martes, 5 de abril de 2016

La libertad de las jaulas

Louise Bourgeois conoció otros mundos, lugares de convulsión, infiernos anchos. Fue inquilina del espanto, pero también tuvo su cielo. La memoria fue el motor de explosión de su desamparo. Una poderosa vocación de recordar y hacer de su biografía el precio exacto de tanta penumbra y desmesura. "A lo que me dedico es al dolor para dar sentido a la frustración y al sentimiento", dijo en una ocasión. Lo escribió y lo dijo. Porque a hurgarse por dentro dedicó buena parte de su obra. Su obra fascinante. Su obra física, mental, intelectual. Louise Bourgeois, francoamericana, vivió casi 100 años (1911-2010). Nació en París y murió en Nueva York. Y no hizo del arte un remedio, sino un viaje crispado alrededor de sus demonios. Necesitaba la confrontación. Estaba convencida de que la gente feliz no tiene historias. Ella procesaba la vida modelando sus traumas, su ansiedad, con una vocación confesional. El mapa de su vida son sus piezas. Fue incansable hasta el final: dibujos, patchword, instalaciones. El trauma originario  le viene de la infancia, de su padre (del temperamento abstracto de su padre). De la relación de aquel con su niñera. De la madre que muere antes de tiempo. De la zancadilla de ser mujer en un mundo macho. ("Cuando nací mis padres se peleaban como gatos y perros. El país se preparaba para la guerra y mi padre que quería un niño, me tuvo a mí"). Todo eso contorneó su cabeza por dentro y la afianzó en la osadía. Es una de las artistas más poderosas del siglo XX con un lenguaje hecho de retales de preguntas y de psicofonías. Ecos muy desgarrados que alcanzan su punto exacto de cocción en una de las series que reúne el Museo Guggenheim de Bilbao en una exposición abundante: Estructura de la existencia: las Celdas (patrocinada por la Fundación BBVA), abierta hasta el 4 de septiembre y de la que son comisarias Julienne Lorz y Petra Joos......
Antonio Lucas. El Mundo, viernes 19 de marzo de 2016

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