Agnès Varda (Foto: Canal TCM) |
Siempre repetía lo mismo: si salió así de bien fue porque no había dinero. Sin apenas presupuesto, rodó en París para ahorrarse hoteles y traslados de equipo; la trama ocurría en dos horas; y llevó su cámara donde la ciudad bullía de vida sin necesidad de extras. Visibilizar sin complejos las barreras que lo material impone en la creación artística, hablar de dinero sin tapujos, fue otra de sus maravillosas formas de romper con el canon.
Murió en 2019 de un cáncer de mama a los 90 años en su casa de París, pero Agnès Varda, precursora de la Nouvelle Vague y una de las más influyentes por su visión inquieta y su capacidad de combinar ficción y documental, aún fascina. Se nota en las miradas de directoras multipremiadas como Carla Simón, Greta Gerwig o Alice Rohrwacher, también el educación sentimental de las nuevas generaciones que la han abrazado como icono político y que idolatran la estética y el mensaje de sus fotogramas, sus posados con su gato para el fotógrafo Juergen Teller o sus frases virales cíclicas en la conversación digital.
"Mi madre sigue muy viva entre la juventud. Es algo que siempre me sorprende cuando voy a pases de sus películas y veo tantos chavales listos para verla por primera vez", contaba el martes Rosalie Varda, hija de la cineasta y directora artística de la exposición Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar que se presenta en el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona CCCB hasta el 8 de diciembre. La muestra barcelonesa se erige como epicentro de la conquista cultural veraniega de la creadora. En colaboración con el CCCB, la Filmoteca de Catalunya ha programado hasta el 29 de septiembre Agnès Varda esencial, un ciclo donde se proyectarán todos sus filmes. No todo quedará en Barcelona. Desde el 16 de julio está disponible Universo Agnès Varda, una edición en Blue-Ray a cargo de Avalon: 15 largo metrajes y 15 cortos con un libreto.
"Con Varda no se trataba de adoctrinar , sino despertar el deseo de ver", defendió la directora del CCCB, Judit Carrera, al presentar la ambiciosa retrospectiva que amplía y adapta la muestra Viva Varda!, de La Cinémathèque Française. Hay que ir con tiempo a esta exposición que pide varias visitas para poder asimilarla. No solo traza un minucioso recorrido por su creación artística a través de sus fotografías, películas y documentales, también incluye un apabullante archivo fotográfico y de objetos personales, así como adaptaciones de algunas de sus instalaciones tardías. Esa es la dimensión de una artista que siempre quiso comprender a los demás y no permanecer aislada del mundo, como se puede contemplar en una emotiva zona dedicada a Los espigadores y la espigadora (2000), el documental con el que enseñó que el corazón tiene forma de patata y con el que inició su vertiente de artista visual.
En Cinescritura, el apartado dedicado a ese neologismo que se inventó (cinécriture) para defender cómo un cineasta autor participa en todo el proceso de creación de una película, está el grueso de sus filmes más populares: la crisis de una pareja en La pointe courte (1954), las angustiosas dos horas de una cantante que espera unos resultados médicos en Cléo de 5 a 7 (1962) y los travellings de Sin techo ni ley (1985), en la que Sandrine Bonaire encarnó a una buscavidas radical rechaza los dictámenes sociales.
La muestra no olvida la intimidad de la creadora: desde sus relaciones sentimentales (la escultora Valentine Schlegel o Jean Vilar, y su marido y gran cómplice Jacques Demy), a la participación de sus hijos en sus películas. Incluso un acercamiento a su historia familiar y a cómo a ser hija de una mujer que ocultó sus orígenes griegos (Christiane Pasquet) le hizo llevar a imaginarse un alter ego. La llamó Nausica en busca de su identidad, Nausica, censurada y extraviada durante mucho tiempo...
Noelia Ramírez. El País, jueves 18 de Julio de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario