-No fue un sueño. Sucedió de verdad. Pero el despertar, después de estas semanas de euforia olímpica en las que Francia pareció tomarse unas vacaciones de sí misma y sus neurosis, puede ser rudo.
-Los franceses o bien se sienten demasiado seguros o bien se critican demasiado. Alain Minc, observador desde hace medio siglo de la vida política y a veces, un poco protagonista, resumía así, a unas horas del fin de los Juegos Olímpicos, el carácter de este país que vive en un vaivén permanente entre el orgullo desmedido y el catastrofismo. A la hora de escribir estas líneas, todos estábamos en la fase del orgullo desmedido; cuando se publiquen, es posible que París y Francia se hayan reencontrado con el París y la Francia de siempre.
Es la incógnita. Si después de estos 17 días gloriosos, todo volverá a ser igual que antes. O si ya nada será igual.
Hay una esperanza también. Si todo el talento y la buena voluntad, toda la capacidad de remar juntos que han servido para que todo saliese bien en París se aplicase para sacar a Francia del marasmo, Francia sería imparable. Eso se dicen muchos franceses. El efecto Yes, we can.
El efecto Cenicienta y el efecto Yes, we can, en realidad conviven. Lo ha visto este peatón en los siete años que ha pasado en París. Llegó aquí con la ciudad todavía noqueada por los atentados islamistas de 2025. Vio la llegada de Emmanuel Macron al poder y las ilusiones que despertó. Las ilusiones perdidas también. La revuelta de los chalecos amarillos: la Francia de las clases medias empobrecidas, la de las pequeñas ciudades y pueblos con servicios públicos y conexiones deficientes, la que se sentía despreciada por las élites: las de derechas, las de izquierda, las de centro. Vio la revuelta de las banlieues, otra Francia que se siente despreciada, la de los hijos y nietos de la inmigración africana. Y vio, a unas semanas de los Juegos cómo Macron metía a Francia en una montaña rusa al adelantar las elecciones legislativas y arriesgarse a acelerar la llegada al poder de la extrema derecha de Marine Le Pen. Le Pen perdió pero de las legislativas salió una Asamblea Nacional sin mayorías y un país quizá ingobernable. Exhausto, en todo caso.
Después de un mes en que Francia vivió peligrosamente, Francia necesitaba vivir alegremente. Lo escribió el poeta Cavafis, ¿Perdurará? ¿O se diluirá al instante?
El peatón llama al Monsieur Minc, que estos años le ha ayudado a descifrar las claves del poder y sus movimientos, la corte versallesca que sigue siendo París. Y Monsieur Minc, ensayista, consejero de empresas, mentor de presidentes, responde que es la política el problema: su discípulo Macron, quien al adelantar las elecciones, creó artificialmente una crisis de la que nadie sabe salir. "En 24 horas", vaticina, "cuando el polvo haya caído, volveremos al punto de partida porque el callejón sin salida, después de este momento de excitación y comunión, todavía parecerá peor".(...)
"Estoy inquieto, y sabe usted que o raramente estoy inquieto, pero pienso que la tensión subirá", dice Minc. "Este es un país rico, no hay desempleo, el Estado todavía existe. La situación política y subjetiva es muy mala". El peatón, después de este sueño de una noche de verano, se pregunta: ¿Habrá una victoria de Le Pen en las presidenciales de 2027?. No sabremos hasta 2027 -o antes, si Macron acabase renunciando sin agotar el mandato- qué habrá significado París 2024.
El peatón, que hace las maletas para irse a Berlín, no lo verá en París. Au revoir.
Marc Bassets. El País, lunes 12 de agosto de 2024.
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