su celebridad actual está años luz de la Léon de Marchand, el muchacho de los cuatro oros y el ídolo de los franceses en París 2024. Pero, entre prueba y prueba de natación y mientras por momentos se dejaba llevar por la leonmanía, el peatón ha devorado El nadador, el libro de Pierre Assouline sobre Nakache. Y hay frases que parecen estar escritas pensando en Marchand.

Por ejemplo: "Nadar, bailar. La natación no es un esfuerzo, sino una coreografía". Y unas líneas después: "Él sonríe antes de zambullirse, sonríe al salir de agua". Esta es la historia de otro ídolo francés de la natación. Su vida atravesó el siglo XX, o fue atravesado por este siglo, sus crímenes y sus tragedias. Durante tiempo quedó injustamente olvidado, pero Alfred Nakache (1915-1983) fue una estrella en Francia y en Europa, 15 veces campeón de Francia, campeón del mundo universitario y de África del Norte, medalla de plata en los Juegos Macabeos, dos veces récord del mundo.

Alfred Nakache. (Foto de AFP)
Podría contarse así su historia, pero el palmarés explica poco o nada. Assouline, en un café parisino, lo cuenta así: "Es el único atleta del mundo que fue seleccionado para dos Juegos Olímpicos, Berlín 1936 y Londres 1948, y que además entre ambos fue deportado a Auschwitz y Buchenwald". Nakache era un judío de la Argelia francesa. En Berlín 1936, los JJ OO de Hitler, quedó cuarto en la carrera de relevos por delante de los alemanes. Cuando en 1940 los alemanes ocuparon media Francia, dejó París por Toulouse, donde se sentía más seguro. Participó en la Resistencia mientras seguía compitiendo. Alguien lo denunció, probablemente otro nadador, Jacque Cartonet, miembro de la milicia francesa pronazi. Alfred, su mujer, Paule y su hija, Annie de dos años, fueron detenidos a finales de 1943 y deportados a Auschwitz. En la entrada del campo, Alfred tuvo que separarse de Paule y Annie. Nunca más volvió a verlas.

Alfred pesaba 85 kilos cuando fue deportado y 45 cuando recobró la libertad. Lo extraordinario es que, tres años después, participó en Londres. No ganó ninguna medalla, y no importaba. Escribe Assouline: "No sube al podio pero no tiene anda de un dios caído. Su presencia basta. No ha luchado contra el cronómetro sino contra la barbarie que no ha logrado abatirlo. Esta es su victoria y nadie puede quitársela".

Alfred, Léon: nada tienen en común aquella vida heroica y trágica y esta vida prometedora y feliz. "Hay puntos en común explica el escritor. "Primero, Toulouse, ciudad de adopción de Alfred y la ciudad natal de Léon". "Luego los Dauphins de TOEC". Es el nombre del club de Toulouse al que perteneció Alfred y, décadas después, Léon. "Lo que marca la diferencia entre los campeones", sigue, "es el factor humano. Personas como Alfred Nakache, el judoca Teddy Riner, son buenos tipos. Léon es excepcional: me recuerda a Tintín".

A Léon le queda una vida por delante. Alfred, después de Auschwitz, de Londres, de una segunda vida como profesor de gimnasia, sufrió un infarto mientras nadaba en el Mediterráneo a unos metros de la frontera con España. Le encantaba escuchar en el tocadiscos El emigrante de Juanito Valderrama, y en su rostro había tristeza pero era una "tristeza luminosa". Tenía 67 años. "El relato de su existencia", escribe Assouline, "podría resumirse en una frase: nació, nadó, murió".

Marc Bassets. El País, martes 6 de agosto de 2024.