miércoles, 14 de agosto de 2024

Un peatón en París. No es la geopolítica: es la guerra cultural

Hay  una   nueva  disciplina  olímpica  en   París 2024: la  guerra  cultural. Pensábamos que estos serían   los  Juegos de  la  geopolítica. Los  de  la guerra  de  Ucrania  y  de   Gaza.  El  veto  a  los atletas rusos. El temor a un atentado terrorista o ciberataques.  En  Francia,  país  anfitrión  unas elecciones anticipadas que estuvieron a punto  de llevar la extrema derecha al poder. Raramente la competición  se  había  iniciado en  un  ambiente tan cargado y en un mundo lleno de tensiones  y peligros.  Raramente, desde  la inauguración   se han notado tan poco esas tensiones como en  este París que vive la euforia de un sueño de verano y en el que el deporte lo domina todo. ¿Todo?  No.

La política  se  ha  metido  en  estos Juegos  por  otra  vía: las batallas ideológicas por la identidad nacional, religiosa o sexual.  "Hay una  paradoja", dice al  teléfono  Nathalie  Tocci, directora  del laboratorio de ideas Instituto Affari  Internazionali. "Creíamos  que  la  politización de los Juegos estaría conectada con la geopolítica, y hasta esta dimensión ha sido menor  de lo esperado". En su lugar, añade, han ocupado la escena las famosas batallas culturales.

Sucedió el 26 de julio en la ceremonia inaugural por el Sena. A la extrema derecha francesa, a los obispos y a Donald Trump no le gustó. Causó indignación una escena que interpretaron como una burla de la Última cena de Leonardo de Vinci, aunque, según los creadores del espectáculo, se trataba de una escena de la mitología griega y en todo caso se inspiraría en otro cuadro, El festín de los dioses, de Jan van Bijlert.

"Los Occidentales", reaccionó el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, "no tienen una moral común: esto es lo que han visto quienes miraron la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos". Replicó Emmanuel Macron: "Francia mostró su audacia y lo hizo con libertad artística: esto es lo importante".

El episodio deja dos conclusiones. Primera: en un mundo en el que a veces hay que considerarse víctima para existir, el campo de los indignados y ofendidos ha pasado a la derecha, o a una cierta derecha (aunque en Francia, la escena de la cena tampoco gustó a Jean-Louis Mélenchon , líder de la izquierda radical: "¿Por qué arriesgarse a herir a los creyentes?").

Segunda conclusión: hay ocasiones en las que la incandescencia de las redes sociales es inversamente proporcional a la calma en el llamado mundo real. En las redes la escena de la cena encendió algo más que una guerra cultural. Parecía una guerra mundial. Unos días después, un sondeo del instituto Harris reflejaba un consenso amplísimo, al menos en la sociedad francesa: un 80% de franceses consideraron que la ceremonia inaugural había sido un éxito. La guerra no fue tal.

Pero en París 2024 no hay por ahora semana sin su guerra cultural y la guerra cultural del momento se libra en un ring e involuntariamente la han librado dos boxeadoras: la argelina Imane Khelif y la italiana Angela Carini. El jueves Carini abandonó el combate a los 46 segundos tras sufrir un golpe en la nariz. Y se desató un debate sobre la feminidad de Khelif que posi blemente quede como uno de los momentos fuertes de estos JJ OO.(...)

Y así es como en 2024 los JJ OO no se politizan porque hay atletas que, como Tommie Smith y John Carlos en 1968, levanten el puño en defensa de los derechos civiles. Como dice desde Minnesota el sociólogo estadounidense Douglas Hartmann, autor de un libro de referencia sobre el gesto de Smith y Carlos, "hoy el activismo no lo protagonizan los atletas y, además, viene de la derecha".

No es la geopolítica: es la guerra cultural. "Hay una conexión entre lo que dice Trump, lo que dice Putin, lo que dice Meloni, dice. "Es el liberalismo contra el liberalismo". Las batalla culturales, al final, son batallas geopolíticas.

Marc Bassets, El País, domingo 4 de agosto de 2024.

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