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Noomi Rapace, multiplicada en la película de Netflix
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En la industria audiovisual se conoce con el término anglosajón de pitch a aquella sesión en la que, con la mayor agilidad y poder de seducción posibles, un cineasta intenta venderle una idea a un productor. A todo cinéfilo de pro le puede resultar estremecedor saber que, en ocasiones, el factor determinante para que un producto se haga realidad o no depende de la eficacia del pitch. Un genio sin dotes comunicativas podría tener todos los números para morir sin estrenar, ni rodar. Siete hermanas, una coproducción de Gran Bretaña, Francia y Bélgica, tercer largometraje del noruego Tommy Wirkola, tiene toda la pinta de ser el tipo de película capaz de triunfar gracias a un buen pitch. Su premisa es bastante prometedora: en un futuro distópico donde se ha implantado la política del hijo único, un abuelo bautiza a sus siete nietas como los siete días de la semana. Solo podrán salir al exterior en la jornada que, por nombre, les corresponda, asumiendo la única identidad de su difunta madre. Todo va bien hasta que Lunes no vuelve a casa. Tras el planteamiento, acechan innumerables problemas de guión que la película intenta resolver a golpe tosco de apaño. La capacidad de sorpresa se agota a los escasos minutos y, a la postre, el único placer que proporciona es el de ver, en sus primeras escenas , a la actriz Noomi Rapace interactuando ágilmente con otras seis versiones de sí misma. Tras esa alquimia de talento interpretativo y truquería digital al servicio del juego dramático, Siete hermanas, con su sociedad donde los discursos oficiales camuflan un sórdido secreto, es tan previsible como se le presupone a un ejercicio de género que, antes de apostar por la coherente construcción de un universo, ha creído que superar un pitch era llegar a la meta.
J.C. El País, viernes 2 de marzo de 2018
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