sábado, 24 de agosto de 2024

La intimidad desbordada de las playas

La palya de Trouville por Claude Monet, 1870.
(Foto: Wikimedia commons,dominio público)  

Pocos lugares despiertan la atención de los sentidos, el deseo, el erotismo y la evasión como las playas: idílicas, poéticas, carne de postal o símbolo de turismo de masas. 

En su ensayo Le territoire du vide, Alain Corbin sostiene que fue entre 1750 y 1840 cuando la playa pasó a formar parte de la fantasmagoría de la periferia oponiéndose a la patología urbana. Basta observar cuadros de Boudin en Museo de Orsay para hacernos una idea de cómo ha cambiado la manera de considerarla. En aquellas escenas costumbristas sus habitantes aparecen vestidos, charlando bajo un cielo gris más presente que el mar. Boudin fue uno de los primeros paisajistas  en captar ese ocio  que ocupaba la arena en los bordes De Honleur o Deauville. Si hoy nos acercamos a cualquier playa de Normandía, veremos que las conversaciones de aquella burguesía han dado paso  a una arena punteada de toallas desde las que apenas llega el eco alegre del bebé que goza cuando la espuma le atrapa los pies. Bañarse, jugar a vóley, hacer volar cometas, saltar olas o broncearse...Pintores contemporáneos como Alex Katz o David Hockney han dado cuenta como pocos del élan playero.

El escritor Grégory Le Floch, en su fascinante ensayo Éloge de la plage (Rivages), incide en cómo hemos pasado de mantener una relación vertical (en el XIX) a una relación horizontal (en el XX), cómo las playas han dejado de ser como salones de té a erigirse como habitaciones contemplativas con vistas generosas.

Fue en Brighton, dice, donde a mitad del siglo XVIII  abrió la primera maison de santé balnearia cerca de la playa bajo la revolucionaria idea de que los baños resultaban terapéuticos. Antes, las costas resultaban repulsivas, arriesgadas, territorio donde los pescadores se jugaban la vida, reductos de peligrosidad y enfermedades. O simples encrucijadas de significados donde brillaban  de vez en cuando las luces de los faros. Después, en cuanto la playa se volvió una moda, los ayuntamientos (sobre todo en Normandía) añadieron a la nomenclatura el hoy tan reputado apelativo "sur Mer" para que quedara claro que estaban al lado del mar.

La literatura, desde Homero hasta nuestro José Carlos Llop (que acaba de publicar el maravilloso Si una mañana de verano, un viajero, en Alfaguara), pasando por los románticos como Byron y Chateaubriand, ha estado siempre fascinada por el mar. Le Floch pone el foco en Paul Morand como un autor pionero en elevar el amor por la playa hasta convertirla en el decorado de sus novelas. Desde distintas playas de Francia y de Sicilia recuerda a autoras (Agnès Derail-Imbert) y autores (Cesare Pavese, Henri David Thoreau) que han evocado sus misterios. Le Floch propone que dejemos de asociar a Proust con las magdalenas y lo hagamos con las playas porque estas lo representan mejor, sobre todo Cabour, convertida en Balbec, decorado crucial en novelas como A la sombra de las muchachas en flor y Del lado de Guermantes. Es ahí donde el narrador comienza a amar a un grupo de chicas que pasean por la arena con aire provocador. Visten con polos, sujetan bicicletas, pero la playa no es solo un teatro, es el agente perturbador que modifica cada uno de sus encuentros, la playa las dota de un poder de metamorfosis que actúa  como catalizador del amor en el narrador. (...)

Las playas son un estado de ánimo. Las películas de Rhomer, la Sexual Freedom Leage que fundaron Jefferson Poland y Leo K o el erotismo de Brigitte Bardot lo revelan.  (...)

Las playas en definitiva, invitan hoy a estirarse más que a quedarse de pie. Lo que es el borde del mundo durante el año, se convierte ahora en el corazón del paraíso estival.

Use Lahoz. Babelia. El País, sábado 13 de julio de 2024.

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