La ciudad francesa, a 20 kilómetros de la frontera con España, es ideal para una escapada gastronómica. Desde los noventa, Biarritz (unos 27.000 habitantes, a 40 kilómetros de San Sebastián) era una ciudad con dos caras, como tantos otros lugares que viven del turismo. Padecía esa bipolaridad de veranos eufóricos e inviernos melancólicos. Un clima lluvioso pero, sobre todo, una oferta hostelera y cultural apocada. Por suerte, no sería descabellado hablar de una cierta influencia de la gestión hostelera y gastronómica española en ese nuevo brío. Biarritz ha renacido de sus grises cenizas y la ciudad parece tomarle el pulso a la vida, ya sea en invierno, primavera o en temporada alta. Comenzamos la jornada embebiéndonos de la grandeur que tuvo Biarritz, villa favorita de reyes y emperadores como Napoleón III, que mandó construir el Hôtel du Palais para su esposa la granadina Eugenia de Montijo. Lo haremos en Pâtisserie Miremont, (plaza Georges Clemenceau, 1 bis), que tiene todo el encanto del Biarritz señorial y unas vistas al mar que quitan el hipo. El rey Alfonso XIII se contaba entre los clientes, como también se dejaba caer Eduardo VII, que venía a pie desde el Du Palais. Un paseo por la pasarela de hierro Le Rocher de la Vierge, construida por Eiffel, es un pretexto para darse un garbeo por esa intricada zona de suaves subidas y bajadas..... Dejando a un lado la iglesia de Santa Eugenia, llegaremos hasta la playa, presidida por el Casino, construido en los años de esplendor que se retratan en Cabaret Biarrtiz, de José C. Vales, novela premiada con el Nadal de 2015. Lo mejor, disfrutar de una copa de Jurançon en los veladores de fuera. Muy cerquita podemos tomarnos un aperitivo a base de ostras en Le Bistrot de l'Huître (Général De Gaulle, 29). Hay opciones de todos los colores para comer en Biarritz, pero aquí proponemos una sencilla, simpática y a buen precio. Las pizzas, al horno de leña, de la pizzeria Les Arceaux, en el 20 de la avenida Edouard VII. En un concepto completamente distinto, tenemos a cinco minutos de la ciudad, el proyecto Gaztelur, abierto desde diciembre de 2015. Tres hectáreas rodean a la casona tradicional Gaztelur que data de 1401, que albergan el restaurante pero también un espacio dedicado a las antigüedades, al arte, los talleres de jardinería y arte floral. El mercado de abastos Les Halles fue inaugurado en 1885. La Rue des Halles ofrece un renovado panorama gastronómico de la ciudad. En el bar Jean, encontramos la esencia ibérica pero con el toque francés, ese algo mignon que no puede faltar y que permite que los jamones colgando del techo no resulten vulgares. Tortilla, boquerones, chipirones a la plancha y surtidos de ibéricos, así como una barra con pintxos que se combinan con vinos de Burdeos, Rioja o Ribera. En esta área se arremolinan una serie de bares que, como el Jean, no tienen desperdicio. Le Comptoir du Foie Gras, Le Contrabandier, o el Café du Commerce. Picotear por loa bares de alrededor, algo imposible en Francia.....
Eduardo Laporte. El Viajero. El País, viernes, 1 de abril
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