lunes, 22 de agosto de 2016

La contradicción de la luz, 2

En 1952 Picasso transforma una capilla románica
en un templo de la paz decorado con frescos.
Pero, antes de todos fue Jean Vigo en A propósito de Niza el primero en descubrir el carácter de escenario del mundo, del moderno, de la Promenade des Anglais y de Niza entera. En 1929, el director de L'atalante y Cero en conducta ofrecía algo más que un simple y mordaz retrato de la burguesía francesa. En media hora, él y el fotógrafo Boris Kaufman acertaron a radiografiar con una inédita crueldad cómica el espíritu contradictorio de su tiempo. La cámara se sitúa en el boulevard y recoge cada gesto. No hay más. De nuevo, el drama mínimo de la sociedad que descubre la piel bronceada, el tiempo libre, la vanidad y la falta de pudor se ofrece como una simple y sangrante paradoja. Detrás de la excitación se esconde el hueco, la sombra. En Arlés Van Gogh soñó la posibilidad de un arte futuro. "La pintura será color o no será", dijo. Y hasta allí se llevó, en un frasco irrefutable, a Gauguin y Signac. "El futuro está en el sur", insistía antes y después de enloquecer. Todos obedecieron. Renoir en Cagnes, Matisse en Collioure, Braque en La ciotat o Cézanne en L'estaque imaginaron desde el más carnal de los mundos, la obligación de una modernidad ensimismada, de un futuro envenenado de ismos (del fauvismo al cubismo que vendrá) que buscaron la forma de inventar el mundo de espaldas a la propia realidad. Como si el exceso de luz les hipnotizara y les molestara a la vez. Como si el lujo llamara necesariamente a la miseria. En 1955, Picasso se mudaría a Cannes. Allí, La Californie, su casa estilo belle époque, se convertiría en lugar de peregrinación para la intelligentsia de la época. Allí viviría con su última esposa, Jacqueline Roque, hasta mudarse a Mougins. A las afueras del pueblo, acabaría por retirarse para trabajar en algunas de sus obras más discutidas, por oscuras, pese al resplandor y allí, el 8 de abril de 1973, moría. Hablamos de un lugar no lejano del sitio en el que Picasso, recién llegado con Françoise Gillot después de la guerra, pintó los emocionantes, luminosos y de nuevo triste murales de la capilla románica del castillo de Vallauris. Otra vez, la contradicción de la luz. En La baie des anges, Jackie, el personaje de Moreau, encuentra a Jean Fournier (Claude Mann). Éste acaba de descubrir la excitación de un golpe de suerte y el destino - siempre él en el cine de Demy- le lleva a la Promenade des anglais. Entre la vida ordenada y pobre del oficinista y la excitación del jugador, Jean cree descubrir el sentido de una luz nueva; la que no existe en París. Pero le puede el miedo. Jackie vive la vida como una herida, con la claridad del exceso. Siempre muy cerca del suicidio. Entre el lujo y la miseria. Fundido en negro.
Luis Martínez. El Mundo, domingo 17 de julio de 2016

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