Marcel Proust |
Embarcado así pues en una obra que crecía y crecía sin un final a la vista, en 1914 Proust estaba todavía lleno de dudas. Y encerrado, enfermo, aislado. Aunque, según los estudiosos de su correspondencia, el autor fue consciente de la importancia de su proyecto a partir de 1909, el reconocimiento de Rivière habría de animarle a continuar. La correspondencia duró hasta la muerte del escritor, que ocurrió apenas dos años antes que la de Rivière, también prematura (murió a los 38 años). Aunque constituye una mínima parte de las 100.000 cartas que, según Philip Kolb, antólogo de su correspondencia, escribió a lo largo de su vida, esta correspondencia revela más que ninguna otra sobre el empeño artístico de Proust y sobre el ecosistema literario de su tiempo, con sus sorprendemente contemporáneas miserias y grandezas. "Proust fue un corresponsal compulsivo, maníaco, que en muchos casos se sirvió de la carta como herramienta no ya complementaria, sino directamente sustitutiva de la conversación personal", señala De Sola, también traductor del volumen, en el prólogo. Ilustra esta manía proustiana con una anécdota : durante una época, aún viviendo con su madre, pero con horarios muy poco compatibles, el único intercambio entre ellos se producía "mediante cartas que se dejaban mutuamente en un jarrón de la sala de estar"...
En realidad , la enfermedad recorre toda la correspondencia como recorre su existencia, como es sabido, desde que el asma le impidió hacer vida normal... En las últimas cartas del volumen toman la palabra personas cercanas al escritor que se encargan de comunicar el deterioro final a su buen amigo y correspondiente. Entre ellas, Celeste Albaret (enfermera, amiga, ama de llaves y autora de Monsieur Proust, que aquí publicó Capitán Swing) y el músico Reynaldo Hahn. Las cartas previas de Proust relatan, en fin, un verdadero combate para poder dejar su obra a punto para la posteridad.
Alberto Gordo. El Cultural, 23 - 2- 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario