lunes, 1 de agosto de 2016

El hijo terrible

Lolo (Vincent Lacoste) y Julie Delpy
Lolo. Los títulos de crédito, animados y a los sones de una versión vocal del tema Music to Watch Girls By -auténtica apoteosis de la ligereza-, tienen algo de inducción para un viaje en el tiempo: a uno no le extrañaría contemplar el rostro de un joven Pierre Richard en una de sus comedias de los setenta tras este tonificante preámbulo. Esa manera de arrancar es, pues, una declaración de principios por parte de Julie Delpy en su sexto largometraje como directora: si alguien esperaba poder acusar a la Delpy de pretenciosa con poca base, aquí está esta explícita inmersión en las claves de la comedia francesa más popular. Sin embargo, la fuerza pop de esos créditos espléndidamente animados también esconde una pequeña trampa: aquí la cineasta parece ofrecer un frívolo cupcake para desviar la atención de que, en su relleno, se esconde, una araña venenosa. Con la indisimulada coquetería de quien constantemente alude a la supuesta decadencia física en una línea de diálogo de cada cinco, la Delpy propone una comedia romántica carcomida desde dentro por un personaje muy bien construido: el hijo sociópata de la protagonista, encarnado por ese Vincent Lacoste que, en clave distinta, ya demostró su gran altura interpretativa en su debut en The French Kissers (2009). Criatura edípica que la la cineasta conecta con los niños crueles de  El pueblo de los malditos (1960), su Lolo parece a ratos un personaje dibujado por Gérard Lauzier para proporcionarle un infierno a medida a un Dany Boon capaz de insuflar nuevos matices a su arquetipo de buenazo trasplantado a un universo cosmopolita y sofisticado que no le pertenece. Al enfrentar a Boon  con el personaje de Vincent Lacoste la película de Delpy encuentra su singularidad: no hay más, pero el mecanismo funciona razonablemente bien. 
Jordi Costa. El País, viernes 22 de julio de 2016

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