jueves, 8 de marzo de 2018

La vida privada de Marcel Proust

Marcel Proust
Ve la luz en España Correspondencia.1914-1922 (La Uña Rota), que recoge las cartas de Marcel Proust a su editor, Jacques Rivière. Rivière, de la Nouvelle Revue Française, fue el primero que descubrió el valor de En busca del tiempo perdido cuando estaba aún en estado embrionario y Proust era considerado todavía un mundano cronista social. Es célebre el comienzo de la carta que el 7 de febrero de 1914 le escribió Proust a su editor Jacques Rivière: "!Al fin encuentro un lector que intuye que mi libro es una obra dogmática y una construcción!"Pero más importancia tiene quizás la misiva previa -la que motivó la respuesta de Proust-, que está perdida: en ella el editor, secretario de redacción de la Nouvelle Revue Française (el importante  entonces era él, no Proust) le insufló a Proust una confianza decisiva para la continuación de su inabarcable proyecto literario. También es conocida la carta que Rivière enviaría apenas dos meses después al editor Gaston Gallimard:"Haga cuanto pueda para hacerse con él: créame, más adelante será un honor haber publicado a Proust". Como recuerda Juan de Sola en el prólogo de esta Correspondencia (1914-1922). Proust, que había rebasado ya los cuarenta años, era entonces -principios de 1914- "un escritor considerado mundano y ligero" colaborador de Le Figaro, traductor esporádico, autor de un libro de discreta difusión (Los placeres y los días) y de otro que se había autoeditado y que era, aunque parezca increíble, Por el camino de Swann, es decir, el primer tomo de En busca del tiempo perdido.
Embarcado así pues en una obra que crecía y crecía sin un final a la vista, en 1914 Proust estaba todavía lleno de dudas. Y encerrado, enfermo, aislado. Aunque, según los estudiosos de su correspondencia, el autor fue consciente de la importancia de su proyecto a partir de 1909, el reconocimiento de Rivière habría de animarle a continuar. La correspondencia duró hasta la muerte del escritor, que ocurrió apenas dos años antes que la de Rivière, también prematura (murió a los 38 años). Aunque constituye una mínima parte de las 100.000 cartas que, según Philip Kolb, antólogo de su correspondencia, escribió a lo largo de su vida, esta correspondencia revela más que ninguna otra sobre el empeño artístico de Proust y sobre el ecosistema literario de su tiempo, con sus sorprendemente  contemporáneas miserias y grandezas. "Proust fue un corresponsal compulsivo, maníaco, que en muchos casos se sirvió de la carta como herramienta no ya complementaria, sino directamente sustitutiva de la conversación personal", señala De Sola, también traductor del volumen, en el prólogo. Ilustra esta manía proustiana con una anécdota : durante una época, aún viviendo con su madre, pero con horarios muy poco compatibles, el único intercambio entre ellos se producía "mediante cartas que se dejaban mutuamente en un jarrón de la sala de estar"...
En realidad , la enfermedad recorre toda la correspondencia como recorre su existencia, como es sabido, desde que el asma le impidió hacer vida normal... En las últimas cartas del volumen toman la palabra personas cercanas al escritor que se encargan de comunicar el deterioro final a su buen amigo y correspondiente. Entre ellas, Celeste Albaret (enfermera, amiga, ama de llaves y autora de Monsieur Proust,  que aquí publicó Capitán Swing) y el músico Reynaldo Hahn. Las cartas previas de Proust relatan, en fin, un verdadero combate para poder dejar su obra a punto para la posteridad.
Alberto Gordo. El Cultural, 23 - 2- 2018

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