Gritaríamos a los birmanos, a los egipcios, a los argelinos, que la voluntad general es más importante que la voluntad de cualquier general.
Interpelaríamos a Estados Unidos, a los empresarios corruptos y los fósiles de la energía para
invitarles a que volvieran a leer a Günther Anders o André Gorz; quizá así conseguiríamos make the planet great again.
Dispararíamos en todos los Barrios Latinos del mundo, los gases lacrimógenos pegajosos y las fumarolas de las ideas del nacionalismo extremista: se prohibiría a Orban, se gritaría: "Ni patria ni Putin" y "FSB igual a SS", quedaría claro que un Donald no vale ni un Mickey Mouse y pediríamos a Erdogan que hiciera el amor con la paz y no la guerra con los kurdos de Afrin.
Los profesores y los estudiantes de la Sorbona serían más partidarios de Kundera que de del Che Guevara.
Erigiríamos un monumento al novelista y activista homosexual Guy Ocquenghem delante de los locales del movimiento Manif pour tous.
Los nanterrianos de hoy y los odeonistas de siempre ocuparían la rue Sébastien Bottin hasta que Gallimard se decida a incluir Françoise Sagan en la colección de La Pléiade.
La gente leería más a Lacan que Laclau y bailaría en el bulevar Saint-Michel sin dejar de reírse de los populistas, los arraigados y "otros franceses de pura cepa"encantados de haber nacido en alguna parte.
Venderíamos a China esos libros que hemos leído demasiadas veces y entonces, tal vez, las misiones diplomáticas volverían con los brazos llenos, no de contratos, sino de disidentes liberados...
Bernard-Henri Lévy. El País, domingo 25 de febrero de 2018
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